Cuando el autobús de Osasuna llegó a El Sadar incluso un guardia de seguridad sonrió y apretó sus puños y los foráneos izamos el móvil para que luego nos pudieran creer en casa. Pero pronto lo arriamos al unísono, como parte de una coreografía: para grabar humo de color rojo y humo de color azul valía más disfrutar el espectáculo, babeando. Las banderas y las bufandas al vuelo acababan de embellecer el cuadro, fascinante. Casi cada rojillo vestía una camiseta rojilla, en una proporción sin igual: abuelos y abuelas, padres y madres y hijos e hijas. No es que hubiera más niños con la camiseta de Osasuna que sin ella: es que uno no recuerda haber visto ningún niño sin la camiseta de Osasuna desde que paramos a repostar ya pasada la ciudad de Tudela, conduciendo desde Montilivi.
Muchos niños y niñas esperaban la llegada de sus ídolos sentados sobre las espaldas de sus padres, cual vigías. “Si he podido ver más lejos ha sido porque he subido a hombros de gigantes”, aseguró Isaac Newton. La idea venía de lejos, desde Bernardo de Chartres: “Solía compararnos con enanos encaramados en los hombros de gigantes. Señaló que vemos más y más lejos que nuestros predecesores no porque tengamos una visión más aguda o mayor altura, sino porque somos elevados y transportados en su gigantesca estatura”, escribió Juan de Salisbury. No hablamos de que es más sencillo ver al Chimy Ávila o a David García desde lo alto de una atalaya, sino de lo que es el fútbol: la conexión entre generaciones. Pasado, presente y futuro. Abuelos, padres e hijos.
Casi cada rojillo vestía una camiseta rojilla, en una proporción sin igual: abuelos y abuelas, padres y madres y hijos e hijas. No es que hubiera más niños con la camiseta de Osasuna que sin ella: es que uno no recuerda haber visto ningún niño sin la camiseta de Osasuna
Muchos niños llevaban su propio nombre en sus camisetas. Como Daniel: ya dentro del campo, apenas una fila por debajo de la tribuna de prensa, su ‘8’ no tocó el asiento en ningún momento. Se pasó el partido aplaudiendo, cantando, gritando y saltando. Con un ojo en el césped y con un ojo en su madre, sentada justo a su izquierda. Ella vestía una camiseta de César Azpilicueta con el dorsal ’40’. Lo defendió en el curso 2007-2008, con 18 años. Ahora cuenta 33, 15 más. Han transcurrido 16 desde el último partido europeo de El Sadar: un triunfo por 1-0 contra el Sevilla en la ida de las semifinales de la Copa de la UEFA. Ese jueves 26 de abril jugaron Ricardo; Izquierdo, Cuéllar, Cruchaga, Corrales; Juanfran, Puñal, Raúl García, David López; y Milosevic y Soldado. El Sevilla remontaría con goles de Luis Fabiano y Renato para dejar a Osasuna a un paso de la final, fuera de Europa.
Volvió a Europa este domingo. Lo decía la camiseta conmemorativa: “Europe, we are back”. “Parece un poco idílico, pero es la realidad”, afirmó el director deportivo, Braulio Vázquez, en la rueda de prensa de valoración de este martes. Su parece y su pero ilustran la magnitud de todo lo conseguido y la humildad del proyecto. El domingo la camiseta de la celebración le quedaba una o dos tallas grande, pero no pareció darse cuenta. Solo sonreía, en el verde y entre bambalinas. Tras perder ante el Real Madrid en la final de la Copa, el cuadro de Jagoba Arrasate culminó un excelente final de curso con un triunfo ante el Girona en la final por la séptima plaza y por el billete hacia la Conference League y El Sadar estalló de felicidad. El presidente, Luis Zabalza, dijo que espera que lo logrado esta temporada no sea el Everest de Osasuna, sino su Aneto, que queden muchas más cimas.
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Ante Budimir celebró un doblete ante un estadio entregado, convertido en una caldera sin igual. “La afición no viene a El Sadar a ver los partidos. Viene a jugarlos”, escribió el CM del club en Twitter después del partido: puede parecer un lema vacuo más en este fútbol de lemas vacuos, tan artificial y tan superficial, pero es la constatación de una realidad. Lo futbolístico depende de si Bernardo Espinosa mide 1,93 y llega a despejar el pase milimétrico de Kike Barja en el 1-0 o de si mide 1,92 y la pelota llega a Budimir, depende de si Javier Flaño aparece en el minuto 90 en Sabadell o no, pero lo social no. Y en lo social reside el mayor triunfo de Osasuna: su mayor éxito está en Pamplona, no en Europa.
En un futbol bicolor que pretende seis o mil cara a cara entre los partidos hegemónicos, vía Superliga, Osasuna sigue siendo una hermosa excepción: un caso único de pertenencia e identidad, un fútbol más humano. Extraña e impacta, pero en Pamplona los futbolistas son gente real. O por lo menos lo parecen. La familia de Aitor Fernández comió al lado de los periodistas que veníamos de Girona, en un asador repleto de hinchas. La primera camiseta de Unai García que vimos pensamos que debía ser su hermano, pero luego pensamos que es demográficamente imposible que todos los jugadores de Osasuna sean hijos de familia numerosa. Quizá es que sencillamente es una familia numerosa de miles de personas.
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Fotografía de Getty Images.