Un viejo trajeado irrumpía como un ciclón en el vestuario del Bournemouth después de acabar el partido, con el mismo aspecto que ese tipo que se bebe cinco coca-colas de un trago y luego, preso de una inconsciencia desaforada, se mete un Mentos cuello abajo. Una bomba humana a punto de estallar. Así lucía el infiltrado a los pocos minutos de que su equipo le hubiera dado la alegría de su vida, ganándole por 3-0 al Bolton y dejando prácticamente sellado su primer ascenso a la Premier League. Gritos entre eufóricos y delirantes, unos ojos con el enfoque difuso y todo el pelo blanco bañado en champán. Iba abrazando como un poseído a todo jugador que se le cruzara por delante, cuando por sorpresa dos de ellos, Mark Prugh y Harry Harter, lo subieron en brazos y empezaron a mantearlo, mientras un tercero, el delantero Callum Wilson, le soltaba un par de cachetes en el culo en medio del jolgorio. Los periodistas allí presentes no daban crédito. La locura se había apoderado de la trastienda de Dean Court Ground.
No era para menos. Ese anciano en pleno subidón responde al nombre de Jeff Mostyn, es el actual presidente del Bournemouth, y fue el mesías que en 2007, cuando faltaban apenas cinco minutos para que diera comienzo la rueda de prensa en la que se iba a hacer oficial la desaparición del club, extendió un cheque de 100.000 libras que reflotó el futuro de los ‘cherries’. Mostyn, aficionado desde pequeño del Manchester City, apareció en el último momento para salvar a esta pequeña institución del sur de Inglaterra, que agonizaba por el peso de las deudas y que fue descendida un año después del rescate a la League Two –cuarta división del país-, donde tuvo que empezar el curso con 17 puntos menos debido a una sanción administrativa. También fue crucial la inyección de capital que en el año 2011 aportó el magnate ruso Maxim Demin.
Flirtear con el infierno puede chamuscarte los botines, pero también curte. Se te endurece tanto la planta que luego pegas un brinco con el que te zampas cuatro categorías en siete años y aterrizas en Stamford Bridge sin hacerte un rasguño, con la inocentada, dispuesto a redimir tanto sufrimiento. Algo así le está pasando al Bournemouth, que en enero de 1997 ya burló otra quiebra. 116 años de historia dan para mucho, también para una ración fecunda en sustos. En esa ocasión, sin embargo, no hubo inversor de última hora que sacase las castañas del fuego. La plantilla de entonces tuvo que bajar a la calle (algunos incluso se arrodillaron) a pedirle a la gente que colaborara con la causa. Las huchas con la inscripción “Save the Cherries” circularon por todos los portales. Y gracias a las aportaciones de sus aficionados, se espantó el mismo fantasma del adiós que volvería una década después con ansias de revancha.
Entre esos futbolistas que no tuvieron otro remedio que pedir limosna para seguir jugando, estaba Eddie Howe, otro personaje que merece negrita y párrafo aparte en esta historia. Howe vistió la camiseta del Bounemouth durante casi toda su trayectoria, hasta que una lesión en la rodilla le retiró antes de los treinta. En 2009, se unió a Mostyn y a Demin en el intento de hacer renacer a la entidad, cogiendo el toro por los cuernos desde el banquillo. Y ahí sigue, más de un lustro después, sin una cana y con tres ascensos en el bolsillo. No le tembló la voz cuando tuvo que pedirle a Brendan Rodgers, tras caer derrotado su equipo contra el Swansea, si podía acudir a alguno de sus entrenamientos para tomar nota. Su aprendizaje con la pizarra fue tan apresurado como la propia mejora de sus chicos, que este fin de semana le robaron la primera plaza al Watford con una línea de zagueros, por cierto, igualita a la que disponían durante su reciente etapa en la League One.
Bournemouth buscará a partir de finales del próximo agosto arañar una pizca de protagonismo en la liga más cool del panorama. Le ha llegado la hora a una ciudad que empieza a sentirse cómoda como símbolo de la contracultura británica actual. Un destino turístico costero en un país que no es de costas. Un enclave que reposa bajo un cielo sosegado los días que en Londres llueve a cantaros. Un hogar situado en el mercado futbolístico más opulento del continente, y en el que sin embargo su mejor equipo subsiste con un presupuesto infinitamente inferior del que puede presumir, por ejemplo, un Manchester United.
A estas primeras divisiones de hoy cada vez más previsibles y tiranizadas, mal que pese a algunos, se les siguen colando milagros disfrazados de cenicienta. Carpi, Paderborn, Eibar… Y Bournemouth. Que nadie toque al héroe.