Gerardo Martino, el ‘Tata’, apodo que le viene de su jerarquía sobre la cancha cuando lucía el ’10’ de Newell’s Old Boys, será el nuevo inquilino del banquillo del Camp Nou. Se vienen torrentes de análisis periodísticos para resolver un pequeño misterio: ¿por qué el Barcelona ha optado como remplazo de Tito Vilanova por un personaje tan distanciado, a priori, de eso que comúnmente se ha denominado ADN Barça? Pero el misterio no es tal, llega al conjunto azulgrana un ferviente creyente de esa escuela futbolística y, a la vez, con la empatía para comprender su entorno y adaptarse a sus circunstancia, y no al revés.
Para empezar, es muy buena gente el ‘Tata’, cosa que, a priori, poco tiene que ver con sus aptitudes como entrenador, pero que le ayudará a gestionar las inquietudes humanas de un vestuario en el que aterriza casi de improviso. De su tan cacareada relación con Bielsa, la mayor herencia de Martino es el enorme respeto a valores como la honestidad y la disciplina, sin llegar a los extremos sin retorno del Loco.
Martino ha hecho mucha calle en el mundo del fútbol y se la ha recorrido del frente y del revés, por delante y por detrás. Un erudito del balón, resuelto tanto en la hipótesis como en la praxis.
“La mayor herencia de Bielsa es su enorme respeto a valores como la honestidad y la disciplina, sin llegar a los extremos sin retorno del Loco”
Sin apenas uso de razón, ingreso en la escuela de baby fútbol de Ñuls, donde todavía ostenta el récord de partidos disputados. Conoce la devoción por la formación, los códigos, el amor por un club, algo que encaja con la importancia que tiene en su nueva casa el trato con los jugadores de la casa, el respeto por unos valores compartidos, el cómo además del qué. No es por casualidad que en el estadio Marcelo Bielsa de la Lepra, una de sus gradas lleva el nombre de Gerardo Martino.
Cómo técnico, en Paraguay construyó un modelo antitético de lo que él fue como jugador. Una elegía honesta al pragmatismo, ladeando ideas más elaboradas y románticas para vivir del esfuerzo y el sacrificio. En casa, en Newell’s, la historia fue muy diferente. Se comprometió con la Lepra, rechazando ofertas todas superiores porque iniciaban la temporada con el mismo promedio para el descenso que Independiente. El Rojo cayó y Ñuls salió campeón. Supo motivar a un equipo roto y les mostró el camino de salir con la pelota jugada de atrás, de abrir el campo, de avanzar con la posesión, de presionar arriba, de construir un estilo reconocible en el campeonato argentino.
Tuvo buen ojo para sus elecciones. Se trajo a Scocco, olvidado por ahí, y lo convirtió en ese ‘9’ falso que estuvo para armar el juego y rematarlo. Apostó por Vergini de central, un joven alto y técnico con dotes de mando y capacidad para construir, al estilo Varane o Bartra. Reconvirtió al veterano Heinze, al que supo endulzar para que su agresividad resultase provechosa en un once más artístico que guerrero. En suma, Newell’s resultó ser un equipo mesurado, de buen trato, inteligente para sacar siempre el registro que tocaba. A imagen de Martino.
Respecto a la presión, eso esta por ver. Deja su hogar para enrolarse en su primera experiencia en un gran club europeo, pero la presión es como la crisis para los argentinos. Ya están acostumbrados, la tuvieron toda la vida.
¿Les suena la definición? Un tipo terrenal, inteligente, con dote para la gestión humana, amigo de los jóvenes, que supo interpretar diferentes libretos, intuitivo para echarse a un lado o intervenir en función del interés del equipo. Un tipo muy del perfil de Vicente del Bosque. Amable pero con personalidad, familiar pero severo. Equilibrado.