Ver a Cristiano en chándal es como tener un accidente de tráfico, pero no en la carretera, sino dentro de ti. Ver a Cristiano en chándal es caer por un agujero y aparecer en una dimensión paralela. Ver a Cristiano en chándal es no entender absolutamente nada, levantarte un día y bajar a la calle y que en lugar de edificios haya montañas, y que en lugar de coches haya dragones, y que en lugar de árboles haya antorchas. Ver a Cristiano en chándal, recostado en un banquillo, tapado por si hace frío, es perderse en una ciudad imposible y no tener datos para conectarse a Google Maps. Es salirse del plano, penetrar la zona oscura del Age of Empires. Ver a Cristiano en chándal es darse la vuelta y comprobar que el tiempo ha volado a tus espaldas, chocar contra el futuro cuando menos lo esperas. Ver a Cristiano en chándal es ver todos nuestros propósitos y todas nuestras promesas y todos nuestros sueños de juventud en chándal, es decir, todavía por cumplirse. Ver a Cristiano en chándal es perder el pulso contra el tiempo. Ver a Cristiano en chándal, y no soltando un obús desde la frontal, o despegando como el Sputnik 1 para rematar un centro, o gritando siuuu en el banderín de córner, es hacerse viejo en un minuto. Que alguien le dé una patada a la vida y la ponga del revés. Ver a Cristiano en chándal es que las manzanas sepan a mandarinas, escuchar a Arturo Valls y cagarse de la risa, abrir una novela de Zambra y que no te entren ganas de ser escritor. Ver a Cristiano en chándal es entender que la tozudez sirve para rozar los milagros, no para hacerlos, que con trabajo no se llega a todo, que los gimnasios dan para lo que dan. Es ver a un tiburón herido en una jaula. Es ver a un rey en calzoncillos. Es ver la imagen que nunca pensabas que verías y notar un escalofrío en la nuca y no saber si reír o llorar. Ver a Cristiano en chándal es recibir una lección impresionante: el mundo es un lugar finito y algún día se acabará para nosotros o, lo que es más gordo, se acabará también para Cristiano.
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Fotografía de Getty Images.