Desde Mark Lenders y su tiro del Tigre nadie amenazaba con reventar la pelota de un disparo. El delantero de la camiseta arremangada agujereó la red en más de una ocasión, pero nunca coló una pelota en un balcón. Sí que lo hizo Fede Valverde, que igual sale en Oliver y Benji como en The Walking Dead, matando zombies, pum, con la escopeta, pum, acertando casi siempre entre las cejas de los muertos vivientes, pum. Porque el tiro al balcón fue la excepción de la regla que está imponiendo el centrocampista: todo lo que chuta va dentro, casi siempre de las porterías, a veces de las casas. El uruguayo encuentra una colilla y la convierte en un proyectil. Sus remates son atómicos. Hace alunizajes con la pelota. Cuando deje el fútbol, que se meta a butronero para robar bancos. Sus chutes se comunican con alguien en sonido morse: el golpeo, como si dos ciervos chocaran sus cuernos, y la pelota en la red, clavada como una estaca.
No solo es fuerza, también es puntería. “Una bolsa de dragones compra el silencio de cualquiera por un tiempo, pero un dardo disparado con puntería lo compra para siempre”, dicen en Juego de tronos. Valverde, francotirador, tiene el gatillo en su pierna. Le falta guiñar un ojo y sacar la lengua antes de chutar. Como un coche teledirigido, la pelota casi siempre escoge la buena dirección. “Por difícil que resulte superarse en el arte del estacazo de media distancia, Valverde encuentra la manera de sorprender con un nuevo prodigio”, escribió Santiago Segurola antes de un nuevo registro frente al Celtic: bombazo con el interior. Como el que corta troncos con una hoja.
Contó Valverde que la gente le aconsejaba disparar desde lejos. Como aquella cita sin atribuir que dice que hay tres reglas para escribir una buena novela, pero por desgracia nadie sabe cuáles son. Hasta Ancelotti lo amenazó con romper el carnet de entrenador si no marcaba diez goles en una temporada. Ya lleva ocho, cinco de ellos fuera del área. Ha dado además cinco asistencias. También fuerza penaltis. Y cubre campo sin que se le vacíen ninguno de los cuatro pulmones. Conseguir cambiarte el apodo es como conseguir cambiar de clase social. El suyo tuvieron que modificarlo porque no podía reventar así el balón y llamarse ‘Pajarito’, como aquel central que se llamaba Dulce y jugó a las órdenes de David Vidal, que le dijo que con ese nombre no se podía jugar en el eje de la zaga. A Valverde, le pega más el nuevo sobrenombre para que su disparo, el tiro del Halcón, o tiro del balcón en Vallecas, sea el digno sucesor del zurriagazo de Mark Lenders.
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Fotografía de Getty Images.