Asegura José Luis Mendilibar que como jugador le faltó sangre. “Era blando, temeroso… Antes de los partidos estaba muy nervioso, iba al lavabo… Lo pasaba mal. No llegué a disfrutar jugando, por eso no llegué a Primera”. Afortunadamente, el reventón de carácter le llegó cuando se enfundó el chándal -nunca el traje- en la banda, motivo por el cual no nos hemos perdido a uno de los técnicos más carismáticos de nuestro país.
Athletic, Valladolid, Eibar, Osasuna, el norte de España siempre ha estado en sintonía con su forma de trabajar, que no es otra que la de proponer un fútbol simple pero efectivo, sin florituras. 4-2-3-1 casi siempre; a veces, dos delanteros. Presión tras pérdida, defender arriba, robar en campo rival y buscar esos centros “tan infravalorados” desde la banda. Jugadores en su puesto, intensidad e ida y vuelta. Y un mediapunta creativo, jugón, un caprichito, pero con la misma carga defensiva que exige a todos. “Nunca he corrido y no voy a correr ahora”, se picó Suso tras deslizar el técnico vasco que a su jugador le faltaba intensidad. Ayer el gaditano se la devolvió a su preparador: zurdazo por toda la escuadra tras dos amagos al trantrán. “Sé que lo dijo para motivar. Es muy buen hombre”, aclaró el atacante.
A Erik Lamela, el segundo héroe del encuentro de ayer, en el que el Sevilla se metió en su séptima final de Europa League, también le preguntaron por Mendi. Concretamente, por su arenga antes del partido. “Nos dijo de todo”, concluyó el argentino para la historia. Habría en ese discurso tanta pasión como mala leche, víscera y felicidad, amor por un deporte que le premia a los 62 años con su primera final europea, como si no hubiera sido ya la reostia conocer Old Trafford o pelarse, a doble partido, a dos campeones de la Champions.
“El fútbol que yo veo es sencillo”. Ayer hizo el gesto de rematar de cabeza cuando Lamela hacía lo propio para meter el 2-1 definitivo. Definitivamente, Mendilibar podría ser tu padre
Muchos arrugaron el gesto cuando el técnico nacido en Zaldibar -el onceavo entrenador con más partidos en Primera División, casi nada- fue presentado como solución a los males del Sevilla. El equipo estaba a dos puntos del descenso. ¿Y si le quedaba grande? Su último encargo fue, también, sacar a un club de las brasas de Segunda. Pero ese equipo era, con todos los respetos, el Alavés. Y la cosa no salió bien.
Aceptó con agrado Mendi llegar al manicomio hispalense (el caso Isco, los papelones de Monchi, las lesiones, las bajas sensibles…), pero en lugar de terapia y buen verbo metió bajo la lengua de sus futbolistas un ansiolítico y los puso a hacer carrera continua. “No he vuelto loco a nadie”, se congratula para desgranar las claves del resurgir sevillista. Después de un desquiciado Lopetegui, del transgresor Sampaoli, Mendi representa la revolución de la normalidad. “Alguno pensaba que yo era un muerto en esto”, deslizó. “Mis entrenamientos son cortos, dinámicos y con pocas explicaciones”, se defiende de quienes menosprecian una libreta en la que jamás se ha escrito pressing. En las entrañas del Pizjuán todavía se escuchan los lamentos por aquellas sesiones eternas de vídeo de Unai Emery, un estratega, artíficie de uno de los mejores Sevilla del siglo XXI, pero otro rollo comparado con un entrenador que despelleja el sistema táctico y lo reduce a consignas esenciales. Como cada vez que abre la boca, en su pizarra no hay filtros ni dobles sentidos. Es pesado, gruñón e inofensivo. Agresivo a veces, como un centro lateral o un gol anulado por el VAR. “El fútbol que yo veo es sencillo”. Ayer hizo el gesto de rematar de cabeza cuando Lamela hacía lo propio para meter el 2-1 definitivo. Definitivamente, Mendilibar podría ser tu padre.
De este fútbol directo, a corazón abierto, se vistió el Sevilla para ganarse el derecho a luchar por un trofeo que jamás ha dejado escapar en una final. Y gracias a este fútbol en el que ha creído Mendilibar toda la vida, el preparador vasco está viviendo sus mejores días como técnico. “Tengo una alegría de la leche”, manifestó hace poco, abrumado. Normal. Sabe que le ha tocado la lotería. Y como tampoco se va a poner ahorrar a estas alturas, quiere gastarse toda la pasta en sacarle brillo a un palmarés que huele a barro, a sudor y a mucha honra (cuatro campeonatos de liga: Regional Preferente, Tercera, Segunda B y Segunda). Está en el sitio indicado para lograrlo. El Sevilla es como la saga de Indiana Jones: después de tantas aventuras, todavía hay gente que cree que alguna de sus películas terminará mal. Y no.
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Fotografía de Getty Images.