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No diga gol, diga Van Basten

Venía de ganar el Balón de Oro tras arrasar en la Euro 88. Un año después, haciendo lo propio en la Copa de Europa, Van Basten volvió a llevarse el premio

Marco van Basten arrancó el curso 1988-89 por todo lo alto. Venía de ser el máximo goleador de la Eurocopa de 1988, disputada en Alemania Federal, en la que fue una de las piezas clave para que los Países Bajos lograran su mayor éxito hasta la fecha en torneos internacionales. Y con un gol de volea ante la Unión Soviética en la final que pasó a los anales de la historia del fútbol. Aquello, sumado al Scudetto conquistado en su primer año en el Milan, le valió para ser nombrado a finales de 1988 como el mejor jugador del año, precisamente por delante de sus compañeros y compatriotas Ruud Gullit y Frank Rijkaard, un hecho histórico; nunca antes tres jugadores del mismo país y del mismo club se habían clasificado en las tres primeras posiciones del Balón de Oro. Aquello fue el preludio de una temporada inolvidable para un Milan que llevaba veinte años sin saber qué era levantar el trofeo continental más importante a nivel de clubes, la Copa de Europa.

El equipo dirigido por Arrigo Sacchi ya era una máquina casi perfecta, y confirmó su estatus de gran dominador del panorama europeo con un 4-0 incontestable al Steaua de Bucarest en la final de la Liga de Campeones que se disputó en el Camp Nou, el 24 de mayo de 1989. Un partido, el decisivo por el título, que no hizo más que corroborar lo que ya era un secreto a voces: el Milan y Marco van Basten pasaban, entonces, por el mejor momento de sus vidas. Prueba de ello es el camino hacia el templo azulgrana, en el que el equipo no perdió un solo encuentro y el delantero neerlandés vio portería en cada una de las rondas que fue superando el conjunto ‘rossonero’. Un póquer de goles ante el Vitosha Sofia, otro tanto contra el Estrella Roja y un penalti en la tanda, el único gol de la eliminatoria frente al Werder Bremen, el que suponía el empate logrado en el Bernabéu y uno de los cinco tantos que se llevó el Madrid de Milán en el último duelo antes de una final en la que anotó dos goles. Los otros dos los marcó Gullit, su compañero y aliado en el ataque milanista: el trío que formaban con Rijkaard es aún hoy señalado como una de las sociedades más prolíficas y espectaculares que ha dejado el fútbol continental.

 

La ‘Orejona’ se fue para Milán y el Balón de Oro, al término de 1989, tomaría la misma dirección para acabar en manos del delantero ‘rossonero

 

Aquel día, con Van Basten celebrando la primera de las dos Copas de Europa que lucen en su palmarés, a 300 millones de personas de 80 países distintos les quedó claro quién mandaba en el fútbol. Y eso que estuvieron a punto de no verlo: una huelga de TVE estuvo a punto de dejar la final sin retransmisión, pero 24 horas antes, el Gobierno italiano movilizó a trabajadores de la RAI en aviones militares para que el partido se pudiera emitir. Y menos mal que lo lograron, porque pocas veces se ha visto a un equipo dominar tanto en una final. El Milan ya había chutado diez veces a puerta antes del primer intento de los rumanos, que vieron cómo el partido quedaba resuelto antes del descanso, con un 0-3 favorable a los italianos. Tras el entretiempo, Van Basten firmó el cuarto en el 46’. La ‘Orejona’ se fue para Milán y el Balón de Oro, al término de 1989, tomaría la misma dirección para acabar en manos del delantero ‘rossonero, que volvía a estar acompañado de dos milanistas en el podio, esta vez con Franco Baresi en cambio de Ruud Gullit.

 


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