Dos personas cruzan su paso por un instante en un punto de las avenidas que delimitan el territorio musulmán con el judío en la Ciudad Vieja de Jerusalén. Uno de ellos viste la camiseta del F.C.Barcelona, con la inscripción en la espalda de uno de los ídolos que sigue por televisión siempre que la programación de Al Jazeera se lo permite: Lionel Messi. El otro, no sabe ni tan siquiera quién es ese personaje, ni de dónde provienen esos colores. El primero, musulmán, sigue la tendencia natural y mayoritaria de los suyos; adora el fútbol con pasión, y durante estas primeras semanas de verano se está frotando las manos con la competición internacional que acoge su país: el Europeo sub21. El segundo viandante, devoto de la línea judía ultra ortodoxa, no repara ni en balones ni en jugadores conocidos. El rechazo a la modernidad contemporánea, el culto a la modestia y el separatismo social que le exigen sus creencias le ofrecen otras perspectivas.
Esta escena imaginaria bien podría haberse repetido en varias ocasiones durante estos días en Jerusalén, y sirve como muestra del profundo contraste que emerge en una población marcada por ser el epicentro de los mapas más antiguos que aún se conservan. Su Ciudad Vieja lo vive en la máxima expresión. En un área de 0,9 km2, conviven hasta seis barrios distintos. El musulmán, el cristiano, el armenio, el judío y el Monte del Templo (frecuentado por su carácter sagrado por los habitantes de los otros cuatro). Entre todos ellos, la religión actúa como trazo fronterizo.
Con tanta heterogeneidad y culturas dispersas en la capital, algunas de ellas incluso reacias a incluir el fútbol en su campo de ocio, no es de extrañar que la UEFA otorgara la etiqueta de ‘sede experimental’ a Israel desde el momento en que se decidió el anfitrión del presente Europeo. Pero al final la prueba ha resultado satisfactoria. Los campos se han llenado (con camisetas de todo tipo de equipos europeos seguidos por los israelitas), las infraestructuras han estado a la altura e incluso la selección de casa, que era la primera vez que disputaba un torneo de la categoría sub21, ha dado una alegría a los suyos.
La cenicienta más feliz
Mañana las selecciones de España e Italia se disputan la final del campeonato. Se sabrá al fin quién marcha triunfal de un Europeo sub21 que no se escapa del habitual repartimiento de papeles que acostumbran a repetirse en todo torneo de sello internacional. Por un lado siempre están los planteles que han respondido a las expectativas y se juegan la gloria (las dos finalistas mencionadas). Tampoco fallan nunca los aspirantes a la categoría de ‘desastre absoluto’; equipos que se van de vacío pese al potencial de sus jugadores (Inglaterra, Rusia o Alemania). También cada vez hay lugar para las habituales sorpresas de prestigios menores que se clasifican para últimas rondas (Noruega). Y finalmente están aquellos de los que nadie espera nada, y que, efectivamente, disfrutan de su estancia sin dejar detalles destacables. Pero en la presente competición en tierras hebreas, el orden de sucesos ha obligado a registrar a última hora una nueva categoría en este elenco de jerarquías. El equipo local, entrenado por Guy Luzón –que empezará a aplicar sus métodos a partir del curso que viene en el Standard de Lieja belga-, cayó en la fase de grupos (como era de esperar), pero lo ha hecho tras una última victoria de mérito y un alud refrescante de sensaciones positivas.
“No me creo que todo haya ido tan rápido. Hemos preparado este torneo durante tres años y se me ha pasado en un minuto”
Los antecedentes marcaban una carambola casi imposible para acceder a semifinales. Israel vio como se le escapaba por la mínima la victoria en el día del debut, con un gol de los ‘vikingos’ que rozó el pitido final del colegiado (2-2). Unos días más tarde, el desgaste psicológico de la decepción inicial se dejó notar. Italia se postuló como favorita pasando por encima del cuadro israelí, que poco más pudo hacer que tratar de evitar que la goleada fuera mayor (0-4). Tras un punto en dos partidos, las opciones de clasificarse, por muy remotas que fueran, seguían ahí. Israel necesitaba ganar a otro ‘coco’, la Inglaterra de Stuart Pierce; que los transalpinos hicieran lo mismo con Noruega y poder recortar una diferencia de seis goles respecto al combinado nórdico. Y por si eso fuera poco, Luzón no podía contar por sanción para el último envite con Eyal Golasa, centrocampista del Maccabi Haifa y elemento más talentoso del equipo.
“Es un sueño haber vivido esto aquí”. Palabra de Ofir Krieff, autor del tanto de la victoria ante los británicos, pero que a la postre no serviría para lograr lo imposible. El jugador nacido en Jerusalén atendía igualmente ilusionado a la prensa después del choque. Marcar en su ciudad justificaba aplazar la impotencia de la eliminación por unos instantes. El mismo sentimiento que respiraba todo el equipo, que incluso manteó al técnico sobre el césped del Teddy Stadium. El comportamiento no concordaba con el esperado en un equipo que caía eliminado. Pero los tres puntos ante Inglaterra y el poder despedirse con la cabeza bien alta lo justificaban.
Para muchos el Europeo sub21 ha servido como remedio al anhelo futbolístico en épocas veraniegas y como aperitivo de la Copa Confederaciones que ya está disputándose en Brasil. Pero para el combinado hebreo, estas semanas han significado mucho más. “No me creo que todo haya ido tan rápido. Hemos preparado este torneo durante tres años y se me ha pasado en un minuto”, asegura Nir Bilton, capitán del grupo. Muchas horas de trabajo a destajo y esperas que se han hecho eternas. Todo por poder vivir una noche que finalmente quedará grabada en la memoria de Jerusalén, una ciudad que guarda una historia detrás de cada piedra que la constituye.