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Los nuevos habitantes del Camp Nou

En lo que respecta al curso que acaba de bajar el telón, el soci tribunero se ha esfumado del Camp Nou. Hay otra onda, otro color, otro público: la juventud

La pandemia ha alumbrado cambios de todo tipo y el Camp Nou también se ha transformado. Ha sido un proceso lento, que continúa en marcha. En esencia, la principal novedad es que las gradas están habitadas por otras personas, por otros perfiles humanos. Sociológicamente es una pequeña y hermosa revolución. Lo dijo Bertolt Brecht, “las revoluciones se producen en los callejones sin salida”, y el Barça callejeaba por uno, errante, sin luz.

Se dice que el Camp Nou está viejo, decrépito, incluso feo, casi molesto a la vista, y quizá es más que cierto si el ojo solo se fija en el exterior, algo demasiado habitual en una sociedad que desgraciadamente juzga los museos por su fachada, pero por dentro el Camp Nou no es tan feo. Una vez sentado en tu asiento, la visión es casi perfecta. Desde cualquier punto se ve un césped en magnífico estado, unas gradas aseadas, una iluminación perfecta, una estética fenomenal. ¿Y qué hay de los seres humanos que pueblan el estadio? De ellos, principal víctima de la deriva mercantilista del deporte, se habla menos, pero resulta innegable que la COVID-19 ha trastocado este paisaje humano. Han pasado cosas inesperadas: (1) los turistas se han ido; (2) los viejos socios se han acogido a la excedencia ofrecida por el club -26.238 según una noticia reciente de Mundo Deportivo-; (3) hay una nueva grada de animación, joven y festiva; (4) el club ha decidido ofrecer grandes descuentos en las entradas para que los jóvenes regresen al estadio; (y 5) el Barça femenino ha levantado la voz.

El equipo femenino ha enamorado a la afición mientras va cosechando proezas: no solo deportivas, quizá las más palpables, también sociales, quizá las más importantes. El conjunto capitaneado por Alexia Putellas ha dinamitado el techo de cristal del Johan Cruyff y ha llenado de camisetas el Camp Nou en dos ocasiones, en las dos ocasiones que se lo han permitido: 91.553 en la vuelta de los cuartos de final de la Champions League con el Real Madrid y 91.648 en la ida de las semifinales con el Wolfsburgo, rompiendo todo récord y el discurso de quienes dicen que el fútbol femenino no interesa.

De hecho, son los dos encuentros que han congregado más aficionados en el Camp Nou en todo el curso. El tercero es el clásico masculino liguero (1-2), con 86.422. El cuarto es el fatídico partido de la Europa League contra el Eintracht Frankfurt (79.468, aunque casi la mitad eran alemanes) y el quinto partido ya no supera los 75.000 almas (74.221, contra el Espanyol, en el estreno de Xavi Hernández en el banquillo). Desde que el Camp Nou recuperó el aforo completo y se libró de las restricciones, incluso se han registrado cinco partidos con menos de 50.000 espectadores.

 

Era algo elitista ir al estadio, pero hoy se canta y grita un dia de partit, al Camp Nou vaig anar

 

Las cifras, según se mire, dibujan un triste panorama y contribuyen al pesimismo, a la pesadumbre de saber que Cruyff, Guardiola o Messi, símbolos del pasado glorioso, están ya demasiado lejos, pero el presente da clavos ardiendo a los que agarrarse, motivos de optimismo. Se dijo y se dice que el Barça puede convertirse en un nuevo Milan, pero el Milan ha vuelto a ganar, evidenciando que todo se supera, incluso los peores calvarios. Y el análisis cualitativo de la audiencia el Camp Nou da pie a una conclusión ilusionante de cara al mañana, esperanzadora. Mientras los turistas no han podido venir y los viejos socios se han quedado en casa, los jóvenes han tomado el mando en la grada, igual que ha pasado en el césped de la mano de Xavi. Hay que ver qué pasa ahora, porque el turismo va recuperando espacios en la ciudad y porque quizá, con Xavi, el socio irá recuperando el asiento confiando en un presente mejor.

Pero en lo que respecta al curso que acaba de bajar el telón, el soci tribunero se ha esfumado. Hay otra onda, otro color, otro público: la juventud, de 16 a 30 años, cansada de no poder entrar en el estadio, quiere ser protagonista, quiere cantar. Vieron por televisión el gol de Andrés Iniesta en Stamford Bridge, vieron por televisión las cuatro Champions League, en París, en Roma, en Londres y en Berlín. Les contaron la histeria colectiva vivida en el gol de Sergi Roberto ante el PSG (6-1), en una de las mayores y más épicas remontadas de todos los tiempos en la Copa de Europa. Todo ello, y mucho más, lo vieron de niños o de adolescentes, en el sofá de su casa o en el bar con los amigos. Pero siempre por la televisión, porque era imposible ir al Camp Nou, porque las entradas eran muy caras y no había muchas: los abonados tienen más de tres cuartas partes de las 99.000 butacas. Era algo elitista ir al estadio, pero hoy se canta y grita un dia de partit, al Camp Nou vaig anar.

Y lo hacen. Lo cumplen. Porque las barreras físicas y sociológicas del Camp Nou han caído, derribadas. El paisaje ha cambiado, hay un ambiente precioso. El estadio será remodelado próximamente por grandes constructoras con mucho dinero procedente de grandes bancos, pero quizá lo más importante y más bonito es lo que ha sucedido dentro, en el interior: el cambio social, de ocupantes y habitantes. En el club no hay dinero y no se puede fichar a los mejores del mundo, porque los ricos del ayer ya no son los ricos del presente, de manera que quizá se ganarán menos títulos en los próximos años, pero ¿y si resulta que la gente se lo pasa mejor? Quién sabe. Lo dijo Alexis de Tocqueville: “en una revolución, como en una novela, la parte más difícil de inventar es el final”.

 


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Fotografía de Getty Images.