Allá queda 2016. Hostia, tú, qué lejos está para haber pasado tan solo tres años. Mientras hago balance de mi temporada, la cual ha terminado en descenso administrativo, recuerdo que aquel curso Mikel Arteta colgó las botas. El vasco, como la mayoría de sus paisanos, no hablaba más de la cuenta sobre el césped, era un líder y se comportaba como tal. Siendo capitán del Everton o del Arsenal, lucía el brazalete como si de otra extremidad de su cuerpo se tratara. Era una extensión de su brazo, todo pasaba por él y ese trozo de tela, con todo el respeto del mundo, era tan solo la confirmación de que el centrocampista era quien tomaba las decisiones. Usted no es más líder o posee más poder por pegar cuatro gritos, el liderazgo es otra movida.
Nada más anunciar su retirada, recibió tres ofertas para continuar, pero esta vez, como entrenador. Llamó el Tottenham, llamó el Arsenal y también lo hizo el Manchester City. Resulta bastante inusual que un jugador recién retirado reciba tres ofertas de manera tan rápida y sobre todo que sean de semejantes destinos. Es como ese alumno que termina la universidad con matrícula de honor y varias empresas se pelean por sus servicios. ¿Quién no desea tener a gente talentosa en su plantilla? El Arsenal era quien partía con cierta ventaja, como es lógico. El que hasta ahora había sido su capitán se fue apagando entre lesiones pero posiblemente era la mejor opción para suplir a Arsène Wenger dos años después. A la directiva gunner le entraron las dudas y finalmente acudieron a otro técnico vasco, Unai Emery.
En ese lapso, entre 2016 y 2018, Arteta aceptó la oferta del Manchester City y de Guardiola para unirse a su dirección deportiva. El catalán lo tenía claro, debía empaparse de aquella cultura futbolística con su lenguaje tan propio y quién mejor que un tipo que había sido capitán general del Everton y el Arsenal. Además, hablan el mismo idioma futbolístico. El Arsenal dudó aquella vez, pero en esta ocasión parecen haber reconocido su error: el hombre que debía haber sustituido a Wenger en 2018 era Arteta. Lo jodido no es saber que te has equivocado, lo difícil es hacerlo ver. Ahora bien, las voces críticas ya están haciendo su trabajo afirmando que una cosa es ser segundo entrenador en el Manchester City y otra ser el primero en un club decadente que no asume desde hace años una revolución. Y efectivamente, el Arsenal es un club grande que vive días de pequeño, que se arruga ante la mínima situación desfavorable y que genera una ilusión cada vez menor entre sus hinchas.
Arteta jamás ha sido primer entrenador, de acuerdo, pero para algo están las primeras oportunidades. Soy una persona que confía y cree en las segundas oportunidades, ya podéis imaginar que opino de las primeras. El Arsenal está superando el duelo a su manera. Primero se creía que todo estaba bien, después abrió los ojos y sintió el vacío de quien ha perdido a la mujer o al hombre de su vida y ahora está en un punto de no retorno: avanza o perece. Ni todas las relaciones son perfectas ni hay que pretender que la propia lo sea, tan solo hay que buscar ilusión en aquellas cosas que verdaderamente merecen la pena. Esa lucha interior por quien busca lo mejor para sí mismo y a la vez sabe cuáles son sus debilidades. Esa guerra es la que atraviesa el Arsenal, el cual ve en Arteta esa distracción y esa necesidad que llevaba años persiguiendo y que hasta que no ha abierto los ojos no ha sabido que tenía enfrente de sí.