“¿Viste que aquí el tiempo se paraliza fácilmente? Yo llegué hace 60 años y el acento gallego aun no me abandonó”. Quien así habla es el propietario de un modesto bar en José Mármol y Avenida de San Juan, en pleno barrio de Boedo. Las paredes del local están adornadas con posters del Ricardo Bochini, el Bocha, el ídolo por antonomasia de Independiente y de otros tantos mejores momentos que el actual para el Rojo, como aquel plantel campeón del mundo en el 84 con los Clausen, Giusti o Burruchaga que tocarían la gloria mexicana dos años después. A la pregunta sobre por qué no es hincha de San Lorenzo, una leve sonrisa y resoplido parecen querer evitar una conversación que intuyo se habrá reproducido centenares de veces en aquellas cuatro paredes que desde luego parecen ancladas en un tiempo comprendido entre 1952 y 1965, calculo observando el mobiliario.
Quién sabe si el viejo tuvo su primer hogar en Avellaneda, o fue testigo directo de los éxitos de un Independiente que llevó a toda su delantera a la selección argentina en 1953. Quizá tenga que ver con que él ya estaba en Buenos Aires cuando San Lorenzo deslumbró en su gira española de 1946. Efectivamente, todo parece capaz de detenerse y flotar por un instante, para luego seguir su curso. Imagínense lo que puede suponer eso para el fútbol. Una unión inevitable entre realidad y magia, por lo pronto. Quizá sea esta una de las características que mejor definan el poder de atracción que el fútbol ejerce tanto hacia adentro como hacia afuera en Argentina. Pero estamos en Boedo.
Esquina de Avenida de San Juan con Boedo. San Lorenzo festeja el Torneo Inicial 2013, su decimosegundo título obtenido bajo el profesionalismo. Si hay un barrio bonaerense que pueda identificarse históricamente con el tango y la literatura, ese es Boedo. Desde el Grupo de Boedo al célebre Horacio Manzi, hubo un tiempo que ha quedado efectivamente suspendido en el aire y que uno puede revivir en los cafés que parece distribuir a su paso la Avenida de San Juan. En la esquina de esta con la avenida de Boedo se encuentra precisamente el lugar donde se estima que Manzi compuso su famosos tango “Sur”, bautizado este café ahora como “Esquina Homero Manzi”. Otro tiempo, como aquel 1928 en el que el dramaturgo José González Castillo promovía la Universidad Popular de Boedo para difundir la cultura entre los vecinos menos favorecidos.
A la aristocracia literaria del Grupo Florida se había opuesto el Grupo de Boedo de Leónidas Barletta o Elías Castelnuovo con su punto de mira fijo en las clases populares y en la mejora de sus condiciones de vida. El siglo XX, feroz en su despertar, fluctuaba entre el vértigo de las ideas y la calma para tejerlas desde abajo, entre tranvías y barras de café. Boedo parecía un lugar partidario de lo segundo. No en vano, era el hogar de un equipo fundado a partir del instinto de protección de un cura, el Padre Lorenzo Massa, para que los chicos no fueran atropellados mientras jugaban al fútbol en la calle. La condición impuesta para que jugasen en los terrenos eclesiásticos no dejaba de ser igualmente social: que fueran a misa.
Un equipo formado por el instinto de protección de un cura, el Padre Lorenzo Massa, para que los chicos no fueran atropellados mientras jugaban al fútbol en la calle
El equipo fue cogiendo empaque y así llegó hasta 1933, en que consiguió su primer título profesional. 1936, 1946 y 1959 volvió a ver campeón a un equipo que acumulaba sobrenombres: de “Cuervos” al “Ciclón” pasando por “Los gauchos de Boedo”, “Los Santos” o el fallido primer nombre de “Los forzosos de Almagro”. Pero será a partir de 1964 cuando comience a gestarse la época moderna de San Lorenzo. Una nueva generación irrumpe en el club con el deber de suplir a figuras como José Sanfilippo, máximo goleador de la historia del club y sexto a día de hoy en la clasificación global del fútbol argentino. Los Casa, Doval, Areán, Veira y Telch darán un soplo de aire fresco con una nueva manera incluso de comportarse, un ímpetu y descaro que parecen imposibles de disociar de las nuevas formas culturales imperantes en los sesenta. No obstante, es en 1967 cuando el club se refuerza con importantes jugadores que tienen un papel principal en la historia del fútbol argentino. Suyo es el primer campeonato invicto, el Metropolitano de 1968.
‘Los Matadores’ de 1968
El escritor e historiador especializado en San Lorenzo, Adolfo Res, publica justo ahora un libro que habla de aquel equipo: “Los Matadores”. “El contexto del país era el de una democracia asediada por los poderes cívico-militares, la caída de Illia (presidente depuesto por un golpe militar en 1966) marcó la fuga de cerebros, un daño que al país le ha costado caro. En el marco de una efervescencia ideológica fuerte en todos los órdenes de la sociedad, San Lorenzo frena su marcha ascendente como institución líder del deporte argentino que traía de la dorada década del cuarenta y primer lustro de los cincuenta. Si bien todavía los sesenta mostraban grandeza en la vida deportiva-cultural del Gasómetro, esto se debía más a la inercia que venía de las décadas anteriores y no al norte trazado por los dirigentes de San Lorenzo de esta década”.
Res considera que por encima de la llegada de jugadores como Sergio Villar, Antonio Rosl, Victorio Cocco o Carlos Veglio, parte del mérito original cabe atribuírselo al técnico brasileño Tim: “El Maestro Tim saca lo mejor de ‘Los Carasucias’, la rebeldía, el gusto por el buen juego, y tiene el ojo clínico para incorporar y enlazar esas incorporaciones”. La vocación ofensiva del equipo hacía que conforme avanzaba el Metropolitano, San Lorenzo fuera deshaciéndose de clubes que en aquel momento tenían grandes planteles, lo que les hizo ganarse la fama de equipo que no podía perder y el apodo de “Los Matadores”. Acaban el torneo como líderes con doce puntos de ventaja sobre Estudiantes de La Plata, un equipo temible que en aquella época era vigente campeón del torneo y de Libertadores y que en meses lo sería del mundo. Tras superar en semifinales a River, el club de Boedo volvía a encontrarse en la final con los ‘pincharratas’ platenses. “San Lorenzo siempre pensó en San Lorenzo, y marcó superioridad sobre el resto, porque además de ese Estudiantes campeón de América superó ampliamente a grandes equipos como el Racing de Pizzuti que un año antes se había consagrado campeón intercontinental, el River de Ermindo Onega, que era un conjunto lujoso, el Boca de Marzolini y ‘Rojitas’… ‘Los Matadores’ superaron en juego a todos esos grandes equipos, lo que engrandece más la conquista invicta de aquel Metropolitano de 1968”.
A la final, jugada el 4 de agosto de 1968 en el Monumental de River, el equipo azulgrana llegó con un conductor muy especial. Cuenta la leyenda que el arquero Carlos Buticce era quien manejaba el micro del equipo aquella misma tarde. Quizá la cábala debió surtir algún efecto, ya que el partido tuvo un desenlace casi dramático, que contribuyó a darle quizá más valor a aquel título. Tras neutralizar un gol de Juan Ramón Verón vía Veglio, San Lorenzo tuvo que esperar al minuto 100 para festejar un potente disparo de Rodolfo “Lobo” Fischer como antesala de la locura que se desató tras el pitido final. “Sin dudas ese gol es uno de los más importantes de la historia de San Lorenzo, lugar que compartirá seguramente con el primero de Mariano Perazzo a Honor y Patria, en el ascenso del 15, el del ‘Vasco’ Carricaberry a Wanderers en la Copa Río de La Plata del 24, el de Diego García a Chacarita en el 33, el del ‘Lele’ Figueroa a River en la final del 72, el del ‘Gallego’ González en el 95 y el del ‘Coco’ Capria a Flamengo, aunque cada hincha de todo tiempo tiene su propio recuerdo”.
El Santo de Boedo era el primer campeón invicto de la era profesional del fútbol argentino. La imagen exultante de los jugadores azulgrana, camisa de juego abotonada hoy objeto de coleccionista, tenía su contrapunto histórico en la de los duros jugadores de Estudiantes, con la excepción de Carlos Salvador Bilardo, de quien se sigue recordando ese y otros comportamientos, aplaudiendo al campeón. San Lorenzo prolongaría su racha positiva contra el equipo dirigido por Osvaldo Zubeldía hasta 1970. “San Lorenzo dio muchas ventajas físicas, sobre todo a partir de la tercera parte del campeonato. Nuestro equipo era solicitado de todo el interior y del exterior. Entonces, por las ‘benditas’ cuestiones económicas, entre semana San Lorenzo disputaba amistosos todas las semanas en el interior del país y en Chile, Uruguay y Bolivia”.
Dictadura y expropiación del Gasómetro
Aquel campeonato inauguró una época exitosa para los de Boedo. Para Adolfo Res, el equipo de “Los Matadores” guarda un lugar de privilegio en la memoria de la afición. “Los pibes de hoy saben lo que fueron esos gloriosos Matadores, saben que el ‘Sapo’ Villar fue un fenómeno, que el gran tucumano Albrecht fue un jugador polifuncional formidable, que el ‘Cordero’ Telch era un crack y que ese equipo dirigido por Tim, fue orgullo de San Lorenzo y un cabal representante de la estirpe del fútbol argentino, un verdadero cultor del buen juego”. Sin embargo, tras la mencionada época dorada que San Lorenzo tuvo hasta 1974, la llegada de la dictadura militar en 1976 va a coincidir con el agravamiento de diversos problemas institucionales que terminarán con el club despojado de su viejo templo de 1916, el Gasómetro.
La política de infraestructuras de Argentina ’78 supuso el olvido deliberado de las reformas que el estadio necesitaba; mientras se gastaban millones en los estadios de River Plate y Vélez Sarsfield, los estadios de clubes del sur de Buenos Aires se veían apartados de la organización para ocultar la cara de los barrios obreros de la ciudad. Con posterioridad, el alcalde Cacciatore, en connivencia con la Junta militar, ordenó una expropiación de los terrenos en los que se ubicaba el llamado “Wembley porteño”, el hogar de San Lorenzo de Almagro. El objetivo oficial era la construcción de unas viviendas que nunca llegaron a realizarse. Al contrario, el terreno acabó siendo ocupado por un tipo de edificación que prohibía la ley de expropiación original, un centro comercial que compró los terrenos a la ciudad de Buenos Aires por ocho veces más del dinero con que esta había indemnizado a San Lorenzo. El club, que acabaría descendiendo en 1981 y permanecería sin estadio propio hasta 1993, estaba en el punto de mira de la dictadura argentina debido a su capacidad de aglutinante socializador de uno de los barrios más populosos de la capital.
Mientras se gastaban millones en los estadios de River y Vélez Sarsfield, los estadios de clubes del sur de Buenos Aires se veían apartados de la organización para ocultar la cara de los barrios obreros de la ciudad
San Lorenzo, unión de masa social
Adolfo Res es miembro de la Subcomisión del Hincha (asociación orientada a reavivar los vínculos socioculturales y mejorar la institución del club) y con ella uno de los principales impulsores de la vuelta sanlorencista a los terrenos originarios de Avenida de La Plata, confirmada ya legalmente (la Ley de Restitución Histórica de 2012) tras una asombrosa unión de masa social difícil de ver en el fútbol moderno. Uno de sus lemas: “la vuelta a Boedo la banca la gente”. “Sin lugar a dudas, San Lorenzo es el referente natural de Boedo, y de la mano del Ciclón, el barrio tuvo un enorme crecimiento que se planchó con la pérdida del Gasómetro, dividiendo a un Boedo Norte (siempre en crecimiento) y un Boedo Sur estancado justamente por la salida del club con la dictadura. Más allá de esto, siempre consideré que Boedo no es un límite geográfico para San Lorenzo, podés sentirte boedense viviendo en cualquier lugar del planeta. Es un poco la historia del Grupo de Boedo en los años 20, casi todos sus integrantes vivían fuera del límite geográfico, pero eran por pertenencia del Grupo de Boedo”.
Quizá los pibes de hoy recuerden aquel equipo invicto, considerado uno de los tres mejores de todo el fútbol argentino, quizá nadie en Boedo sea capaz de ignorar quién fue Homero Manzi y por qué grandes y chicos festejan un campeonato en una esquina con su nombre cada seis años, sin fallo, desde 1995. Quizá un momento concreto quedó paralizado para que tuviera que ser San Lorenzo quien se adjudicase el primer Torneo Inicial bautizado como “Nietos Recuperados” y quizá perdura en el imaginario colectivo aquel grito que en tiempos de “Los Matadores” del 68 parece haber quedado también suspendido en el aire, como tantas otras cosas en lugares porteños tan mágicos como Boedo: “Murió el Santos, el Santos brasilero y ahora queda el Santo de Boedo”.