Además del más simpático y el primero en unir a todo un país, el Saint-Éttiene era el equipo con más ligas francesas, hasta que el PSG le ha igualado el récord.
Este texto está extraído del #Panenka114, publicado en enero de 2022, que sigue disponible aquí
“París estaba a nuestros pies. Imagina si hubiésemos ganado”, recuerda Christian Lopez. El 13 de mayo de 1976, millares de parisinos salieron a la calle para recibir en los Campos Elíseos a la plantilla del Saint-Étienne. Las crónicas hablan de más de 100.000 personas. ‘Les Verts‘ volvían a Francia después de morir en la orilla en su intento por ser el primer club francés campeón de Europa. Pocas horas antes, el Bayern los había derrotado por 1-0 en Glasgow en una final en la que la leyenda afirma que los palos de la portería, cuadrados, evitaron que dos disparos de los franceses entraran. La madera los escupió hacia fuera. Como toda leyenda, la teoría de los palos tiene mucho de fantasía y algo de verdad. Tanto es así que, en 2013, el presidente del Saint-Étienne, Roland Romeyer, compró por 20.000 euros los famosos ‘poteaux carres’, los palos cuadrados de Hampden Park, para que fuesen la pieza estrella del museo del club. “Si ves la final otra vez, te das cuenta de que los dos equipos gozamos de oportunidades para marcar. Ellos metieron uno, nosotros no. Lo de los palos es una tontería”, defiende Lopez, uno de los jugadores del equipo más amado de la historia del fútbol francés. En los 70, casi toda Francia se pintó de color verde y París se rindió a ellos pese a que el PSG, entonces en su sexto año de vida, ya jugaba en primera. Los parisinos preferían al ASSE, la Association Sportive de Saint-Étienne.
Algunas encuestas afirman que el Saint-Étienne sigue siendo el club más simpático de Francia, gracias a sus gestas en los 70 y 80, cuando consiguió ser el primer club del país en ganar diez títulos de liga. “El fútbol francés no atravesaba un buen momento [no se había clasificado para los Mundiales de 1962, 1970 y 1974] y muchas ciudades vivían estallidos sociales por la falta de trabajo. Era una Francia convulsa, la de las revueltas de 1968, de la pérdida de Argelia, del terrorismo. En ese contexto, el Saint-Étienne se ganó el corazón de todos”, defiende Philippe Gastal, historiador del club. El día de la final europea, Le Figaro dedicaba parte de su editorial a las gestas del equipo. La otra mitad se centraba en el complejo debate nacional de la época: ‘Reformas o revolución’.
Platini y Zanon tiraban del equipo la temporada 80-81, la última vez en la que el Saint-Étienne fue campeón de liga
UN MINERO EN EL CAMPO
En un país inestable, la epopeya del Saint-Étienne aportó esperanza. Para entender su éxito, no se puede pasar por alto el impacto de la televisión, que empezó a mostrar los partidos en directo y en color, ideal para que las camisetas verdes lucieran mejor. Además, fue una época en que los grandes dominadores del fútbol galo durante años, como el Stade de Reims o el Niza, descendieron a segunda. Su lugar lo ocupó un equipo que procedía de una ciudad minera, perdida en el mapa a la sombra de la gigantesca y orgullosa Lyon. Ironías del destino, los mejores años del fútbol local coincidieron con la pérdida de habitantes de Saint-Étienne, pues las minas de carbón cerraron y, en consecuencia, también muchas fábricas.
La entidad se había fundado gracias a la familia Guichard, propietaria de la empresa Casino, un pequeño emporio de la distribución de comida nacido alrededor de un colmado en el centro de Saint-Étienne. Aunque en 1950, en plena posguerra, el club estaba arruinado. “El alcalde, Alexandre de Fraissinette, pidió a Pierre Guichard, el hijo del fundador del club, que volviera a la presidencia. Y consiguió una donación extraordinaria de diez millones de francos para salvar la entidad”, dice Gastal. Guichard se puso manos a las obra, encargando al responsable logístico de Casino, Charles Paret, la estructura del club. Como entrenador apostaron por un exjugador, Jean Snella, quien pediría crear una red para detectar jóvenes con talento por toda Francia. La responsabilidad de montarla fue asumida por Pierre Garonnaire, quien pasaba horas y horas en la carretera visitando en persona a los ojeadores que él mismo había distribuido por toda Francia. Así, cuando en 1976 el Saint-Étienne llegó a la final de la Copa de Europa, nueve de los once titulares eran chicos formados en la casa. Uno de ellos era Lopez, un pied-noir. O sea, un ‘pies negros’, uno de los dos millones de franceses que abandonaron Argelia cuando esta se independizó. La red de Garonnaire lo descubrió en Normandía cuando era cadete. “Era un club más moderno que los otros. Tenía una estructura avanzada, reclutaba talento lejos de la ciudad”, recuerda. Centenares de chicos de todas las regiones de Francia llegaron a Saint-Étienne persiguiendo el sueño de ser profesionales.
En solamente siete años, el ASSE pasó de ser un club de segunda al borde de la quiebra a ganar su primera liga (1957). Aunque los mejores años llegarían con un nuevo presidente en el palco, ya en los 60: Roger Rocher. Guichard lo había convertido en su heredero, enamorado de su vitalidad. Minero y peón de obra en la construcción de las primeras autopistas en la zona, había conseguido crear su propia empresa de la construcción hasta llegar al palco de ‘Le Chaudron verd‘ (‘la caldera verde’), como se conoce popularmente el estadio del club. Rocher entendió que se debía apos – tar por la modernización, convirtiendo al Saint-Étienne en el primer club francés con una ciudad deportiva avanzada, el primero en hacer desplazamientos en avión y el primero en abrir una tienda de productos oficiales. De carácter temperamental, cuidaba a los jugadores como un padre, mientras hacía las delicias de la prensa con sus frases. “Lyon es un barrio de Saint-Étienne”, llegó a decir una vez, provocando a la capital de la región, que durante décadas no pudo tener un club de fútbol capaz de plantar cara a los vecinos.
Pese a que el PSG ya estaba en primera, París era del ASSE
LA FIESTA DEL SUBCAMPEÓN
De 1963 a 1983, el Saint-Étienne ganaría diez ligas con tres entrenadores diferentes. Snella dirigió el club hasta 1967, cuando llegó el veterano Albert Batteux, una auténtica leyenda de los banquillos después de ganar cinco títulos nacionales y llegar a dos finales de la Copa de Europa con el Stade de Reims. Su experiencia permitió dar un salto de calidad, ganando tres campeonatos de forma consecutiva del 1968 al 1971, aunque sus últimos meses en el cargo no fueron fáciles, pues estalló una guerra en toda regla con el Olympique de Marsella, ya que este club quería fichar a golpe de talonario a los mejores jugadores del Saint-Étienne, como Bereta o Salif Keïta. Rocher no acabó satisfecho con la gestión del caso de Batteux, así que en el verano de 1972 se sacó un as de la manga: ofreció el banquillo al capitán del equipo, Robert Herbin, de 33 años. Este aceptó colgar las botas y liderar la reconstrucción de la plantilla sobre la base del equipo que había ganado en 1970 la Copa Gambardella, la prestigiosa copa de juveniles de Francia, con jugadores como Jacques Santini, Patrick Revelli, el vasco Christian Sarramagna, Christian Synaeghel y el propio Christian Lopez. Y, cómo no, el ‘Ángel verde’: Dominique Rocheteau, un talentoso delantero que robó el corazón de propios y extraños. Para reforzar un equipo joven, Garonnaire fichó al portero serbio Ivan Curkovic y al defensa argentino Osvaldo Piazza. “Herbin se inspiraba en la escuela holandesa, de moda en ese momento. Y cuidaba la preparación física de una forma diferente. El Saint-Étienne había perdido a algunas de sus estrellas y tenía que empezar de nuevo. Fue un reto”, admite Lopez. La imagen de Herbin, siempre serio, con un pitillo en la boca, pasaría a ser el símbolo de una época gloriosa. ‘La esfinge’, como lo llamaban por su rostro de mármol.
En su segundo año en el banquillo, Herbin logró el doblete nacional. Y en la temporada 1974-75 empezó a enamorar a nivel internacional cuando en la segunda ronda de la Copa de Europa levantó una eliminatoria contra el Hajduk Split yugoslavo pese a perder en la ida por 4-1. La victoria en casa por 5-1 les permitió llegar por primera vez a los cuartos de final del torneo, donde superaron a los polacos del Ruch Chorzów. Ese año la final se jugaba en el Parque de los Principes de París, una ciudad que entonces no tenía equipo de primer nivel, ya que los clubes históricos, como el Racing o el Red Star, habían perdido fuelle bajando a segunda mientras el proyecto del PSG seguía sin arrancar. En la capital, pues, estaban listos para acoger como hijos pródigos al Saint-Étienne, pero los ‘Verdes’ perdieron en la semifinal contra el gran ogro alemán, el Bayern, que después derrotaría al Leeds en la capital gala.
Esa aventura motivó aún más al equipo de Herbin. La épica volvió a hacer acto de presencia en la siguiente edición de la Copa de Europa, esta vez en los cuartos de final, remontando el 2-0 de la ida ante el Dinamo de Kiev. La vuelta se jugó en medio de un gran clima nacionalista, donde se mezcló la Guerra Fría con las referencias a las campañas de Napoleón en Rusia. En las semis, esta vez el Saint-Étienne no falló, superando por la mínima al PSV Eindhoven. El destino los citaba de nuevo contra el Bayern, en la gran final de Glasgow. Más de 30.000 hinchas del club viajaron a Escocia mientras en la radio francesa la canción más escuchada era el himno Allez les Verts!, del popular cantante Monty, quien aún hoy sale a cantar con la camiseta del equipo. El 12 de mayo, el día de la gran final, el presentador del informativo de TF1, Yves Mourousi, apareció vestido completamente de verde. Más de 20 millones de franceses vieron el partido en directo por televisión. Rocher, siempre listo, ya había entendido que el público francés estaba buscando un equipo a quien entregar su corazón. Y había añadido los colores de la bandera francesa en el puño de las camisetas del equipo. Toda Francia los amaba. No eran parisinos, tampoco marselleses. Eran como un cuento. El filósofo de Saint-Étienne Jean Guitton escribiría por esas fechas que “la ciudad no tiene nada placentero. Ni monumentos ni vida. Para amarla tienes que amar la pena, la dureza. Eso te lleva a trabajar en silencio, los unos con los otros, los unos por los otros. Un espíritu de equipo que también poseen los jugadores del club”.
Pero en Glasgow, el balón golpeó en dos ocasiones en los palos cuadrados de Hampden y no quiso entrar. Sin el lesionado Rocheteau, que solamente pudo jugar los últimos cinco minutos del encuentro, los ‘Verdes’ se estrellaron contra el oficio del Bayern, que se impuso por 1-0 gracias a un disparo de falta de Franz Roth. Fue un golpe tan duro que todos los jugadores se marcharon al vestuario a llorar sin ni siquiera recibir las medallas de subcampeón. Solamente Jean-Michel Larqué, con una chándal encima de la camiseta que se había cambiado con Roth, subió a saludar a las autoridades en nombre del Saint-Étienne.
“Es dificil explicar lo que sentimos. Fue un dolor terrible. Aunque supimos que había valido la pena todo cuando nos recibieron tantas personas en París”, recuerda Lopez. El club llegó a valorar suspender el paseo por las calles de la capital, una idea propuesta por el periodista Jacques Vendroux unas semanas antes, pensando que quizás la gente se quedaría en casa. No fue así. En Francia, los perdedores en ocasiones gustan más que los ganadores, como había sucedido en el ciclismo, donde Raymond Poulidor era más amado que Jacques Anquetil. Al final salió más gente en París para ver al subcampeón, que en Alemania para ver al campeón. El desfile acabó con una recepción del presidente de la República, Giscard d’Estaing, quien, rodeado de periodistas, alzó la voz: “El Saint-Étienne es la imagen de todo lo que deseamos para el deporte francés”. El país estaba a sus pies. Un país entero que esperaba la siguiente temporada, confiada en que entonces, por fin, toda Europa se pintaría de color verde.
En realidad, la presión por ganar la Copa de Europa erosionó la relación entre Roger Rocher y Robert Herbin. El entrenador entendía que el camino que se debía seguir era insistir con los jugadores de la casa, mientras que el presidente prefería gastar dinero en fichajes de relumbrón, como el neerlandés Johnny Rep o un joven prometedor llegado del Nancy, Michel Platini. El dinero llegaba de las ventas de jugadores, deseados por otros clubes franceses, como el Paris Saint-Germain, que ya en sus primeros años de vida pagó una millonada para llevarse del Saint-Étienne a Dominique Bathenay. Pese a ganar de nuevo la liga y alguna actuación brillante en Europa, como un 0-5 en el campo del Hamburgo, el ciclo se estaba acabando. En 1982, una investigación periodística destapó que Rocher había pagado durante una década grandes sumas de dinero a sus jugadores procedente de una caja negra que servía para evadir impuestos. Rocher sería condenado a una pena de cárcel que afectaría a su salud, después de un caso en que Platini, Lopez o Santini tuvieron que declarar delante del juez. Era el final.
Desde mediados de los 80, el Saint-Étienne se convirtió en un club ascensor que solo ha ganado un título en 40 años, la Copa de la Liga de 2013, justo en medio de los años de tiranía del Lyon, que se tomó la revancha sobre sus vecinos con el cambio de siglo. ‘Les Verts’ viven del pasado. De esas camisetas verdes con los puños tricolores que soñaron con dominar Europa. El mismo sueño del PSG, el club que ha igualado su récord de diez ligas francesas ganadas.
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Fotografía de Imago.