PUBLICIDAD

Gullit de Oro

A los pocos meses de llegar a Milán, Ruud Gullit se llevó el Balón de Oro. En su última temporada en el PSV demostró que estaba para cosas muy grandes

Era 1985 y Ruud Gullit venía de romperla en el Feyenoord después de hacer sus primeros pinitos en la Eredivisie con el Harleem, donde se llevó el premio de ser el futbolista más joven en debutar en la máxima categoría del fútbol neerlandés. Tras aquella segunda parada en Róterdam, llegaron cantos de sirena desde Eindhoven, donde necesitaban revertir una situación que se les comenzaba a atragantar. Ocho años llevaba el PSV sin levantar el título de campeón liguero. Ocho años, para el segundo equipo más laureado del país, era una eternidad. Ocho años que se esfumaron de golpe con la llegada de un Ruud Gullit que, con aquel traspaso, se ganó la antipatía de los seguidores del Feyenoord.

Dos años en Eindhoven fueron suficientes para poner la Eredivisie patas arriba y, de paso, convertirse en uno de los futbolistas más deseados de toda Europa. 46 goles en 68 partidos de liga pueden hablar por sí solos. Y si a eso le sumas que fue el máximo goleador del equipo en la 85-86 y escogido el Futbolista del Año en su país, pues queda poco más que añadir para entender que los mejores clubes del continente anduvieran detrás de un tipo que, pese a no ser un delantero al uso, jugando realmente de centrocampista, marcase más goles que prácticamente cualquier ‘9’. Un físico portentoso, lectura del juego, polivalencia sobre el césped. Todo eso era Ruud Gullit. Un jugador que aunaba en su fútbol infinidad de cualidades; algo poco habitual entonces y que le valió las etiquetas de ‘futbolista moderno’ y ‘jugador total’.

 

Aunque el Balón de Oro lo recogiera ya como ‘rossonero’, el premio se lo llevó por pasar por encima de cualquier tulipán que se le pusiera en medio del camino

 

Por todo ello, claro, Europa entera se frotaba las manos. Y el Milan fue el más rápido de los grandes clubes del continente. Desembolsó alrededor de siete millones de euros, convirtiéndolo entonces en el jugador más caro del mundo, incluso por encima de Diego Armando Maradona en su desembarco en Barcelona, y se lo llevó para el calcio. Ahí, en San Siro, formaría uno de los tridentes más míticos que se recuerdan junto a sus compatriotas Frank Rijkaard y Marco van Basten. Y ya en su primera temporada en Italia conquistó el Scudetto. Antes, eso sí, mediado el curso, la revista France Football lo declaró como el mejor jugador del año, otorgándole el Balón de Oro de 1986. Por lo que hizo en los primeros meses en Milán. Pero, sobre todo, por la huella y el vacío que dejó en su último año en la Eredivisie vistiendo la camiseta del PSV.

Porque en aquel último año el club de Phillips, liderado, obviamente, por Gullit, fue un auténtico rodillo. Solo dos derrotas en toda la liga. Apenas cinco empates. Todo lo demás, victorias. Muchas por goleada. Y en la gran mayoría de ellas el nombre de Ruud Gullit aparecía entre el de los goleadores del encuentro. 20 partidos viendo puerta, con 24 tantos en total y 12 asistencias. Casi nada. No podía haber mejor despedida de su país. Fue por todo lo alto. El siguiente paso era una liga de mayor nombre, quizá la mejor en esa época. Y aunque el Balón de Oro lo recogiera ya como ‘rossonero’, el premio se lo llevó por pasar por encima de cualquier tulipán que se le pusiera en el camino.