El primer Scudetto de la historia de la Sampdoria fue también el último. Y el pasado mes de mayo cumplió 30 años. Enrico Mantovani, hijo del entonces presidente del club, Paolo, todavía no había cumplido esa edad cuando la ciudad de Génova salió a la calle a celebrar el título, y ahora recuerda la efeméride con sensaciones encontradas: “Digamos que la trascendencia del trigésimo aniversario es algo que, por un lado, me molesta. Más que nada porque uno de los mejores momentos de mi vida se está alejando cada vez más en el tiempo. Imagina el contexto: el equipo al que yo amaba estaba presidido por mi padre, un equipo que desde la Serie B logró llegar a lo más alto del fútbol italiano. ¡Es difícil de mejorar! Por otro lado, está el recuerdo de lo espectacular que fue, para mí y para toda la afición de la Sampdoria, pensar en aquella época y compararlo con la actualidad: fue el último campeonato italiano ganado por un equipo no considerado de los grandes”. Mantovani prosigue con una comparación que ha resistido a cualquier década, pero que le sirve para poner en valor la hazaña. “No es que quiera comparar ese Scudetto con el récord mundial de Pietro Mennea en los 200 metros masculinos [un registro que tardaría 17 años en ser batido], pero es que sigue siendo algo tremendamente significativo. Incluso en aquel momento era una locura pensar que la Sampdoria podía lograr todo lo que acabó logrando”, confiesa, emocionado, a Panenka.
Pero, ¿cómo nació esta locura? Porque locura es la única palabra capaz de describir con precisión el sueño que llevó a la Sampdoria a lograr tantas victorias consecutivas en Italia y en Europa. La liga solo fue el último de una larga lista de éxitos concentrados en muy poco tiempo. Un período breve pero intenso. Hay que tener en cuenta, además, que en 1982 los ‘Blucerchiati‘ ascendieron a la Serie A tras cinco temporadas en el segundo escalón del fútbol italiano. A partir de ese momento, el conjunto de Génova inició un ascenso muy rápido e imparable hasta la cima del fútbol. En 1985 ganó su primera Coppa contra el Milan, gracias a los goles marcados, en los dos partidos, por Graeme Souness, campeón de Europa con el Liverpool, y los dos niños-maravilla del calcio de los 80, Gianluca Vialli y Roberto Mancini. El entrenador de ese equipo era Eugenio Bersellini, conocido como ‘El sargento de hierro’ por su duro método de entrenamiento, y que había llevado al Inter a ganar la liga en 1980. En 1986, sin embargo, su lugar en el banquillo lo pasó a ocupar el técnico yugoslavo Vujadin Boskov, recién ascendido con el Ascoli de la Serie B, pero con experiencias muy importantes en clubes como el Feyenoord, el Real Zaragoza o el Real Madrid, donde ganó una Liga y alcanzó la final de la Copa de Europa de 1981, la última que ha perdido el conjunto blanco. “Me encantaría saber cómo llegó a convencer mi padre a Boskov”, se pregunta Mantovani. “Hoy es fácil asegurar que fue la elección más sencilla. Ya había tenido grandes experiencias en clubes importantes, incluida la selección yugoslava. Y además era un hombre con tanto carisma que resultó perfecto para estar cerca de muchachos increíblemente talentosos y que necesitaban a alguien que los cuidara y potenciara. Desde distintos ángulos, Boskov hizo exactamente eso”, matiza el hijo del presidente.
INVERSIÓN DE FUTURO
Con Boskov en el banquillo, la Sampdoria empezó a despegar. En primer lugar, reforzó su posición en casa: ganó otras dos copas nacionales de forma consecutiva. La primera, en 1988, contra el Torino; la segunda, en 1989, aniquilando al Nápoles de Maradona con un sensacional 4-0 en el partido de vuelta. Entonces, su nombre empezó a resultar familiar incluso en los campos de media Europa. De hecho, en la temporada 88-89 iniciaron una gran aventura en la Recopa, que les llevó a la final, tras derrotar al vigente campeón, el Racing de Malinas, tras una remontada memorable (3-0) en la vuelta de las semifinales. Desafortunadamente para la joven Sampdoria, el Barcelona de Johan Cruyff demostró ser demasiado fuerte en la final disputada en Berna. El trofeo cayó del lado azulgrana gracias a los goles de Julio Salinas y López Rekarte. Aquel fue solo el ensayo general de un grupo que, al año siguiente, demostró haber acumulado la experiencia necesaria para establecerse a nivel internacional. Así fue como Gianluca Vialli encendió la noche del 9 de mayo de 1990 en Göteborg, rompiendo el empate ante el Anderlecht con dos goles en la prórroga. La Recopa de Europa, esta vez sí, viajaba a Génova. Y aunque la Supercopa de la UEFA del mismo año se la llevó el Milan (en una inédita final italiana, la primera entre equipos del mismo país), lo mejor estaba por llegar.
Con Boskov el equipo despegó. “Cuidó y potenció a los jóvenes”, asegura el hijo del presidente
Volvamos a la locura: “Creo que la idea de ganar la Serie A nació cuando papá se incorporó a la Sampdoria para trabajar en el departamento de prensa, en 1973″, recuerda Enrico. “Pasó tres temporadas para tantear un poco el terreno y comprender mejor cómo funcionaban las cosas en el club”, continúa. Paolo Mantovani fue un emprendedor en el campo petrolero. Se estableció dentro del negocio entre finales de los 70 y los 80, durante el período de la crisis energética en Italia. En 1979, después de la experiencia en el gabinete de prensa y tras encadenar grandes negocios en el mercado petrolero, decidió comprar la Sampdoria. “Cuando decidió hacerse cargo del club”, recuerda Enrico, “lo hizo con la intención de ganar el Scudetto. Puede parecer una locura, pero así lo contaba”. Pero la Sampdoria se encontraba en la Serie B en aquel momento… “Hubo personas que apoyaron su proyecto desde el principio y tenían claro cuál era su mensaje”, añade Mantovani. “Estaba dispuesto a invertir sin derrochar, aunque muchas de sus operaciones se llegaron a interpretar como desmedidas. Básicamente, lo que hizo fue contratar a jóvenes jugadores italianos emergentes. Los fichó y los convirtió en los más fuertes del panorama nacional: pienso en Roberto Mancini, que llegó con 17 años del Bolonia, pero también en Moreno Mannini o Pietro Vierchowod, que jugó dos temporadas en la Roma y la Fiorentina antes de asentarse defintivamente en el equipo. A todos ellos se unieron otros jugadores, incluidos extranjeros, con la intención de crear algo completamente nuevo, algo que pudiera conducir a lo que todos sabemos”.
Y lo que todos sabemos se empezó a gestar el 9 de septiembre de 1990, en el Estadio Luigi Ferraris de Marassi, Génova, renovado a principios de año para poder convertirse en una de las sedes del Mundial de Italia. La Sampdoria ganó 1-0 al Cesena en la primera jornada de la Serie A, con gol salvador de Giovanni Invernizzi, fichado del Como en 1989. A partir de ese domingo, la Sampdoria iniciaría una larga racha de buenos resultados, entre los que se contarían las victorias ante el Nápoles, el vigente campeón de liga, y el Milan, el vigente campeón de Europa. La cosa prometía.
Ivano Bonetti, que ya sabía lo que era ganar una liga con la Juventus, fue uno de los centrocampistas de aquella Sampdoria. “En esa época”, asegura a esta revista, “todo el mundo hacía marcaje al hombre. En consecuencia, había muchos duelos durante el partido y nosotros solíamos ganar ocho o nueve de ellos. ¡Por eso ganamos casi todos los partidos! La verdadera diferencia que marcamos fue que la Sampdoria no compró a campeones consolidados, sino jugadores fuertes y jóvenes que se convirtieron en campeones jugando en la Sampdoria. En la elección de un jugador, incluso el aspecto humano fue importante, porque el proyecto pasaba porque cada uno estuviera muchos años en el equipo. Teníamos a muy buenos jugadores. Vialli y Mancini estaban más en el centro de atención que otros, pero había futbolistas como Cerezo, Pagliuca, Vierchowod, Pari, Lombardo, Katanec…”. Para Bonetti, la clave del éxito radicó en la edad del grupo: “Estábamos en plena juventud, la mayoría rondaba los 25 años, y todavía existía ese tipo de inconsciencia propia de los jóvenes entusiastas. Jugábamos para divertirnos y encima ganábamos. Nuestro lema era salir al campo para intentar ganar y luego celebrar. Teníamos la mentalidad ganadora de nuestro lado”, considera.
La primera bofetada de realidad para la Sampdoria llegó en la décima jornada, en el derbi ante el Génova, siempre un partido aparte. El eterno rival ganaría 1-2. Al final de la temporada, sin embargo, las derrotas acabarían siendo solo tres. Vujadin Boskov y sus jugadores se alternaron en la cima de la Serie A con Milan e Inter, pero pudieron tomar el liderazgo en solitario en la jornada 24 del campeonato, el 10 de marzo de 1991. Aquel domingo de Cuaresma la Sampdoria derrotó por 2-0 a los campeones de Europa en Génova. Ya no se moverían de la primera posición.
UN PARTIDO DE SOBRA
¿Quiénes fueron realmente los estiletes de aquel conjunto? Demasiado fácil: Mancini y Vialli, los gemelos del gol del fútbol italiano. En una entrevista de finales de los 80, Vujadin Boskov dijo que formaban la mejor pareja de delanteros de Europa; no los mejores delanteros, tomados individualmente, sino como dupla. “Estoy absolutamente de acuerdo”, dice Bonetti. “Hubo muchos otros buenos delanteros en aquella época, pero como pareja seguramente fueron los mejores. Se adaptaron muy bien y se entendían a la perfección. Dominaban conceptos como el espacio, el tiempo y la toma de decisiones. Eran muy eficaces, sabían cómo interpretar cada situación, en función de la jugada. Era maravilloso verles combinar, eran un dúo fantástico”. Vialli fue el máximo goleador del campeonato con 19 goles. Mancini, por su parte, marcó 12. En total, 31 de los 57 goles del equipo campeón llevaron sus firmas.
Aquella pareja estaba tan llena de talento, y era tan importante para la Sampdoria, que circularon algunos rumores sobre que Vialli y Mancini incluso decidían la alineación titular en lugar de Vujadin Boskov: algo falso e irrespetuoso para un verdadero hombre de fútbol, un gran entrenador como era el yugoslavo. “No es del todo cierto”, reivindica Bonetti. “Boskov era un entrenador internacional y la experiencia que tenía, combinada con la capacidad de dirigir a jóvenes que se estaban convirtiendo en campeones, era una prueba de que sabía exactamente lo que estaba haciendo. Nos dio mucho, pero nos exigió mucho. Te hacía creer que podías hacer lo que quisieras, aunque no fuera verdad. Así que demostró ser el entrenador adecuado para ese equipo. No tengo ninguna duda”.
“Teníamos la mejor pareja de delanteros de Europa”, dice Bonetti. Mancini y Vialli marcaron 31 goles
Más allá del tándem de oro, repasemos el once inicial de la Sampdoria el día que aplastó al Lecce en casa (3-0 con goles de Cerezo, Mannini y Vialli) y conquistó el Scudetto con un partido de sobra. Aquel 19 de mayo de 1991 Gianluca Pagliuca estaba entre los postes; la línea defensiva se componía de Moreno Mannini en el lateral derecho, Pietro Vierchowod y Luca Pellegrini como centrales, Marco Lanna como primera alternativa en el rol de líbero, y Srecko Katanec en el lateral izquierdo, alternando la posición con Giovanni Invernizzi.
Fausto Pari era el centrocampista defensivo y el recién llegado de la URSS Aleksei Mikhailichenko tenía la tarea de crear el juego. Cuando por culpa de algunas dolencias físicas se vio obligado a renunciar, Ivano Bonetti ocupó su lugar. Beppe Dossena y Toninho Cerezo se alternaban por detrás de los dos delanteros, Vialli y Mancini, con Attilio Lombardo como amo y señor de la banda derecha, devastador cuando corría con el balón en los pies.
El guardameta Gianluca Pagliuca hizo una temporada maravillosa y realizó una parada decisiva en el duelo crucial ante el Inter, en Milán. “Mi mejor partido fue aquel Inter-Sampdoria, ese día salvé muchos goles, incluso le paré un penalti a Lothar Matthäus que podría haber significado el empate. Aquel partido nos dio un plus, un valor añadido como grupo. En el plano personal, fue una prueba de madurez”, asegura.
Aunque el internacional enumera otros episodios en la larga marcha hacia el Scudetto: “No puedo olvidar la victoria ante la Roma, cuando veníamos de un empate en casa ante el Cagliari. El Inter estaba a dos puntos de nosotros y todo el mundo ya nos daba por muertos. Pero llegamos a Roma, a un partido complicado que ganamos 0-1 con un gol de Vierchowod. Poder conservar el liderato y mantener al Inter a dos puntos de distancia fue un paso muy importante. En mi opinión, ese fue el partido que nos dio aún más convicción de que podíamos ganar el torneo”.
El Scudetto de la Sampdoria es una hazaña todavía más increíble si pensamos que en los últimos 30 años ningún equipo no perteneciente a las grandes dinastías del calcio (Juventus, Inter, Milan, Roma y Lazio) ha logrado repetirlo: “Es cierto que el Verona también ganó una Serie A en 1984″, cuenta Mantovani. “Pero para mí todavía existe una gran diferencia: ganaron un Scudetto y ahí acabó. Cuando la Sampdoria ganó el Scudetto, veníamos de temporadas anteriores en las que habíamos ganado muchos trofeos y disputado finales importantes”.
Más que un cuento de hadas, pues, aquella revolución futbolística surgida en Génova fue fruto de un proyecto ganador, del sueño de un presidente apasionado, con visión de futuro y ojo clínico para el talento. Un sueño que encontró su despertar en una noche londinense del año siguiente, cuando Ronald Koeman marcó un tiro libre en la prórroga de la final de la Copa de Europa. Ivano Bonetti todavía guarda un recuerdo nítido de Wembley’92. Fue titular aquella noche y se encontraba en el banquillo cuando el holandés sacó el fusil. “Sabíamos que el primero que marcara tendría mucho ganado. Ellos tuvieron oportunidades y nosotros también, tal vez algunas más, pero desafortunadamente el primero en anotar se acabó llevando el trofeo. Cuando nos marcaron supimos que ya no había nada que hacer“.
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