Nació como un rumor. Los lectores de domingo deletreaban su nombre con esperanza. Xa-vi. Fácil, como Xavi Hernández. Desde los ocho años, jugaba en los equipos de La Masia. Llevaba el brazalete de capitán. Era centrocampista. Hijo de futbolista, además. Y neerlandés. De haber una profecía para jugar en Barcelona, Xavi Simons cumplía cada uno de sus requisitos. Lo tenía todo. Además, era rubio y tenía rizos. Podía ser el protagonista de nuestra serie favorita de Disney Channel y nuestro jugador favorito ya de mayores. Todos imitábamos a Zidane, todos queríamos ser Totti, Iniesta, pero, en el fondo, todos deseábamos ser Simons. Porque él sí estaba destinado a ser como ellos.
Seguro que ni en el colegio le iba mal. Debía de sacarse Matemáticas a la primera. Historia y Lengua también. Hasta debía conocerse las reglas de acentuación, la capital de Fiyi y todas las demás respuestas que la profesora preguntaba en clase. El guion debía de ser intachable. Por las mañanas debía de ser tan bueno como por las tardes en la Ciutat Esportiva Joan Gamper. Era imposible que fuese al revés. Su historia estaba destinada a ser nominada por la Academia de Cine cualquiera de estos años.
Estaba.
Porque en un mundo que avanza como un tren sin frenos, Simons ha decidido bajarse a la tercera parada a tomarse un café y esperar a que se enfríe. Con 16 años dejó Barcelona para probar las luces de París, pero ahora con 19 ha decidido refugiarse en Eindhoven. Como actor cansado de la música rimbombante de Hollywood, ha reemprendido su carrera en la Eredivisie, en el indie. Ahora es Jim Jarmusch quien lo dirige, no Spielberg. Hay menos efectos especiales. El tempo ha disminuido. También el público, ya no son los centenares de miles los que escriben tuits con su nombre. The next superstar. Ahora sólo unos pocos lo disfrutan los fines de semana. Lo ven.
En un mundo que avanza como un tren sin frenos, Simons ha decidido bajarse a la tercera parada a tomarse un café y esperar a que se enfríe
Diez años después, el rumor que coleaba en los diarios juega en la Eredivisie, una liga de nombre divertido, igual que sus defensas, que empieza a trompicones y acaba de forma suave. Puede no tener el glamour de otros nombres como el de la Premier League, ni la elegancia del de la Serie A, pero es ahí donde continúa con sus diabluras de niño. Aunque ha crecido. Mide diez, 15 centímetros más, pero guarda la misma imagen de centrocampista técnico y escurridizo, representante del club de la zona del ‘10’. Conserva los mismos rizos. Y no le va mal. Aunque el público parezca haberlo olvidado, aunque ya solo sea un recuerdo mitómano para muchos, Simons ha participado en un tercio de los goles del PSV esta temporada, es el tercer máximo goleador de la liga neerlandesa y Louis Van Gaal lo convocó el pasado noviembre para disputar su primer Mundial.
Ahora en el indie, Simons continúa siendo nuestra envidia. Es el enésimo jugador revelación, de menos de veinte años, que surge de los Países Bajos. El futbolista que descubríamos a través del FIFA y queríamos que fichara por nuestro equipo. El futbolista que sonríe como todos queríamos sonreír de niños. Dientes blancos, mano apoyada en el banderín del córner y un balón bajo el brazo.
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Fotografía de Getty Images.