Sesenta minutos. Ese es el tiempo de antelación con el que Manel Vich llega al Camp Nou los días de partido. Apenas el tiempo preciso para que las 94.934 butacas del estadio vayan siendo ocupadas por muchos hinchas, más turistas y alguna que otra persona atraída por esta multinacional del fútbol que familiarmente todos llaman Barça. Sin prisas, como si caminara con los ojos cerrados por alguno de los pasillos de su casa, Manel da pasos cortos que lo llevan por el corredor de la tribuna de prensa hasta la cabina situada en la esquina del arco norte. Es invierno y esta noche viste chaqueta de cuero larga, que le baja hasta su cadera, suéter rojo, camisa de cuadros pequeños, corbata y pantalón gris claro. Nada alusivo al equipo de sus amores, solo el sentimiento filtrado a través de sus cuerdas vocales.
Entre saludos, estrechones de mano y palmadas en la espalda de sus compañeros, Manel deja de ser ese hombrecito de 75 años que por momentos se ve frágil. Deja de ser el abuelo de Iñaki, el esposo de Blanca, el padre de tres hijos y se transforma en el speaker del Camp Nou. Un superhéroe para la hinchada culé. Alguien a quien todos oyen, casi nunca ven, pero que se siente tan fuerte como el frío que esta noche baja por las gradas del estadio. Sin capa y máscara, de traje de civil, Manel sólo tiene esa voz de barítono como arma para enfrentar otra jornada futbolera en el templo culé. Para este catalán, ser locutor es un oficio que viene haciendo desde hace más de 50 años, cuando aún soltero y “por casualidad”, la voz metida en ese cuerpo fue requerida para anunciar por un altavoz, sujetado con alambre y puntillas, el nombre de un jugador al que le entregaba una placa como reconocimiento.
Desde que empezó a locutar, hace más de 50 años, Manel no ha recibido una peseta o un euro por su trabajo
“Entonces era un chico de 18 años que estaba currando en Ràdio Hospitalet”, dice engordando un poco la voz. De inmediato el lugar donde hablamos se convierte en una radio gigante. Cuenta que estaba cubriendo el encuentro para su emisora, pero no recuerda qué partido fue, quizás un Barcelona-Elche. El juego se terminó. El homenaje se hizo. Manel habló y, en ese momento, al oírlo el jefe de personal y jefe del antiguo campo de Les Corts, le dijo: “Mira, aquí no hay nadie que dé las alineaciones de forma fija, yo te veo a ti como un chaval con ganas de hacer cosas. Si te gusta y puedes venir, adelante”. Así comenzó, a mitad de temporada en Les Corts. Pero tampoco puede rememorar esa primera vez. Son muchas tardes, muchas noches, y los juegos y las alineaciones van y vienen, y se mezclan en una sola jornada de fútbol. “He visto todos los partidos de Copa de Ferias, de Liga, amistosos, de Copa de Europa, de Copa del Rey y es imposible recordar el partido en el que debuté. Hoy me gustaría tener esa primera alineación que recité, pero no la guardé. Así son las cosas”, confiesa.
LOCUCIONES ALTRUISTAS
En la cabina, mientras un ingeniero de sonido y un técnico ajustan los equipos para que su voz se oiga en todos los rincones del estadio, Manel enciende el primero de los siete, ocho, ¿nueve? Marlboros que se fumará, a pesar de los avisos de prohibido, durante el partido.
“Manel, me lo imaginaba más alto”, le suelto entre una nube de humo que apenas lo deja ver. Abajo, los dos equipos que se enfrentan esta noche, hacen el calentamiento en el campo. Manel se ríe. Y yo le explico que cuando uno lo oye, afuera, sentado en una de esas butacas o en alguna mesa de prensa, se escucha la voz de un gigante, que quizás pase de los dos metros. “Pues yo me siento muy normal”, contesta detrás del cigarrillo. “Lo que sí soy es una persona afortunada, porque soy uno de los más de 100.000 socios que tenemos vínculos con el Fútbol Club Barcelona. El que yo sea el escogido de entre ese número me llena de orgullo, porque hay cosas que no se pagan con dinero”. Y aunque esta frase suene a comercial de tarjeta de crédito, en la voz del Camp Nou se oye franca. Quizás por el brillo que aumenta en sus ojos. Tal vez por el tono con el que lo dice y lo siente. A continuación reafirma que durante todo este tiempo jamás ha recibido un duro, peseta o euro por su trabajo como locutor oficial del estadio. “Económicamente cero, pero me pagan con el afecto, las amistades, el conocimiento y esto es mi patrimonio”, agrega la voz dejando salir un aire de nostalgia.
Su voz es fuerte. Es un vozarrón que se desborda de su garganta. Por momentos me recuerda a voces de la radio colombiana. Dos nombres llegan a mi cabeza: Carlos Arturo Rueda C. y su “colorido mundo del deporte” o, en otro nivel, al ‘Barítono de oro’ Carlos Julio Ramírez, famoso cantante cundinamarqués que trabajó en Hollywood, para la Metro Goldwyn Mayer, durante la década de los 40. A la hora de escoger el mejor futbolista que ha visto en toda su carrera, el locutor no lo duda un segundo: “Ninguno como Kubala. En este club han jugado los mejores de la historia, menos Pelé y Di Stéfano, pero definitivamente ninguno como Kubala”. Ese es el ídolo de su vida. Cuenta, con los ojos, además de brillantes ahora acuosos, que lo vio de la mano de su padre. Cuando éste lo llevaba de niño al antiguo campo de Les Corts.
“Bona nit i benvinguts a l’estadi (Buenas noches y bienvenidos al estadio)”, dice Manel en su catalán natal dentro de la cabina cálida, gracias a la calefacción. Después de nombrar a cada jugador, deja un silencio, un breve espacio de tiempo, “la paradinha”, para que el hincha culé responda con una ovación a cada uno de los futbolistas. Manel ve el juego concentrado y a veces manotea como si fuera el propio técnico dando indicaciones a los jugadores. El partido se termina y apurando las últimas tapas de jamón ibérico, croquetas de bacalao, montaditos de aceitunas y pimientos que el servicio de comida ha dejado en la cabina, celebra la victoria. Manel se despide de sus compañeros, se pone la chaqueta negra y baja como cualquier otro de los miles de hinchas que esa noche conforman la riada blaugrana. Y procurando pasar desapercibido, se pierde entre la gente. Tiene razón, es uno de muchos; con la salvedad de que su voz calienta un estadio que da siempre la sensación de frío.