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La generosa zancada de Faustino Asprilla

Fue uno de los mejores delanteros del mundo en los años 90. Le vendió su alma al diablo para una vida de fortuna, talento, humor, desborde y derroche

Nació en Tuluá, en el Valle del Cauca, una de tantas zonas tórridas de Colombia. De labio fecundo y mirada ausente, necio y gamberro desde sus primeros años, mimado para algunos, insoportable dirían quienes lo conocieron, negro ebúrneo tallado a machete, su destino pasaba por jugar al fútbol porque nadie lo hubiera soportado haciendo otra cosa. Doña Marcela, su madre, dijo que lo dejaran al muchacho, que si quería ser futbolista, mijito, pues de buenas. Y así de Tuluá habría de llegar a Cali, de Cali al Cúcuta Deportivo y, de allí, al Nacional de Medellín. Imparable, vertiginoso, como fue su carrera. La trayectoria de Faustino Hernán Asprilla, no lo duden, siempre estuvo marcada por una suerte de pacto con un diablo tan desbordante como socarrón.

Tumbado en una hamaca de su hacienda San Tino en Tuluá, con las rodillas hechas añicos, con las patadas todavía vivas en sus piernas, es fácil imaginarse al Tino Asprilla recordando hoy de vez en cuando los graderíos del Ennio Tardini o St James’ Park coreando su nombre. Fue uno de los mejores delanteros del mundo en los años noventa, poderoso, contundente, vertical, codiciado por los más grandes. Emblema de un Parma glorioso que, Parmalat mediante, competía por encima de sus posibilidades, era un ariete totémico y veloz que, en sus días buenos, podía deslavazar por sí solo las defensas contrarias. Al lado de Brolin, Zola, Dino Baggio, Sensini y tantos otros, Asprilla se convirtió en icono de un fútbol de mangas anchas y vagos aires de rap. ‘Gacela Negra’, ‘Fausto’, ‘El Tino’ y ‘The Octopus’, con el ’11’ en la espalda y dando media voltereta, sus diversos apodos dan cuenta todavía de aquello que fue y también de lo que pudo haber sido.

Un futbolista de largo recorrido en la cancha pero mucho más fuera de ella. La lista de sus escándalos, algunos reales y otros alimentados por el propio protagonista, es del todo inagotable. Peleas con la prensa, juergas y parrandas en perpetuo descarrío, actos de indisciplina con sus entrenadores, tiros al aire y tenencia ilícita de armas, graves accidentes de tráfico y, por encima de todo, un mujeriego incorregible que, como veremos, se creía con todo el derecho y hasta la obligación de serlo. Puestos a fabular aunque no tanto, en esa cosa del realismo mágico que nos inventamos los europeos, en lo que aquí es llanamente realismo, no resulta difícil pensar que por toda Colombia debe haber regados tantos hijos con los genes de ‘El Tino’ como José Arcadios y Aurelianos por los alrededores de Macondo.

 

Un futbolista de largo recorrido en la cancha pero mucho más fuera de ella. La lista de sus escándalos, algunos reales y otros alimentados por el propio protagonista, es del todo inagotable

 

Cyndi Lauper y Fernando Couto

El calcio de los primeros noventa se antojaba un lugar idóneo para colmar y trascender los deseos de Asprilla. Lujos a espuertas, dinero a raudales, vicio a gogó: “Comprar Ferraris era como comprar una gaseosa”, dijo en una entrevista a Caracol TV. La fama de libertino que traía desde Colombia adquirió en Italia una nueva dimensión. En sus primeros años en el Parma lo relacionaron con la actriz porno Petra Scharbach. Él lo tuvo que desmentir de forma poco categórica: “Nunca salí con ella, ojalá…”. Junto a compañeros como Massimo Crippa, en palabras de Asprilla “el tipo más mujeriego en el planeta Tierra”, algo que es mucho decir, ‘El Tino’ conocería y gozaría la noche sin límites de Milán. Asiduo de locales de moda como la discoteca Hollywood, el ariete colombiano se codearía con Steven Seagal, Madonna, Naomi Campbell o Claudia Schiffer. Entre todas las anécdotas, ninguna tan bizarra como el día en que se encontró con Cyndi Lauper rodeada por quince travestis que se dedicaron a perseguir con denuedo a Fernando Couto y su pelazo.   

Puestos a escoger, tres fueron los días memorables en la leyenda de ‘El Tino’. Dos se los debemos al fútbol, el otro a la naturaleza. Comencemos por este último. El día de su debut con la selección de Colombia, un 6 de junio de 1993 en el estadio El Campín de Bogotá, los dones secretos de Asprilla serían revelados. En una anécdota que nunca se ha cansado de repetir, Faustino recuerda que para aquel partido olvidó guardar en su maleta los calzoncillos. Eso habría de dejarlo en una libertad tan incómoda como desenfrenada. Así lo relataba él mismo en una entrevista: “Eso fue una tortura pa’ mí, cada vez que iba corriendo yo sentía que se me salía algo, me la pasé todo el tiempo bajándome la pantaloneta, pero hay momentos en que es imposible. Y, claro, en una de esas se me olvidó y se me salió esa cosa ahí, vea”.   

Y, en efecto, la cosa salió a la luz. Toda Colombia asistió sorprendida a una especie de anunciación de la anaconda ancestral, de una criatura mítica, afrodescendiente, tenaz, generosa. La sierpe culebreaba por fuera del pantalón. Las comparaciones con una estampa semejante de Butragueño siguen siendo odiosas. La fotógrafa Liliana Toro tomaría la instantánea que habría de glorificar definitivamente al Tino. Como ella misma dijo, no fue consciente hasta revelar la fotografía y llegar con ella a la sala de redacción: “Me morí de risa porque el periodista creyó que era una vena o algo extraño”. Un tendón, el trípode de la cámara. Primero en blanco y negro, después en color y, finalmente, en un póster a toda página en la revista Deporte Gráfico. El símbolo sexual de Tuluá, un símbolo al que el propio Asprilla no ha dejado nunca de echar candela, acababa de brotar a ojos del mundo entero.    

 

Al lado de Brolin, Zola, Dino Baggio, Sensini y tantos otros, Asprilla se convirtió en icono de un fútbol de mangas anchas y vagos aires de rap

 

Volviendo al fútbol, ahora sí en su justa medida, la consagración internacional de Asprilla habría de llegar en el célebre 0-5 que le endosó Colombia a Argentina en las eliminatorias para el Mundial de Estados Unidos. Punto álgido de la generación de ‘El Pibe’ Valderrama, René Higuita, Óscar Córdoba o Leonel Álvarez; Asprilla se convirtió durante la segunda parte en un vendaval que, con espacios, a la contra, destrozó por completo a los Simeone, Redondo, Borrelli, Ruggeri y compañía. Dos goles, maravilloso el segundo en perfecta parábola sobre Goycoechea, ‘El Tino’ sobrevoló aquel día el Monumental como un caballero oscuro, elegante y letal, que hizo levantar de su asiento a Maradona.

Cuatro años después, en 1997, ya jugando en el Newcastle, Asprilla marcaría un hat-trick al Barcelona en el primer partido de la fase de grupos de la Champions. Haciendo pareja en la punta de ataque con el danés Tomasson, asistido desde la banda por la velocidad de Keith Gillespie, Faustino mostró de buen inicio todas las vergüenzas del equipo de Van Gaal, con Celades, Nadal y Reiziger desbordados en defensa. Un gol tras un penalti provocado por él mismo al que siguieron dos poderosísimos remates de cabeza contra los que nada pudo hacer Ruud Hesp. Tres goles que, volviendo la vista atrás, representaron el canto de cisne de un jugador que, a pesar de las lesiones de menisco, también supo adaptar su estilo a la Premier.        

Limusina y profilácticos

Tras un periplo con la rodilla destrozada que habría de llevarlo por toda Sudamérica a equipos como Palmeiras, Atlante, Universidad de Chile o Estudiantes de la Plata; su retirada del fútbol no pudo por menos que tener esa mezcla de cutrerío y kitsch a la que en Colombia dan el nombre de mañé. Con un partido de homenaje que enfrentó a sus compañeros del Nacional de 1992 con algunos de los mejores jugadores colombianos de su época, ‘El Tino’ tomó la decisión de llegar a la cancha en limusina y vestido de etiqueta. Las imágenes de la limusina recorriendo el fondo sur del estadio Atanasio Girardot de Medellín todavía producen una mezcla de asombro, vergüenza ajena, envidia y placer culpable. Asprilla, siempre consecuente, lo resumiría y justificaría mejor que nadie: “Yo siempre he sido un jugador de esmoquin”.   

 

Rendidas las gradas del Atanasio Girardot, del Monumental, del Ennio Tardini y de St James’ Park. Esa zancada potente, inapresable, descontrolada. Como quien cae enrabietado de un palo de mango

 

Tras dejar el fútbol, la vida del Tino Asprilla habría de seguir por la senda del exceso. Siempre alérgico a la indiferencia, en cualquier momento en boca de todos, Fausto se convirtió en una de las celebrities más conocidas del país. Personaje por cuenta propia de la prensa del corazón, burlador de sí mismo, Asprilla sería por ejemplo el primer hombre en protagonizar un desnudo frontal en Colombia, para la revista Soho en 2007; un desnudo que, por cierto, confirmaría todo lo anunciado en su debut con la selección: “Cuando yo estaba pequeño no me hicieron la circuncisión sino la circunvalación”, diría por entonces en una entrevista a Semana. Aprovechando el tirón, unos años después, en 2016, acompañado por ‘El Pibe’ y Freddy Rincón, presentaría su propia marca de preservativos: Condones Tino. Con su rostro en el envase, burlesco, tropical y rollizo Don Giovanni, ahí se le veía contorsionado en las muecas más extrañas que imaginarse puedan. Y, como él mismo se encargó de recordar para no limitar las ventas, con tallas para todos los gustos.   

De vuelta a Tuluá, en ese calor tórrido del Valle del Cauca, cerca de las selvas del Chocó y en la humedad del Pacífico, es fácil evocar a Faustino Asprilla, la barriga ya prominente, con un ron doble con cara de triple junto a la piscina de su finca San Tino. Una mansión de telenovela, con jacuzzi de varias plazas, por supuesto, pero también con criadero de caballos, su otra gran pasión. Fausto le vendió su alma al diablo para una vida de fortuna, talento, humor, desborde y derroche. De largo recorrido. Imprevisible. Gafas negras y pantalón corto. Vividor. Rendidas las gradas del Atanasio Girardot, del Monumental, del Ennio Tardini y de St James’ Park. Esa zancada potente, inapresable, descontrolada. Como quien cae enrabietado de un palo de mango. Y para terminar el día, un roncito añejo, vea.