Este texto es el editorial con el que arrancaba el #Panenka93, un número que dedicamos al Osasuna y que sigue disponible aquí
Con 12 años ya asomaba por Segunda. Tres después, en el 35, el viejo San Juan lo llenaban 3.000 navarros que querían ver a ese nuevo equipo que los defendía en Primera. Qué orgullo. Aunque con ese Athletic de Bata, ese Madrid sin corona, ese Oviedo aún eléctrico, la temporada 1935-36 fue una prueba demasiado dura. Y eso que en casa ganaban y hasta goleaban, y Julián Vergara, a lo Lángara, qué tío, metió 19 goles. Pero lejos de Pamplona… Ay, la distancia: Osasuna nació condenado a la nostalgia del hogar, de su gente.
Puedes conseguir aquí la lámina de la portada del #Panenka93 con un descuento del 40%
La alegría, sin embargo, se cortó en seco cuando a unos y a otros les pilló la guerra. El golpe dejó en Pamplona una represión de 400 asesinados. Entre ellos, Natalio Cayuela, que presidió el club durante nueve años; Fortunato Aguirre, que había sido directivo ‘rojillo’; Eladio Zilbeti, al que la historia atribuye el saludable bautizo de Osasuna; y Ramón Bengaray, igualmente miembro de la junta. Sus delitos, a repartir: la militancia, la República, el nacionalismo vasco y el Frente Popular; el amar, a su manera, a esa tierra a la que completaron con un club de fútbol digno de su época. Otros de los nombres que habían ayudado a hacer florecer el club sobrevivieron pero no escaparon a la represión. Entre ellos, el creador del escudo ‘osasunista’, Humbelino Urmeneta, que no se salvó de la cárcel. Urmeneta combinó los colores del equipo, convirtió a sus jugadores en leones coronados y los rodeó de unas cadenas muy distintas a las que él y sus colegas soportaron. Porque en el pecho del ‘rojillo’ significan Navarra, y eso obra el milagro: todos lo aman, de arriba a abajo, de izquierda a derecha, y ayer, como hoy. Más de 100 años después, es otro Urmeneta, Mikel, quien reinterpreta la obra de su tío abuelo con ese trazo tan suyo que, como el propio Osasuna, es local y universal. Y el resultado, nuestra portada, es distinto. Pero el sentimiento no varía. Porque esto que pasa en Pamplona, por más heridas que sangren, es una historia de amor. Una pasión para todos. Siempre y cuando -claro está- El Sadar los pille cerca.
Fotografía de Getty Images.