“Con cada vez que te veo —decía Pedro Calderón de la Barca— nueva admiración me das, y cuando te miro más aún más mirarte deseo”. Esto, que es una declaración de amor profunda por esa persona por la cual pierdes la cabeza, los que hemos jugado a fútbol la entendemos. Sabemos que por mucho mirar, examinar, estudiar y contemplar los gestos y movimientos sobre el pasto de ese jugador tan especial, nuestra sed no se sacia. Somos seres ávidos de más jugadas y mejores goles, por eso los jugadores otrora idolatrados, normalmente acaban pitados en su propia casa. Pura avaricia.
A pesar de esos ídolos, uno diferente para cada una de las parroquias esparcidas alrededor del mundo, todos acabamos teniendo nuestro estilo. Por muchas florituras y virguerías que queramos adoptar a nuestro fútbol, acabamos siendo lo que nuestra naturaleza reclama. Por eso, por muchos jugadores fetiche que adoremos, siempre nos quedará el poso personal, aquello que es inalienable, intransferible y totalmente personal: tu propio fútbol.
Thierry Henry, máximo goleador histórico de les Bleus y del Arsenal, también tuvo un ídolo. Su nombre era Marcel Van Basten, compartían altura y posición, pero su fútbol era completamente distinto. ‘Tití’ tenía un porte elegante, una zancada larga y un disparo potente y preciso. El cisne de Utrecht, sin embargo, era más estático, muy técnico y capaz de controlar los balones más desbocados. Era el hombre de los remates imposibles y el que era capaz de driblar a toda la defensa rival en una marquesina. Henry, por su parte, aprovechaba esa trancada de camello tan distinguida para deshacerse de los defensas y, al tener una milésima de segundo para pensar, colocar el esférico ahí donde se le antojaba. Quién iba a decir, en aquel entonces, que un jugador como Thierry Henry, que ya tenía un estilo definido, se había fijado toda su vida en San Marco.
Lo más impresionante de este joven es que, a sus 18 años y 85 días, superó en casi tres años la marca que hasta ahora estaba en poder de Anelka: marcar tanto en la ida como en la vuelta de una eliminatoria de Champions
Lo mismo pasa con Kylian Mbappé Lottin, el chico que está maravillando a Europa entera por ir aniquilando récords con una juventud insultante y que tenía una fijación con Zinedine Zidane. El joven tiene ahora 18 años y ya carga con más de la mitad del peso de su equipo, un AS Mónaco que, recordemos, ha dejado en la cuneta a Pep Guardiola.
El zagal, nacido días antes de la Navidad de 1998, lleva el deporte en sus venas y los rasgos magrebíes en su piel. Su padre, Wilfried, fue entrenador de fútbol base y su madre, Fayza, fue jugadora de balonmano profesional, hechos que le inculcaron los valores del juego en equipo y de la importancia del colectivo por encima de lo individual. Su carrera futbolística comenzó en Bondy, distrito que da nombre al equipo en el que empezó y donde también trabajaba su padre, el AS Bondy. Casualidades de la vida, nacía a tan solo 11 kilómetros de donde meses antes Francia se proclamaba campeona del mundo.
Su nivel de obsesión con ‘Zizou’ era tal que, de pequeño, mientras se divertía con los compañeros del barrio jugando a lo que más le gustaba, llegó a pedir a sus padres que le raparan el pelo para tener coronilla, al igual que su ídolo. Llegaba el 2013 y el Real Madrid, por consejo de Zidane, llamaba a la puerta de los Mbappé. El chico de 15 años, cuyo ídolo tocaba el timbre de su puerta, no podía creerlo. Kylian puso rumbo a Valdebebas y conoció las instalaciones, así como a un jugador al que admira: Cristiano Ronaldo. El traspaso no prosperó y el Mónaco contactaba con el club parisino para llevarse al chico al Principado. El joven francés deseaba seguir ligado a su familia. Desde entonces, dos años le bastarían para debutar en el primer equipo y arrancar los aplausos del Louis II.
Aunque quiera, Mbappé no podrá driblar las comparaciones con Thierry Henry por mucho que haya gente que intente relacionarlo, de manera comprensible, con Marcus Rashford o Kasper Dolberg. En primer lugar, porque se criaron los dos en la Banlieue de París. En segundo lugar, porque los dos pasaron por Clairefontaine. Y en tercer lugar, porque ambos se abrieron al mundo en Montecarlo. Kylian ha pulverizado los récords que dejó Henry en la costa azul. Mbappé pasó a ser el 2 de diciembre de 2015, ante el Caen, el jugador más joven en debutar con el AS Mónaco, con 16 años y 11 meses. Ya en 2016, con su gol al Troyes, se convirtió en el futbolista más joven en marcar para los monegascos. Lo que parecía un capricho de Zidane, dejaba de serlo. Ahora ya andaba media Europa tras sus pasos.
Lo más impresionante de este joven de Bondy es que, a sus 18 años y 85 días, superó en casi tres años la marca que hasta ahora estaba en poder de su compatriota Nicolás Anelka: marcar tanto en la ida como en la vuelta de una eliminatoria de Champions League. Pero no solo es cuestión de un par de partidos con cierta fortuna. A sus 18 años, tras 33 partidos en la Ligue 1, lleva 13 goles y 9 asistencias. A su edad, Cristiano Ronaldo llevaba 2 goles en 18 y Leo Messi tan solo 1 en 7. El que más se acercaba a ese registro no era otro que Henry, que llevaba 4 tantos en 15 encuentros.
Su jugador fetiche, por alusiones, dijo que no era justo que al chico lo llamaran ‘el nuevo Henry’. Sin embargo, días más tarde, en su columna en el periódico The Sun, no dejó pasar la oportunidad de halagarlo: “Lo conozco y es un buen chico, con la cabeza bien amueblada”, dijo. “De buenas a primeras”, añadió, “es muy respetuoso y calmado, pero si le das una pelota ves que cambia su manera de ser. Es decidido y no se rinde. Tiene habilidad, gol y asistencias. Puede hacer lo que quiera con un balón en los pies”.
Por otro lado, también Arsène Wenger dio su opinión al respecto, ya que fue él el descubridor de Henry en Mónaco y el que se lo llevó al Arsenal tras su breve paso por Turín. En un momento dado dijo que no era exactamente como Thierry Henry, pero que tienen cualidades similares. “El potencial es similar y si tiene la motivación, el deseo y la inteligencia que ‘Tití’ tuvo, puede ser un jugador muy prometedor”. Está claro que Wenger barre para casa, pero que él reconozca su parecido ya indica que el futuro del chaval pinta muy pero que muy bien.
Sin embargo Mbappé no lo iba a tener tan fácil. Era joven y, al igual que Henry, le tocaría pasar muchos minutos en el banquillo esperando su oportunidad. Enfrente tenía (y tiene) a Radamel Falcao, que sigue recuperando sensaciones, y a Valère Germain, una dupla que está funcionando a las mil maravillas esta temporada. Kylian empezó la temporada con un susto. Una disputa de un balón con Christophe Kerbrat en un partido a mediados de agosto le hacía abandonar el terreno de juego con una conmoción cerebral. Esto le impedía jugar los partidos de clasificación para la Champions League ante el Villarreal y se iba a perder tres más de la Ligue 1. Una vez recuperado, iba a alternar titularidades con suplencias hasta que, ante el Metz, con un hat trick que le convertía en el segundo jugador más joven en lograrlo en la liga francesa, solo superado por Jéremy Ménez, se hacía con un puesto en el once.
Tras este partido, ocho goles y tres asistencias hacen comprensibles la sarta de halagos. Sus internadas por la banda, sus gestos y su humildad están atrayendo a todo equipo con potencial económico suficiente para abarcar el posible fichaje. Él, a pesar de la nube en la que lo intentan montar, sigue con los pies en el suelo. Sus padres le hablaron de constancia y él la aplica a su día a día: “Pienso que todavía puedo mejorar en muchas facetas. Debo ser más consistente y aumentar mi contribución defensiva”. Es un jugador con las cosas muy claras: “Sé exactamente lo que quiero hacer, dónde quiero ir y cómo hacerlo. Tengo un plan para mi carrera. Con eso no quiero decir que me esperaba todo lo que me está pasando, pero sí que estaba preparado”. El talento de Mbappé ha roto los moldes del mundo entero. “La calidad no tiene edad”, decía el jueves pasado Didier Deschamps. Y añadía que “él es más maduro que Thierry con su misma edad” para justificar su presencia en la convocatoria de la selección absoluta. Este paso sirve para culminar una de las irrupciones más meteóricas que se recuerdan en los últimos tiempos: de las calles de Bondy a la catedral de Saint-Denis. Él, por su parte, seguirá el camino que tiene marcado, porque como bien dijo en una entrevista: “Es mejor apuntar a la luna. De esa manera, si fallas, llegarás a las nubes”.