Un buen delantero centro es un currante de la vida. Un buen delantero centro no entiende el gol como una emoción desenfrenada, un regalo de los dioses o un sueño cumplido, sino como un trabajo que hay que completar satisfactoriamente antes de acabar la jornada, coger el bus y volverte para casa. Un buen delantero centro es un tipo honrado. Un buen delantero centro viste con tejanos azules y camiseta blanca, y saluda siempre dándote un apretón de manos. Un buen delantero centro es un coche sin sensores ni GPS integrado. Un buen delantero centro es una frase corta sin adverbios ni adjetivos, escrita para pillarla a la primera. Un buen delantero centro es una tostada de pan con sal y un chorrito de aceite, para qué necesitas más. Un buen delantero centro, es decir, un delantero de toda la vida, pertenece a una vieja estirpe de futbolistas, casi mitológica, que ya estaba ahí cuando lo del meteorito y los dinosaurios. Un buen delantero centro es un yogur que no caduca, una salsa que no se echa a perder o una fruta que no se pone mala. Un buen delantero centro hace mejor aquella famosa frase de Landero: “El pasado no acaba nunca de pasar”. Un buen delantero centro es como encender una cerilla en una habitación a oscuras. Un buen delantero centro es Ollie Watkins, que ayer hizo feliz a un país entero en dos segundos, y habiendo jugado antes solo media hora en la Eurocopa. Le dieron un casco y una linterna, lo mandaron en pleno invierno a una cueva a quinientos metros bajo tierra y él volvió con un billete para la final. Un buen delantero centro es todo aquello que pediríamos si alguna vez nos dejaran escoger.
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Fotografía de Getty Images.