“De un futbolista talentoso, trabajándolo, podrás hacer un atleta. Pero de un atleta solo se puede hacer un futbolista mejor, no un futbolista talentoso”. Así de lapidario suena César Luis Menotti. El mítico entrenador argentino siempre encuentra las palabras exactas para describir de forma terrenal aspectos del juego cada vez más ilegibles. Contrario a la inclusión del Big Data en el fútbol, advierte que “todo lo que sea programático en el mundo de la acción, donde aparece lo inesperado, no tiene mucho sentido”. Días antes de su renovación con el Manchester City, Kevin de Bruyne se presentó en uno de los despachos del Etihad Stadium con un archivo cargado de datos. Había contratado a un equipo de expertos para que recopilaran todas las estadísticas de su juego a través de aplicaciones. Poco después estaba firmando un considerable aumento de sueldo. Así es el fútbol hoy.
Mapas de calor, capacidad para repetir esfuerzos, tackles ganados, goles esperados o radares. El fútbol se vuelve cuantificable y se aleja de sus raíces callejeras. Cada vez hay menos espacio para el jugador ingenioso, aislado y encorsetado en sistemas inamovibles que lo limitan. Riquelme sigue siendo considerado como el último ‘10’, no porque haya dejado de existir el dorsal, sino porque la gran mayoría de futbolistas que ahora lo portan ya no representan la figura icónica del tipo que saltaba al césped con la única idea de disfrutar. Esa estirpe de jugadores a los que no podías pedirles que se mataran defendiendo o que no tiraran un caño cuando el equipo estaba saliendo desde atrás, permanece en peligro de extinción. Por suerte sigue habiendo algunos que no desfallecen, caminando sobre el alambre en un fútbol que se ha robotizado.
En Roma hay alguien que hace esfuerzos regularmente para que Riquelme no sea el último futbolista de esa lista de genios irreverentes. Luis Alberto, el ‘10’ de la Lazio, puede ser considerado como uno de los últimos resquicios del fútbol vintage. Ahora con el pelo como un auténtico gentleman italiano, su imagen de jugador singular se ha hecho todavía más latente. De físico liviano y con una técnica primorosa, es asiduo en los vídeos de los mejores highlights de cada campaña en Europa. A esto le suma una contribución efectiva en los goles de su equipo. Esta temporada lleva siete asistencias y en 2020 fue el jugador que más goles regaló en el fútbol italiano. Junto a Ciro Inmobile forma una dupla que ha devuelto a los aficionados de la Lazio el derecho a ilusionarse con algo grande.
Por suerte sigue habiendo algunos que no desfallecen, caminando sobre el alambre en un fútbol que se ha robotizado
En la ciudad deportiva del equipo romano todos lo llaman por su nombre de pila, pero cuando Luis Alberto va a su pueblo, San José del Valle, a 33 km de Jerez, sigue siendo el ‘Chavo’. Hablamos con Manuel Hidalgo, amigo de la infancia que ha compartido con él un número inagotable de pachangas por las pistas de su localidad. “Teníamos una rivalidad histórica con el barrio de ‘la cuesta’. Nos hemos enfrentado en cientos de partidos y en cada uno de ellos, el ‘Chavo’ le hacía cuatro o cinco caños al mismo chaval. Lo tenía aburrido”. De ahí le viene la facilidad para regatear en espacio reducidos que muestra cada fin de semana en el calcio. Todavía mantiene el talento del futbolista que se ha curtido en la calle.
Siendo un niño de 15 años, fue junto a sus amigos a disputar una maratón de fútbol sala –torneo que se juega durante dos días de forma ininterrumpida– a Algar, un pueblo vecino. Había muy buenos equipos llegados desde varias ciudades de la provincia de Cádiz y Luis Alberto disputó aquel campeonato con unas Reebok Classic de calle que le dejó un colega. No necesitaba demasiado equipamiento para demostrar que era alguien especial. En semis, se enfrentaron a un conjunto de San Fernando que tenía jugadores de Segunda B y Tercera. “En la primera parte metió un golazo de falta pegándole por fuera de la barrera. Después se fue cabreado y se quitó las bambas porque nos metieron dos goles. No habían pasado ni diez segundos y ya se los estaba amarrando otra vez porque me hicieron una falta al borde del área. Entró solo para disparar y volvió a colarla. Acabamos ganando en los penaltis”, recuerda Manuel. Afirma que jugaban para él. El objetivo era hacerle llegar la pelota y realizar aclarados para que este solo decidiera. “No he visto nunca a nadie tan diferencial jugando a fútbol sala”, concluye.
Luis Alberto siempre ha sido un loco del fútbol. De esos que cuando ven a niños jugando en el parque, están deseando que se les escape el balón para poder dar tres toques antes de devolvérsela de volea. En 2008, cuando ya era el juvenil preferido de Monchi en la cantera del Sevilla, fue con sus amigos a jugar otra maratón. Aquel día en su equipo estaba Vicente, su hermano, que no lo dejaba jugar por miedo a que sufriera algún percance que pusiera en peligro su prometedora carrera. Llegaron al último partido de la fase de grupos con la obligación de ganar con una diferencia de cuatro goles. El futbolista de la Lazio insistió tanto, que su hermano mayor acabó accediendo a sus pataleos. Jugó, marcó cuatro goles y pasaron a la siguiente ronda. En cuartos ya no le valieron los llantos. No lo dejó vestirse de corto y acabaron eliminados.
Su hermano no quería que una lesión tirara por tierra los años de sacrificio que había hecho su madre para que tuviera la oportunidad de ser futbolista. Loli Alconchel, además de regentar una tienda de alimentos, sacaba tiempo para recorrer cinco días a la semana en su Citroën C4, los 120 km que separan San José del Valle de Sevilla. “Todo ha sido gracias a mi madre, que era la que movía cielo y tierra por él. Si el partido se jugaba en Córdoba, allí que iba ella”, nos cuenta su hermano Lolo. Luis Alberto es el más pequeño de una familia que daría para componer un equipo de fútbol. En total son nueve hermanos, más la custodia de dos primas. Un once de gala que hacía peripecias para que al niño no le faltara de nada. “Entre los hermanos nos solíamos poner de acuerdo para regalarle las botas, un balón, unos guantes… Nunca pedía otro tipo de regalos”, recuerda.
Uno de los muchos distribuidores que iba a llevar alimentos a la tienda de Loli, fue el primero que vio algo especial en Luis Alberto. Siempre que llegaba veía al pequeño de la casa pegando pelotazos en la plaza de en frente. “Loli, ¿por qué no llevas al niño a probar a Jerez?”, le dijo. Como entonces no había equipo federado en el pueblo, Loli hizo caso y llevó a su hijo a la ciudad. Ni por asomo se imaginaba que ese sería el primer paso de una exitosa carrera. “La primera vez que lo vi con el Jerez Alternativa el partido se jugó lloviendo y el campo de tierra estaba impracticable. Me dejó prendado”, comenta José Luis Calderón, el primer entrenador de Luis Alberto en el Sevilla, que no necesitó más de diez minutos para saber que estaba ante un jugador especial. “Automáticamente llamé a Pablo Blanco y le dije que teníamos que firmarlo”.

Calderón no quiere alabanzas, afirma que no hacía falta ser ningún lumbreras para saber que ese niño no era normal. “Tendría unos 11 años y ya iba con la cabeza arriba, con su cara de listo y comandando todo el juego. Mandaba y corregía las posiciones de sus compañeros”, recuerda. Luis Alberto, junto a otro chaval, fue el primer niño de fuera de la provincia de Sevilla que se incorporaba a la cantera. “Cuando le expliqué a Pablo de dónde era, aunque estaba relativamente cerca, tuve que ponerle un poco de empeño porque entonces no era frecuente que ocurrieran esas cosas”, afirma Calderón. En Sevilla siempre fue de los mejores de una quinta en la que había otros nombres como el de Alberto Moreno, actualmente en el Villarreal.
Hasta los 15 años, Luis Alberto estuvo yendo y viniendo cada día a Sevilla. “La mayoría de las veces tenía que ir haciendo los deberes en el coche. Llegaba a casa rendido”, recuerda su hermano. Pablo Blanco, histórico futbolista del Sevilla y ahora coordinador de la cantera, nos cuenta que para esas edades todavía no tenían disponible la residencia. “Ahora sí tenemos niños de todas partes, pero Luis Alberto fue de los primeros que se incorporó a la residencia siendo tan pequeño”. Eso le pasó factura y surgieron entonces las primeras dudas. Calderón recuerda que tenía que ir a verlo cada dos semanas para hablar con él y levantarle el ánimo. “Físicamente creció más tarde que sus compañeros. Además, se juntó con que se acababa de ir de casa y ese año lo pasó mal. Veía que pasaban por delante de él en el equipo y no era importante cuando siempre lo había sido. Tuvimos que arroparlo mucho porque intentó abandonar un par de veces”.
El mal trago no le duró demasiado. Cuando en los campos de la Ciudad Deportiva del Sevilla jugaba el equipo de Luis Alberto, las gradas se llenaban de técnicos y ojeadores de todos los equipos del fútbol español y europeo. “Madrid y Barça tuvieron cierto interés en ficharlo”, nos confiesa Pablo Blanco. Todos acababan impresionados con la capacidad técnica de un chaval que bailaba con la pelota. Su nombre figuraba en todas las quinielas de futuribles estrellas del equipo de Nervión. El 16 de abril de 2011 en un partido ante el Getafe, Luis Alberto hizo su debut con el primer equipo. Fue efímero, porque no llegó a jugar más minutos y en ese mismo verano el Barça llamó a su puerta. “A veces los jugadores quieren ir a un ritmo más rápido de lo que el club espera de ellos. Él quería tener un hueco asegurado en la primera plantilla y el Sevilla por aquel entonces no podía dárselo, por eso quiso salir cedido y probar en el Barcelona B”, recuerda Calderón.
En aquel Barça B de la temporada 2012-13, había jugadores como Sergi Roberto, Grimaldo, Rafinha o Deulofeu. Luis Alberto fue el más destacado, acabando como segundo máximo goleador con once tantos y como máximo asistente con 18 pases de gol. Eusebio Sacristán, entonces entrenador del filial blaugrana, recomendó encarecidamente su fichaje, pero aquel Barça andaba inmerso en otras lides. Los ‘culés’ no acabaron ejerciendo la opción de compra y Brendan Rodgers, técnico del Liverpool, solicitó su incorporación. El conjunto inglés pagó ocho millones por un jugador que apenas había disputado minutos en primera división.
“Mantiene esa viveza en la mirada que ya tenía cuando era alevín. Eso que lo hacía diferente al resto sigue intacto”
En aquel Liverpool, Luis Suárez acabó como máximo goleador de una Premier que se les escapó por el famoso resbalón de Gerrard ante el Chelsea en la jornada 36. Luis Alberto apenas dispuso de minutos y cuando acabó la temporada se marchó cedido al Málaga. Tampoco le fueron demasiado bien las cosas por la Costa del Sol y en la siguiente campaña volvió a salir cedido, esta vez al Deportivo, donde brilló con luz propia. Con el ‘21’ de Juan Carlos Valerón a la espalda y un juego muy similar al del canario, Luis Alberto hizo méritos para ser un digno sucesor y encandiló a la grada de Riazor. Volvió a Liverpool después de su gran temporada y la Lazio pagó cuatro millones para quedárselo ya en propiedad. A partir de ese momento se acabarían las cesiones.
Su primera temporada en Italia fue un calvario. Las lesiones lo empujaron a un bucle peligroso del que no veía salida. Llegó incluso a plantearse dejar de jugar al fútbol. Fue ahí cuando llamó al coach que le cambió la vida. “No sé si Juan Carlos fue mi salvación, pero me ha hecho cambiar muchísimo. En enero y febrero mi cabeza decía que no, que no, que no… ‘Que tú no eres capaz de nada. Que mejor vámonos para Sevilla a estar con la familia y se acaba…’. Él me convenció de que no. Una de las metas que nos pusimos el primer día fue ser internacional en un año y medio. ¡Y en siete meses lo hemos conseguido!”, admitió el jugador a Radio Marca en abril de 2018.
Álvarez Campillo, psicólogo deportivo, le dio las claves para recuperar la confianza y que pudiera volviera a ser el futbolista que deslumbró a todos en la cantera sevillista. “Yo no hice nada, lo hizo todo él. A Luis Alberto las cosas no le ocurrieron por inspiración de un día. Lo trabajó siete meses a tope”, declaró el psicólogo a El País. Le fue tan bien que llegó a debutar con la selección de la mano de Julen Lopetegui y en la Lazio hoy es todo un ídolo. Ahora juega con la misma esencia de aquel niño que sorprendía a todos en los campeonatos veraniegos de fútbol sala. Calderón sigue viendo al chiquillo que descubrió en una mañana lluviosa en Jerez. “Mantiene esa viveza en la mirada que ya tenía desde que era alevín. Su crecimiento ha sido enorme, pero eso que lo hacía diferente al resto sigue intacto y lo muestra en cada partido”, concluye. Al final valieron la pena los innumerables viajes de Loli con su Citroën C4. Tuvo buen ojo aquel distribuidor de alimentos. Cuando juega Luis Alberto, pensamos que Riquelme no será el último ‘10’.
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Fotografía de Imago.