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Fútbol a falta de palabras

Meet The Neighbours Football Club creó un vínculo de unión entre los refugiados que llegaban a Finlandia en busca de una nueva vida y los vecinos de Helsinki

Hay un lugar situado en las tierras llanas del norte de Europa donde los lagos frecuentan los paisajes y se rodean de enormes bosques boreales. Donde los inviernos son fríos con avaricia y la nieve cubre el suelo durante tres o cuatro meses. Incluso, en el peor de los casos, las temperaturas llegan a alcanzar los 40 grados negativos. En el norte de este emplazamiento, rebasando el círculo polar ártico, el sol ilumina los lares durante 73 días consecutivos en verano. Sin embargo, con la frigidez más cruda, la estrella se esconde durante 58 fechas. El clima del sur, a pesar de su desapacible frío, es menos exigente. Así es Finlandia.

Normalmente enfundados en abrigos y bufandas, cinco millones y medio de finlandeses conviven en un país pionero en términos de educación y tecnología. La cultura cobra muchísima importancia entre los ciudadanos y tratan de cuidar al máximo un idioma tan complejo como el finés. Tampoco se debe pasar por alto la importancia musical que se desprende del país. Sumidos en solos eléctricos y golpes de bombo, el heavy metal se ha erigido como el género más escuchado y  bandas como HIM o Apocalyptica viajan por el mundo quemando escenarios.

Sus gentes, sin embargo, tienen fama de constituirse como un pueblo reservado y callado. No obstante, en la cultura finlandesa también se perpetúan valores como la hospitalidad y la solidaridad. Históricamente, Finlandia no había sido un país receptor de inmigrantes pero en los últimos años y debido al gran número de refugiados llegados desde zonas en crisis, los números se han despuntado. En los últimos diez años, tal y como desvelan informes de la ONU, la inmigración ha crecido en más de 50.000 personas. De hecho, la media de solicitantes de asilo en Finlandia era de 3.500 por año. Sin embargo, entre enero y agosto de 2015, las solicitudes llegaron hasta las 7.015. En septiembre, la cifra se disparó hasta las 10.000. A finales de año, entre 30.000 y 35.000 solicitantes de asilo llegaron a las gélidas tierras finlandesas. Una tasa de inmigración desorbitada teniendo en cuenta los bajos números de desplazamientos que se producían años atrás en el país.

Aquellos que llegaron a Finlandia con el objetivo de comenzar una nueva vida lejos de la violencia se encontraron con diferentes barreras culturales que les impidió una adaptación cómoda. La principal, el finés. No poder comunicarse con los nativos les dificultó gravemente (y les impide actualmente a los que continúan llegando) la inmersión dentro de la comunidad, situación que les llevó a sentirse solos y angustiados. A todo ello, también observaron cómo ciertos sectores de la población tenían comportamientos hostiles contra ellos y se manifestaban en contra de su presencia. Especialmente doloroso fue un ataque, en la ciudad de Lahti, a un autobús que transportaba a solicitantes de asilo por parte de manifestantes entre los que se encontraban miembros del Ku Kux Klan. La respuesta de los ciudadanos no se hizo esperar y, a los pocos meses del ataque, las empresas locales patrocinaron un evento deportivo en el campo de fútbol de la ciudad bajo el lema ‘Let’s play bAll together’ (Juguemos juntos a la pelota).

Las reacciones contra el racismo y la xenofobia despertaron por el resto de las ciudades y varias fundaciones y asociaciones llevaron a cabo proyectos de integración para facilitar la adaptación de los inmigrantes. En esa línea, en Helsinki se promovió una iniciativa vecinal para facilitarles la acomodación en el país. A través de Facebook, se creó el Meet The Neighbours Football Club. En este grupo de la red social comenzaron a organizarse encuentros entre los recién llegados y los ciudadanos del distrito de Kallio, con el balón como gran protagonista. “Queremos que los que llegan desde otros países vean que los finlandeses somos buena gente”, confesó Tiia Nohynek a Antii Kivimaki, periodista de This is Finland.

 

Durante el tiempo que Mustafa Abdelwahab permaneció en Irak comenzó a recibir amenazas de secuestro, con el consiguiente fatal desenlace si no abandonaba su labor

 

Esta iniciativa, creada a mediados de 2015, contó con el apoyo de la empresa que gestionaba el campo de fútbol de Haapaniemi, que les permitió usar el terreno de juego de manera gratuita cuando este no estuviese ocupado. Sin embargo, las equipaciones, las botas y los balones fueron conseguidos a través de donaciones de la gente. “El objetivo era llevar a cabo una actividad con los solicitantes de asilo que nos uniese a todos. El fútbol es un lenguaje universal”, afirmó Nohyanek. Y tenían razón. Así, con el esférico en los pies, los habitantes locales abrieron las puertas de su país a los recién llegados. Se reunían dos veces por semana y, en equipos mixtos, jugaban durante un par de horas. “Hombres y mujeres jugábamos en el mismo campo. Era una manera de demostrar una pieza clave de la cultura finlandesa: La igualdad”, explica Carolin Franke a Panenka“Yo misma traté de movilizar a las mujeres que llegaban al país. Sin embargo, muchas preferían quedarse con sus hijos o, directamente, no se sentían cómodas jugando en equipos mixtos”.

Franke, de origen alemán, se instaló en Finlandia en 2010. Al ver la llegada masiva de solicitantes de asilo, entendió que debía colaborar en la integración de los mismos en la sociedad del país. Por ello, decidió participar activamente en Meet The Neighbours. “No creo que nunca llegue a imaginar todo por lo que han pasado, a pesar de oír las historias que me contaron”, relata Franke, que defiende el deporte como una herramienta esencial para relacionarse con otras personas y culturas. “El fútbol es, probablemente, uno de los mejores deportes para unir a personas porque casi todo el mundo puede practicarlo”, sentencia la colaboradora.

“Ha sido muy importante poder jugar a fútbol en Helsinki. Te permite olvidar, durante un par de horas, la situación que estás viviendo”, relata Mustafá Abdelwahab para This is Finland. Procedente de Irak y suní, fue chófer del Ministro de Agricultura en Bagdad. Sin embargo su infierno comenzó cuando el ministerio pasó a manos chiitas. “Dejaron de darme trabajo de chófer y me pusieron a limpiar baños”, confesó a Kivimaki. Durante el tiempo que permaneció en el país comenzó a recibir amenazas de secuestro, con el consiguiente fatal desenlace, si no abandonaba su labor. Aquello le hizo huir de Irak.

En una situación similar se encontraba Alí Gazi. Él fue hostelero en Mosul, una de las ciudades iraquíes más devastadas por la guerra. Cuando el Estado Islámico se hizo con el control de la zona, la situación se tornó insostenible. Él era musulmán suní pero su esposa era chiita. Así pues, las violentas presiones del ISIS, más próximo a la ideología suní, provocaron que Gazi se trasladase a Finlandia junto a toda su familia para protegerlos. Además, su mujer embarazada de tres meses y su hijo recién nacido necesitaban cuidados médicos imposibles de conseguir en Irak. Cuando llegó al país nórdico tuvo la oportunidad de sumarse a esta iniciativa vecinal. “De pequeño no había tiempo para divertirse porque había que trabajar. Yo no lo practico, pero me gusta ver cómo juegan al fútbol”, aseguró Gazi al portal finlandés.

Esas historias y muchas otras más convivieron en el Centro de Acogida de Rukki, al norte de Ostrobotnia. Allí, su directora Sirpa Kallio trata de garantizar, todavía hoy, el bienestar de todas aquellas personas que llegan a Finlandia huyendo de las miserias de sus países. “Ahora damos prioridad a la organización del alojamiento por la cantidad de gente que está llegando. Cuando las cosas se calmen, dedicaremos tiempo a las actividades”, relató Kallio a This is Finland, quien defendió el deporte como una práctica positiva para los recién llegados.

Pero con el devenir del tiempo, la situación se complicó cada vez más. “Era una iniciativa bonita pero no era fácil. Muchos de los participantes eran enviados a otros centros de refugiados o deportados a los pocos meses”, explica Franke, quien asegura que aquello fue todo un desafío. “Cuando había un grupo estable de participantes que ya conocían el funcionamiento, desaparecían de golpe”, añade la colaboradora de Meet The Neighbours.

Los toques al balón cesaron en la ciudad finlandesa con el frío de los últimos meses del año. “Se acabó. Ahora se llevan a cabo otras actividades de inmersión con los refugiados”, lamenta Franke. “No se pudo renovar el acuerdo con las instalaciones deportivas en las que jugábamos en invierno y acabamos donando el material a los centros en los que se alojan”, agrega la participante.

Meet The Neighbours fue un canal de liberación para deshacerse, aunque fuese durante unas horas, de los traumas, miedos e incertidumbres. Y allí quedó, en el recuerdo de los participantes, como una herramienta de conexión entre aquellas personas que comenzaban una nueva vida y las que estaban allí, esperándoles con los brazos abiertos. También fue un nexo de unión entre aquellos que convivían en el centro de acogida. La más grande de las ayudas para entenderse sin compartir un lenguaje común. Fue la magia de un balón para devolver la sonrisa. El esférico como lenguaje universal. Fútbol a falta de palabras.