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Gracias todavía

Maxi Rodríguez volvió a su casa, a Newell's, y lo hizo a lo grande. Tras un breve paso por Peñarol, se reestrenó con el club de sus amores firmando un gol ante Boca

“De nuestros miedos nacen nuestros corajes y en nuestras dudas viven nuestras certezas. Los sueños anuncian otra realidad posible y los delirios otra razón. En los extravíos nos esperan hallazgos, porque es preciso perderse para volver a encontrarse”

Eduardo Galeano

Y volvió, como la vez anterior. Con una mochila mucho más pesada. Una bolsa que había llenado de experiencias y también de lágrimas, de amor y también de melancolía. Era su enésimo retorno a casa, él lo sentía como otro capítulo más de esa extraña historia de amor que algunos cuerdos entienden. Porque para llegar a interpretar ese apego por algo inmaterial que habita dentro suyo, se necesita tener las ideas claras.

Esta vez no venía desde la otra parte del mundo, volvía de ‘acá nomás’. “Había dejado muchas cosas en casa. Igual demasiadas…”, pensó él cuando abrió la puerta principal después de aparcar el coche. De esas sensaciones extrañas que uno tiene cuando regresa a su hogar. “Ay, las llaves, la puta madre…”, revolviendo de entre los bolsillos y rebuscando en la maleta. Y se entretuvo observando el hall y la cocina, viendo que todo estaba en su sitio. Bueno, claro, en el sitio que vagamente él recordaba haberlo dejado todo. Porque parece que haya pasado una eternidad, pero no es así. Un año y medio. Suficiente para llegar, ver y ganar. Alguno seguro que ya lo habría definido de esta forma. Si no es así, ya lo escribirán en alguna otra ocasión. De esas veces que te recuerdan y te rinden algún homenaje por lo conseguido. Que no es poco, esa hinchada es recontra pasional.

 

Le guardaron la ’11’, el brazalete de capitán y su sitio en el vestuario. Eso lleva implícitamente su nombre

 

¿Qué les diría al volver a ver a todos los muchachos y a la gente del club? Eso le ocupaba los pensamientos. Retomar la rutina del club. “Ay, el club…”, suspiró al recordar cuando le regalaron esa primera camiseta con esos colores. Otra vez se va a enfundar esos colores que le representan a él y a toda una vida dedicada, íntegramente, a defender las tres siglas que llevó, que lleva y que llevará en el corazón. Las once estrellas aurinegras por los colores del infierno, el rojinegro. El Campeón y el Centenario por el Coloso. Y se acordó de esas tardes lluviosas de Liverpool y del risueño inocente de España.

Tenía un día largo, lleno de emociones, saludos y no pensar en asimilar nada. “A dejarse llevar”, debió pensar. Una vez llegó tenía todo el quilombo que supone estas cosas del fútbol. Y la firma. Y la presentación. Y la rueda de prensa. Y las fotos. Y más fotos con los hinchas. Y autógrafos. Besos por todas partes y saludos efusivos de un carácter familiar. ¿Y qué es sino el club? Su familia.

Y se jactó, olvidate que le guardaron la ’11’, el brazalete de capitán y su sitio en el vestuario. Eso lleva implícitamente su nombre, se lo ganó a base de poner huevos. Y de volver a volver. Ya estaba sintiendo el aliento de toda su gente. Y sonrió, levantó la cabeza y se fue al frente. Por enésima vez. Y seguro que no será la última. Él siempre será uno de los viejos muchachos de Isaac Newell.