PUBLICIDAD

Lautaro Martínez, sangre de ‘Toro’

Familia de deportistas, goleador en la capital del básquet en Argentina y delantero de furia. Un viaje a los orígenes de Lautaro Martínez. Un viaje a Bahía Blanca

Lautaro Martínez

Este reportaje está extraído del #Panenka103, un número que sigue disponible aquí


 

Marzo de 2007. Bahía Blanca, Argentina. Estadio Roberto Carminatti. Torneo formativo de la Liga del Sur. Partido de la categoría 97. Liniers golea 6-2 al poderoso Olimpo en apenas una mitad y el técnico del equipo perdedor se acerca a su colega en el entretiempo para hacerle un extraño pedido. “Fijate si podés sacarlo al ‘7’. Nos está matando. Hace demasiada diferencia”.

El ‘7’ se llama Lautaro Martínez, es la nueva estrella de las inferiores del club y lleva tres goles en el clásico de la 97. El pedido sorprende a Alberto ‘Pichu’ Desideri, aunque hasta cierto punto. Por aquel entonces, el delantero del Inter tenía solo diez añitos, pero su talento y pegada ya hacían estragos en el año debut con la camiseta negra y blanca. “Era su primer año de infantiles y jugaba de delantero por afuera, más que nada por derecha. Pero ya era letal. Le pegaba muy fuerte a la pelota. Tenía un mísil y se encargaba de todas las pelotas paradas. Era muy eficaz: prácticamente cada remate al arco terminaba en gol”, recuerda ‘Pichu’ en conversación con esta revista.

Aquel día no habían pasado más que algunos meses desde que Desideri lo había visto entrar por primera vez por la puerta de la avenida Alem, junto a su hermano Alan (un año más grande) y papá Mario (joven, del 72), un muy respetado lateral izquierdo que jugó 21 años al fútbol, incluyendo tres en la B Nacional, la segunda división del fútbol argentino. En aquel entonces, ‘Lauty’ tenía ocho años, el pelo rubio, larguito, nada que ver con lo que vemos hoy. Eso sí, mostraba la misma pasión y convicción que irradia en la actualidad. “Enseguida me di cuenta de que tenía cosas distintas, en especial su velocidad y la forma de pegarle a la pelota. ¿Algo malo? No sabía cabecear”, cuenta Ramiro Sabbadin, su DT en aquellos primeros días en el club.

“Desde chiquito le encantaba el fútbol y se fue convenciendo de que sería su futuro. Cuando volvía de la escuela, dejaba la mochila en casa, se armaba el bolsito con el pantalón corto y los botines para irse a entrenar al predio”, precisa su papá. También se notaba, a temprana edad, que tenía una mentalidad distinta. “De muy pibe era profesional. Yo lo pasaba a buscar en el auto para llevarlo a los partidos y me contaba que le había pedido a la madre que le hiciera fideos blancos con queso. Sabía que era la comida que se aconsejaba en aquel momento para todo futbolista antes de los partidos. Lautaro empezó a ver que su futuro estaba en juego y se preocupaba por cada detalle. Y esa actitud fue la clave. Lo mismo que su mentalidad. No le gustaba perder ni en las prácticas. Y se mataba entrenando. Eso sí, no tenía habilidad”, analiza Desideri.

¿Cómo que no tenía habilidad? “Fijate que, incluso ahora, no tiene habilidad, me refiero a la destreza técnica. No es un tipo que sobresale por eso. Siempre jugó muy bien de espalda, es un jugador fuerte. Y de frente al arco no erra nunca. Tiene potencia y excelente pegada. Y, con el tiempo, aprendió a cabecear, que antes le costaba”. Quien habla fue testigo de los avances meteóricos de aquel delantero que, con apenas 15 años y ocho meses, debutó en la primera división bahiense.

 

Recorremos el camino que tuvo que andar Lautaro Martínez hasta convertirse en el delantero del Inter de Milán. Un ‘toro’ en la ciudad del básquet

 

16 de mayo de 2013. Estadio de Liniers. Octava fecha. El local pierde 2-0 contra Puerto Comercial, cuando Desideri se juega una de sus últimas cartas para intentar al menos empatar: decide el ingreso, a los 16 minutos del segundo tiempo, de la joya de las famosas inferiores del ‘Chivo’. “Jugá más de nueve, entre los centrales, de vértice a vértice del área. Y hacé lo que sabés, lo que hiciste siempre en inferiores”, le dice. Lautaro entra con el ’16’ y un look capilar que despierta las risas de más de uno en las tribunas del estadio Alejandro Pérez: sin pelo en el medio de la cabeza pero sí en los costados luego de sufrir el clásico ritual de los mayores en la previa de un debut con el primer equipo. Lleva dos minutos en cancha cuando sale un pelotazo largo de la defensa local y el zaguero rival, exigido, despeja mal, hacia un costado. Lautaro la acomoda de pecho entrando al área y, casi en el mismo movimiento, saca un misil esquinado. Una definición que resume lo que era de chico y sigue siendo hoy como uno de los delanteros más codiciados de Europa. Pocos minutos después, recibe, pivotea y se la cede a un compañero para el 2-2, resultado definitivo de aquel día inolvidable.

“Yo muchas veces lo digo y nadie me lo reconoce. ¡Fui yo quien le dio la primera asistencia a Lautaro Martínez! Es un honor”, cuenta, entre risas, Fernando Kessler, aquel central que rechazó mal y se la dejó servida al pibe. “Recuerdo que entró con los pelos todos mal cortados y nos hizo un gol, cambió el partido. Era un pibe de 15 años, ya te podías imaginar lo que podía venir si empezaba así”, agrega. Desideri, por su parte, explica aquella decisión de ponerlo en ese partido. “Lautaro tenía edad de cuarta pero como Liniers jugaba también el Federal A [tercera división nacional], había chances para los pibes que subían y ese día jugaron varios. Y él, en apenas dos minutos, demostró de lo que era capaz. Sabíamos que tenía grandes condiciones. En inferiores siempre marcó las diferencias. Jugaba más de delantero por afuera, incluso de enganche, pero aquel día lo centré porque necesitábamos empatar. Fue un indicio de lo que Lautaro podía dar. Era distinto, desde muy chico, y nunca se intimidó con ningún nuevo desafío”, recuerda el coach.

La pasión por el fútbol fue heredada. Hasta Luisa, su abuela paterna, fue goleadora del club Estrella de Oro en Bahía. No fue casualidad que su padre se la pasara en el potrero luego de salir del colegio hasta la noche. “El fútbol lo traía en la sangre”, explica. A los 16 años, un año más tarde de lo que lo haría su hijo (“En eso, como en todo, me ganó”, acepta, sonriente), debutó en la Liga del Sur. Fue un lateral izquierdo tiempista, capaz defensivamente pero también con recursos ofensivos, en especial un muy buen remate. “Para mí, mi viejo fue un gran jugador que no tuvo la oportunidad de llegar al fútbol grande y debió conformarse con la B Nacional. Yo le vi hacer varios goles, de tiro libre y penal. Le pegaba fuerte y bien. Y tenía oficio. Ascendió con todos los equipos que estuvo”, analiza Lautaro. Él y Alan acompañaron siempre a papá y crecieron entre vestuarios y gradas, también entre futbolistas.

“Son cosas que en el momento no te das cuenta, pero con el tiempo comprendí por qué a tan corta edad tenía esa pasión y mentalidad”, reflexiona Mario, su padre. Aquellas sensaciones potenciaron sus ganas de ser como él. “Estaban siempre metidos en el grupo, presenciaban las arengas, las charlas técnicas… Eso explica por qué Lautaro siempre tuvo esa cabeza a tan temprana edad”, continúa ‘Pelusa’, quien ya retirado siguió jugando de forma amateur mientras se ganaba la vida como enfermero a domicilio. Mientras tanto, Carina, la madre, ama de casa, ha sido el permanente sostén en la intimidad de la familia, acompañando en silencio.

TIERRA DE BÁSQUET

Bahía Blanca es una ciudad de básquet. La capital de este deporte en el país, donde incluso hay más aros que arcos en las calles. Los Martínez no son la excepción. Jano, el menor, es una de las jóvenes promesas de la ciudad. Base de 17 años, en la actualidad juega en la segunda división nacional (Liga Argentina) con Villa Mitre tras debutar a nivel nacional y en selecciones menores con apenas 14. “Lautaro es un llevador de pelota “, dice, casi en forma de cargada, “un base”, se ríe. “En su momento, a los 15, casi elige el básquet, cuando mi viejo le pidió que se decidiera por uno de los dos deportes que practicaba. Pero claro, ya era muy bueno al fútbol”, confiesa Jano.

El menor de los hermanos recuerda los 2×2 que jugaban con Alan y Mario cuando la familia vivía en la casa lindera a Villa Mitre, un pasional club bahiense. “Es verdad, siempre me gustó mucho el básquet y si no hubiese seguido con el fútbol, seguramente lo estaría intentando con el baloncesto. De hecho hoy, si tengo que elegir qué ver por televisión, prefiero un partido de básquet”, admitió Lautaro. Bahía, más allá de la enorme tradición basquetbolera, también tiene una rica historia con el fútbol. Una cuna de grandes jugadores que triunfaron en la elite, como Ernesto Lazzatti, Rodrigo Palacio, Germán Pezzella, Alfio Basile o Ángel Cappa.

Mario siempre lo acompañó, aunque lejos de la presión o la imposición. “Nunca les dije qué tenían que hacer para ser futbolistas. No era un padre obsesivo de hablarles antes de jugar, de corregirlos, de hacerlos patear horas contra la pared. Siempre los dejé jugar en libertad, que fueran ellos mismos”, explica. Lautaro asiente. “Es verdad, prefería que hiciéramos lo nuestro, no estaba todo el día diciéndonos ‘pegale así’. Nos hablaba cuando le pedíamos un consejo”, recuerda. A Lautaro, a diferencia de Alan, le salió todo más fácil y por eso, desde chico, siempre jugó en una o dos categorías mayores. Como hoy, era una furia, un delantero de momentos, capaz de cambiar todo en una jugada. Un ‘toro’.

 

La suya fue una pasión heredada. Hasta su abuela Luisa fue goleadora en Bahía

 

Tras su debut en Primera, le llegó la oportunidad de jugar en la selección de Bahía sub-17, donde descolló con grandes cifras goleadoras. Así fue que cada emisario o reclutador que llegaba de los principales clubes de Buenos Aires recibía reportes de lo bueno que era. Varios hablaron en distintos momentos con Desideri, quien se los recomendó con énfasis sin recibir las mismas sensaciones que él tenía.

“Tuve varias discusiones con ellos y recuerdo una puntual con quien era el buscador de talentos de Boca en nuestra región. Fue luego de que Lautaro superara los 40 goles en un año. Cuando le dije que era el mejor delantero de su edad, que la Liga del Sur no era cualquier competencia, me dijo que ellos tenían tres delanteros en la 97 que eran unos animales, que la rompían, que Lautaro no iba a estar a su altura. Siempre sintieron que lo que tenían era mejor y nunca le dieron bola”, cuenta el entrenador sobre el departamento de reclutamiento que en aquel momento dirigía Alberto Coqui Raffo. De los delanteros a los que se refería, por cierto, solo uno llegó a Primera: Alexis Messidoro, quien debutó en 2016 como volante ofensivo, causando una gran sensación, aunque luego apenas jugó un puñado de partidos en la Primera de Boca antes de ser cedido.

Desideri no es el único testigo de cómo Boca rechazó a Martínez. Ignacio Dobri, excompañero de Mario y primer representante que tuvo Lautaro, lo llevó a Buenos Aires. Los clubes que decidieron probarlo fueron Boca y San Lorenzo, y ambos lo rechazaron. “En San Lorenzo estuvo un solo día”, rememora Dobri, y continúa: “Lo de Boca tuvo otra entidad. El DT de la categoría incluso me dijo que le iba a tirar los centrales de la selección. Yo le dije: ‘mejor, así podés ver bien su potencial’. Yo vi la práctica y Lautaro jugó bárbaro, pero el técnico me dijo que corría con los talones, que lo veía lento y que ‘los ‘9’ de Boca tienen que ser rápidos’. Yo enseguida pensé en Palermo, el goleador histórico del club, que precisamente no era rápido… Pero bueno, son criterios. O urgencias. Boca buscaba talentos para ese momento, para que metieran 20 goles ese año, en vez de mirar en el desarrollo. De hecho, esa persona me aclaró que Boca solo reclutaba jugadores de rendimiento inmediato. Se enfocaban en el corto plazo sin pensar que, luego, en Primera, todo se empareja. Para mí el potencial de Lautaro estaba claro. Imaginate que en ese entrenamiento estuvo a la altura de rivales que llevaban cuatro años con un plan de trabajo superior al suyo. Eso daba un parámetro claro de lo que podía hacer si lo entrenaban de la misma manera que a los chicos que ya estaban”.

Lo que serían las vueltas de la vida: tres años después, Martínez tendría un partido consagratorio en la Bombonera (un gol y un asistencia para el 1-2 de Racing) y pocos meses después, el presidente de Boca, Daniel Angelici, haría una oferta de 15 millones de dólares que Racing rechazaría por saber que su crack tenía destino europeo asegurado. Está claro que lo que desaprovechó Boca, lo aprovechó Racing. Puntualmente, Fabio Radaelli, el coordinador de inferiores de la ‘Academia’ allá por noviembre del 2013. Quizá mucho tuvo que ver, además de su ojo clínico, que Fabio fuera oriundo de Benito Juárez. Por ser de esta ciudad, cercana a Bahía, el lateral derecho surgido de Ferro conocía muy bien la (buena) competencia de la Liga del Sur y la destacada cantera del club Liniers. Por eso tuvo otro acercamiento a aquel entrenamiento de la selección sub-17 de Bahía. “Yo ya sabía que podía encontrar algún jugador interesante. Y cuando lo vi a Lautaro, me sorprendió la efectividad que tenía en sus acciones. Todas eran intervenciones muy buenas. Pregunté quién era, de qué equipo, recibí informaciones y rápidamente recomendé el fichaje. Recuerdo haberle dicho a Adrián Fernández, el presidente del fútbol amateur e infantil de Racing, que el club debía realizar el esfuerzo que tuviera que hacer porque era un chico con mucho futuro y había escuchado que había otros clubes interesados, como Vélez”, explica hoy.

Adrián Fernández recuerda cuando lo llamó Radaelli para decirle que había visto a un gran proyecto. Y también su primera reacción, en principio la misma que Boca y San Lorenzo. “Estábamos completos, en la categoría y en la pensión. Pero Fabio me dijo: ‘tenés que verlo, este es un monstruo’. Me insistió tanto que lo viéramos que lo trajimos a la semana a Buenos Aires. En la primera práctica nos dimos cuenta de que era diferente, que había que hacerle un lugar. Hablamos con el presidente y le dimos para adelante. Por suerte pudimos resolverlo de forma rápida”, cuenta. La decisión, igual, no fue tan fácil, por culpa de la familia. “La madre no quería que viniera y él tenía algunas dudas por las malas experiencias en Boca y San Lorenzo, pero supo que era el momento”, recuerda Alberto ‘Beto’ Yaqué, su representante actual. La pieza que faltaba para cerrarlo fue justamente la relación de Jorge Cordon, DT de la Reserva de Racing, con Yaqué, excompañeros en el Ferro de finales de los 90.

La invitación de Radaelli para que la familia conociera el club y el predio fue el detalle que convenció a los Martínez. “Tengo un enorme agradecimiento a la familia por haber confiado en mí sin conocerme”, recuerda Fabio. El reconocimiento es mutuo. “Y yo le agradezco haber confiado en mí, sin siquiera tomarme una prueba. Me ayudó en la pensión, a que estudiara en el colegio de Racing y hasta me dejó llegar una semana más tarde para que tuviera vacaciones después de la Liga del Sur”, describe Lautaro. Radaelli se ríe cuando escucha el agradecimiento de su ‘pollo’. “Lo cargo siempre que lo veo: le digo que yo lo saqué del viento y la tierra de Bahía. Pero él la devuelve diciendo que me hizo famoso”, cuenta antes de cerrar con una aseveración de lo que se viene con el ‘Toro’. “Será el delantero de la próxima década para la selección. Marcará una época, como Batistuta en su momento”, cree el exentrenador de Ferro.

TRAS LOS PASOS DE MILITO

Lautaro llegó a Racing en 2014, todavía con 16 años. Y si bien rápidamente cuajó en lo futbolístico, con muchos goles (26 en 26 partidos en la sexta división) y actuaciones ilusionantes, lo emocional le costó bastante y hasta estuvo cerca de regresar a Bahía. Los Martínez son una familia muy unida y estar lejos de sus seres queridos les costó a todos. “Sentimos orgullo y emoción con su partida a Racing, porque era su sueño y significaba mucho para él. Pero a la vez fue difícil desprendernos. Al que más le costó fue a Alan. Lo hacían todo juntos en Bahía, y cuando se fue ‘Lauty’, tuvo ataques de epilepsia. La separación le causó convulsiones y tuvimos que tratarlo”, recuerda Mario.

Aquel problema de salud preocupó a Lautaro y casi es el detonante de su regreso a Bahía. “A las dos semanas llamó diciendo que se volvía porque nos extrañaba mucho. Nos contó que la vida en la pensión era muy distinta”, detalla el padre, quien para convencerlo hasta le dijo que la familia pensaba irse a vivir a Buenos Aires para que estuviera más cómodo. Lautaro dijo que no, que aguantaría.

En ese momento difícil, dos personas fueron determinantes. Yaqué fue una. El hoy representante le abrió la puerta de su casa y la compañía de sus hijos fue importante en aquellos momentos de debilidad. Y segundo, Brian Mansilla, compañero de pensión y delantero como él, quien lo convenció de quedarse con una charla que puede resumirse en una frase: “Tenés que aguantar, estamos cerca de jugar en Primera”. Lautaro deja claro lo importante que resultó Brian en esos días. “Es verdad, me quería volver a Bahía, pero él me convenció de que me tenía que quedar, disfrutar de algo que era único. Siempre le voy a estar agradecido”, asegura. Mansilla, además, tenía razón: poco más de un año después, en octubre del 2015, el ‘Toro’ cumplía su sueño: reemplazaba a Diego Milito ante Crucero del Norte y debutaba en la Primera del fútbol argentino.

 

“Lautaro es un llevador de pelota, un base”, ironiza su hermano. “Casi elige el básquet”

 

Martín Navarro es un amplio conocedor del mundo de Racing, pasó por una agrupación y entabló una relación cercana con Martínez. “Es verdad que le costó, que extrañaba y estaba perturbado por lo del hermano, pero se fue acomodando porque es muy centrado y maduro. Desde que llegó noté que tenía una cabeza diferente. Recuerdo que lo primero que hizo cuando se mudó a un departamento, tras dejar la pensión, fue pedirle un nutricionista a su representante. No era algo común en los chicos de esa edad”, asegura. Ya había quedado atrás su fulgurante etapa en inferiores, en la que anotó 53 goles en 64 partidos. El paso de Reserva a Primera pareció no modificarle mucho, aunque él asegura que “el cambio fue notorio, por la intensidad y tensión con la que se juega”. Al tercer partido oficial, en abril del 2016, lo expulsaron.

Ocurrió en un duelo importante ante Argentinos Juniors, y eso lo golpeó. Dos amarillas en cinco minutos que dejaron al equipo con diez. Un error de novato. “Sentí mucha culpa y me costó levantarme porque en ese momento tenía muchos delanteros importantes por delante y no podía desaprovechar una oportunidad así. Me castigué mucho pero enseguida entendí que el único que podía cambiar la situación era yo”, admite. El padre acepta que era una de las cosas que debía mejorar. “Sí, siempre fue muy ‘calentón’. Los defensores lo sacaban cuando le hablaban pero de a poco lo fue cambiando y ya casi no le pasa más”, opina.

Otra de las características de Lautaro es su profesionalismo y alto nivel de autocrítica que le permite trabajar en detalles que, para el resto, pasarían inadvertidos. “Es así. Después de los partidos analiza las imágenes, lo que hizo bien y mal. No solo los goles, va a los detalles para mejorar o no repetir errores”, precisa Yaqué. Navarro cuenta una anécdota que refleja esa situación. “Cuando estaba en Racing miraba fútbol todo el tiempo y era de fastidiarse cuando las cosas no le salían. Incluso si había jugado bien… Cuando la rompió en la cancha de Boca, nos juntamos a la noche y vimos el partido. Y, pese al gol y la asistencia que dio, no estaba del todo conforme porque decía que había cometido errores que no debía. Te marca su exigencia y perfeccionismo”, grafica.

A partir de aquel debut en Racing, en el verano del 2016, todo pasó muy rápido para Lautaro. Como es habitual en aquellos que tienen destino de llegar a grandes cosas. La vidriera de Racing le dio la primera oportunidad a nivel selección. Y no la desaprovechó. Fue goleador y figura del Torneo de L’Alcudia 2016. En 2017, en el Sudamericano sub-20 de Ecuador, también fue uno de los goleadores del equipo que se clasificó con lo justo al Mundial.

A la vuelta se encontró con la titularidad en Racing por la lesión de Lisandro López y no la largó más. Durante 2017 resultó figura en partidos clave que permitieron la clasificación a la Copa Libertadores de ese año y disputó el Mundial Sub-20 en Corea del Sur. Una fractura en el quinto metatarsiano del pie izquierdo demoró su convocatoria con la absoluta, porque en ese momento Jorge Sampaoli ya lo estaba siguiendo. Tras el debut, en marzo del 2018, en el peor escenario, aquel 1-6 ante España, Lautaro se quedó afuera del Mundial, un dolor que pudo menguar gracias a su fichaje por el Inter, el equipo en el que triunfó, casualmente, Milito.

Con la llegada de Lionel Scaloni, fue uno de los primeros nombres que comenzó con la solicitada renovación y hoy, además de ser una de las grandes esperanzas nacionales para la próxima década, sigue creciendo en Milán a la espera de dar un nuevo salto de calidad. Pero, claro, todo empezó en Bahía Blanca, siempre dejando claro que era distinto: en su juego, en su profesionalismo, en su mentalidad y en su ambición. Porque, aunque estuviera brillando a 600 kilómetros de Buenos Aires, Lautaro siempre supo que iba a llegar al fútbol grande. Nada, está claro, es casualidad.

 


SUSCRÍBETE A LA REVISTA PANENKA


Fotografía de Getty Images.