Érase una vez un grupo de chatarreros que quisieron culminar su ruta comercial plantando un pico con la bandera de su país, Argentina, en el corazón de la isla de Georgia del Sur. Era 19 de marzo de 1982. Y ese acto que tan sólo pretendía ser un gesto patriótico de unos pocos peregrinos, acabaría prendiendo la mecha de una guerra que todavía hoy colea en el recuerdo. Jorge Rafael Videla y su régimen emprenderían una acción militar para invadir las islas Malvinas, Sándwich del Sur y la propia Georgia del Sur, terrenos de difusa propiedad y que consideraban suyos. Ante las alarmas de invasión argentina, los británicos se sintieron aludidos y entraron en conflicto. Dos meses más tarde, y tras la muerte de 649 militares argentinos, 255 británicos y tres civiles isleños, cesaron las hostilidades. Videla bajó la cabeza y su dictadura empezó a resquebrajarse. Y Margaret Thatcher, rostro visible de la ofensiva del Reino Unido, se colgó la medalla para convencer a su electorado de seguir en el Gobierno. Aunque nadie habló entonces de un punto final y pactado del litigio. Todavía hoy desde las Naciones Unidas presentan dudas a la hora de definir la soberanía de los terrenos. La propiedad y explotación del archipiélago sigue siendo motivo de discordia para unos y otros.
Hasta la llegada de ‘Poche’, solo un entrenador argentino había entrenado en la Premier: Osvaldo César Ardiles, que no consiguió nada destacable en el Tottenham
Los goles que marcó Maradona en los cuartos del Mundial del 86 a la selección inglesa y el terremoto social que generaron son una buena demostración de que la herida abierta entre ambas comunidades acabó pesando también sobre el terreno de juego. Una herida que ha seguido supurando hasta nuestros días. Argentinos y británicos siempre han presentado reticencias a hospedarse bajo el mismo techo, incluso si hay un balón de por medio. Un fenómeno que los jugadores de campo parecen haber superado, pero que se deja notar claramente en el número de entrenadores argentinos que se han enrolado en busca de éxito en los banquillos de la Premier League. Hasta el pasado enero, solo había un precedente: Osvaldo César Ardiles, que entrenó al Tottenham en dos etapas distintas, sin conseguir en ninguna de ellas resultados demasiado notables. ‘Ossie’, como todavía le recuerdan cariñosamente los londinenses, siempre estuvo en deuda con White Hart Lane. Años antes, durante su etapa como jugador ‘spur’, rompió el contrato de improviso al estallar precisamente la Guerra de las Malvinas. Se sentía en campo enemigo, aunque luego volvería para tratar de arreglar aquel desplante.
Que Mauricio Pochettino aceptara mediado el curso pasado la proposición de entrenar al Southampton sorprendió a muchos. Hacía muy poco que se le habían cerrado las puertas del Espanyol, el club de sus amores. Pero a ‘Poche’ no le tembló el pulso y decidió pasar página conociendo un contexto futbolístico inédito para él y para muchos de sus compatriotas.
Apuesta nacional
Al principio, como era de esperar, todos los ojos de la Premier se ciñeron sobre él. Pero el ‘sheriff de Murphy’ (pequeño pueblo de la Pampa Gringa en el que nació y que curiosamente presenta influencias anglosajonas en su nombre) tocó la tecla indicada para ganarse el corazón de los más perplejos. Seguramente no lo hizo a propósito; simplemente se dejó guiar por las directrices que desde siempre lleva anotadas en su libreta. Mauricio convirtió la apuesta por el producto autóctono en la nueva hoja de ruta del club, algo que ya había puesto en práctica en el seno ‘perico’. Y eso, en una liga donde en la actualidad todo el peso mediático se sustenta en estrellas foráneas, todavía mereció más reconocimiento. La multiculturalidad del Arsenal, el proceso de españolización del Swansea, el acento francés del Newcastle… La influencia extranjera actual en la Premier es tal que lo que está aconteciendo en el Sant Mary’s Stadium es visto como un fenómeno más bien exótico. Sobre todo tras el notable buen inicio de curso que ha protagonizado el equipo del argentino, que el año pasado ya logró evitar el descenso en escasos meses.
Por increíble que parezca, la columna vertebral del once tipo por el que suele apostar ‘Poche’ se constituye de jugadores ingleses. En la retaguardia, los dueños de los carriles son Nathan Clyne y Luke Shaw, dos jovenzuelos atrevidos que ya son habituales en las convocatorias de las categorías inferiores de su país. Especial atención merece el segundo, que arranca desde la zurda. Su vocación ofensiva, su explosión a corta edad (solo tiene 18 años) y el interés que ya ha despertado entre varios clubes hace recordar a la última gran perla forjada en la cantera ‘saint’: Gareth Bale. En el centro del campo, otro jugador nacional canaliza todo el juego del equipo: Adam Lallana. Sólo tiene 25 años, pero lleva desde los siete de rojo. Algo que le hace justo portador del brazalete de capitán. Y arriba, las dos cerezas del pastel. Rickie Lambert, un ‘viejo rockero’ curtido que aporta experiencia y fija a los centrales rivales, y, sobre todo, Jay Rodríguez, un chico de ascendencia española que no ha explotado hasta este curso pero que sintetiza como nadie la esencia del proyecto: frescura, ganas de reivindicarse y apertura del panorama nacional. Rodríguez acumula cinco tantos, y ha superado en la carrera por la titularidad a Osvaldo, el fichaje más destacado que realizó el Southampton este verano.
Es posible que la creencia en las posibilidades del producto nacional quedase en tan sólo una curiosidad si los resultados no hubieran acompañado. Pero los ‘saints’ han firmado uno de los mejores inicios de campeonato de su historia, situándose incluso en las primeras jornadas por encima del City, del Tottenham o del United en la tabla (todavía aventaja al último). Un detalle que no ha pasado desapercibido para Roy Hodgson, que está buscando a contracorriente savia nueva para que la selección inglesa pueda dar por fin un paso adelante en el Mundial de Brasil. Lallana, Lambert y Rodríguez ya han debutado este año con el combinado. Lo más probable es que al menos alguno de ellos se quede sin vacaciones durante el próximo verano.
El pasado fin de semana, los de Pochettino rompieron una mala racha de tres derrotas seguidas empatando en casa contra el Manchester City. Durante el bache, sucumbieron ante el líder Arsenal y el Chelsea de Mourinho, precisamente el hombre que recomendó al argentino cruzar el Canal de la Mancha. No se equivocó Mauricio al seguir sus consejos. Habrá que seguir con interés cuál es el fin de esta bonita historia que, de momento, ya ha conseguido suavizar los ánimos entre dos naciones condenadas a entenderse. Y es que resulta paradójico que el segundo entrenador argentino de la historia de la Premier League sea uno de los que más apuesta por el producto inglés.