Son curiosas las anécdotas de cómo los porteros iniciaron sus vidas encerrados entre tres postes, vistiendo uniformes diferentes, siendo los rara avis de un deporte que se juega con los pies y en el que ellos son los únicos protagonistas sobre el césped con la potestad de agarrar el balón con las manos. Hay historias de todo tipo. La del larguirucho que llegaba al larguero cuando nadie podía hacerlo. La del que se puso un día bajo palos por casualidad, porque el portero estaba indispuesto, y desde entonces nadie le movió de ahí. La del que nació casi con los guantes puestos. Y la del gordito. Un clásico. El que ocupaba mucho hueco en la portería y prefería ver a todos correr mientras él se quedaba quieto viéndolas venir. Así, de esta última manera, arrancó la historia de uno de los mejores guardametas de la historia del fútbol español, Antoni Ramallets.
Nacido en 1924 en el barrio de Gràcia de Barcelona, después de que aquellos partidillos junto a sus amigos encontraran su ubicación sobre el terreno de juego, comenzó su carrera futbolística en humildes clubes locales antes de dar el salto al Europa, al club de su barrio, con apenas 17 años. Tras su paso por el conjunto escapulado, se aventuró por otros rincones del fútbol español. Primero, recalando en el San Fernando gaditano. Dos años después, haciendo lo propio en el Mallorca. Y fue ahí, en el conjunto balear, donde llamó la atención del que sería el club de su vida, el Barcelona, que lo fichó en 1946 pero lo cedería un año al Real Valladolid para curtirse en los campos de Tercera División, siendo pieza fundamental para que los pucelanos obrasen el ascenso a Segunda. Ya en 1947 aterrizaría definitivamente en Can Barça y nunca más defendería otros colores.
En sus dos primeros años como azulgrana conquistó dos Ligas, aunque entonces aún no se había hecho dueño de la portería de un Camp Nou donde era el murciano Juan Zambudio Velasco el encargado de evitar los goles rivales. Todo cambió en la 49-50, en una visita a Balaídos. Aquel día, poco antes de llegar al descanso, una lesión ocular obligó a Velasco a abandonar la meta azulgrana. Ramallets tenía una bala. Y no la desaprovechó. Aunque le metieran cuatro en poco menos de una hora de juego. A partir de aquel partido ante el Celta, y hasta 1962, la portería del Barcelona tuvo un único dueño, y con él, se conquistarían infinidad de títulos. Pero antes tocaba viajar a Brasil, al Mundial del Maracanazo, donde Antoni Ramallets se ganaría dos apodos que le acompañarían para siempre: ‘Gato con alas’ y ‘Gato de Maracaná’.
‘Gato’ ágil, rápido de reflejos y de movimientos, inteligente y equilibrista, buscando ajustar la balanza entre la sobriedad, la firmeza, y la espectacularidad de unos saltos y vuelos felinos
En su visita a Brasil, la selección española firmó su mejor resultado de siempre hasta que Andrés Iniesta llevase a ‘La Roja’ a la conquista del mundo. Hasta Sudáfrica, el Mundial’50 fue el único en el que la selección española superó los fatídicos cuartos de final. Y parte de la culpa la tuvieron las paradas de un Ramallets que cruzó el Atlántico como teórico tercer guardameta, por detrás de Acuña, del Dépor, y de Eizaguirre, del Valencia, y regresó a casa entre comparaciones con el ‘Divino’ Zamora y colgándole de la ropa la etiqueta de portero de primer nivel mundial. En el debut ante Estados Unidos, en Curitiba, con victoria por 3-1, fue Eizaguirre el encargado de defender el marco español. A partir de entonces, y hasta el penúltimo partido, Antoni Ramallets entró en escena. Primero, dejando la portería a cero contra Chile (2-0) en el Maracaná y obligando al eterno Matías Prats, al padre, y abuelo, a sacar su mejor arsenal narrativo para describir las tantísimas paradas que realizó frente a los sudamericanos. “Quiso ensalzar mi actuación con un mote muy simpático. Entonces en Barcelona había un escaparate donde había un gato volante con los omóplatos un poco pronunciados y decían que eran alas. Y a Matías Prats no se le ocurrió otra cosa que decir: ‘Ha volado como un gato con alas’”, recordó el propio Ramallets en una entrevista para Ecos del Balón. Tras aquello, otro partido imbatido ante los ingleses, en el mismo escenario, para pasar a la fase final; un cuadrangular, el único de la historia, que definiría al campeón. Pero ahí, a las puertas de la gloria, la selección española sucumbió ante las mejores potencias, aunque siendo el único equipo al que fue incapaz de vencer Uruguay (2-2), a la postre campeona.
Tras aquel Mundial, vendrían sus mejores años. Años en los que fue uno de los estandartes del ‘Barça de les Cinc Copes’, aquel equipo capaz de ganar en un solo año, en 1952, la Liga, la Copa, la Copa Eva Duarte, la Copa Latina y el Trofeo Martini & Rossi; con futbolistas icónicos de la historia azulgrana, con Kubala, César, Basora, Manchón, Biosca o Segarra, entre otros. Una generación que no se cansó de devorar títulos a lo largo de una década, la de los 50, en la que sumarían tres Ligas y tres Copas más en su palmarés. Siempre con Ramallets bajo palos. Siempre con aquel ‘gato’ ágil, rápido de reflejos y de movimientos, inteligente y equilibrista, buscando ajustar la balanza entre la sobriedad, la firmeza, y la espectacularidad de unos saltos y vuelos felinos. Y siempre sin guantes. Un poco de agua en las manos era suficiente para domar el cuero como pocos porteros lo habían hecho hasta entonces.
El único pero a su carrera, si es que se le pudiera poner alguno y parezca osado hacerlo, coincidió con los malditos palos cuadrados de Berna, en 1961. El Barça llegaba a su primera final de la Copa de Europa en la sexta edición del torneo. Delante, el Benfica de Eusébio y compañía. Y los palos cuadrados, los malditos palos. Y un rayo de sol traicionero que convirtió un indefenso centro lisboeta en un error garrafal de Ramallets al introducirse el balón en su propia portería. Era el 2-1, el principio del fin, el primer paso hacia el retiro, que llegaría solo un año después. Pero aquella tarde, por imborrable que sea, nunca manchará la leyenda del guardameta que más Trofeos Zamora colecciona hasta la fecha, cinco, igualado precisamente con otro portero catalán, del Barcelona, que siempre lo tuvo como referencia, un Víctor Valdés que soñó con volar, y voló, como en su día lo hizo el ‘gato con alas’.
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