El oficio de delantero centro puede llegar a ser el más hermoso del mundo. La grada corea tu nombre, los niños lucen tu camiseta y todos los focos apuntan hacia tu figura. También puede llegar a ser el más ingrato. Los cánticos se transforman en silbidos, los niños encuentran nuevos ídolos y los focos comienzan a resaltar tus defectos. Esta ambivalencia depende única y exclusivamente de un elemento: el gol. El dichoso gol. Da igual lo bien que ocupes los espacios o la influencia que tengas en el juego colectivo. Tu rendimiento será juzgado en función de los tantos que hayas marcado al acabar la temporada. En este sentido, rozar el promedio de gol por partido tal como ha hecho Aleksandar Mitrovic esta temporada es una auténtica bendición para cualquier ‘9’.
El pasado 19 de abril, los alrededores del Támesis se volvieron a teñir de un característico blanco ‘cottager’ para celebrar el regreso del Fulham a la Premier League. Este ascenso puede ser atribuido a múltiples factores: el liderazgo de Tom Cairney, las incontables asistencias de Harry Wilson, la irrupción de Fabio Carvalho… Pero cuando uno de los actores consigue firmar 43 dianas en 44 partidos, nada más y nada menos que el 45% del total del equipo, es inevitable que su nombre resalte por encima del resto. Más aún si estas cifras sirven para pulverizar el récord que hasta ahora establecía a Guy Whittingham, con 42 dianas, como máximo goleador en una misma temporada de la Championship.
Con 189 centímetros de estatura y cara de pocos amigos, Mitrovic responde a la definición más académica de delantero centro clásico. Aquel que los nostálgicos del viejo fútbol reclaman para su equipo y sobre el que los contrarios interpondrían una orden de alejamiento con tal de no tener que sufrirlo en las acciones divididas. Especialmente en los duelos aéreos, que los defensas afrontan sabiendo de antemano que no van a salir victoriosos. Hasta que no se apruebe una ley que obligue a colocar detectores de metales en los túneles de vestuarios, no sabremos con certeza si ‘Mitro’ tiene un imán implantado en la cabeza, pues lo mismo te remata un balón que un frigorífico. Así lo atestiguan los 12 testarazos que ha convertido en gol durante el transcurso del campeonato doméstico.
Mitrovic responde a la definición más académica de delantero centro clásico. Aquel que los nostálgicos del viejo fútbol reclaman para su equipo y sobre el que los contrarios interpondrían una orden de alejamiento
Su estilo de juego, igual que su aspecto, es sobrio. Sin alardes, pues no los necesita. Difícilmente veremos a Mitrovic protagonizar un video de highlights, igual que difícilmente le veremos necesitar más de dos toques para perforar la portería de sus adversarios. Mención aparte merece la pasión que imprime en cada celebración. Ya sea abriendo el marcador o completando una goleada, el serbio comenzará a correr como un poseso mientras mueve la mano y la cabeza a un ritmo hipnótico. Poco importa que el gol sea más o menos bonito, porque los delanteros acostumbrados a pasar hambre celebran cada tanto como si fuese el último.
Y es que Mitrovic conoce mejor que nadie las dos caras de la moneda de su profesión. Sus números en la presente temporada no le hacen olvidar los únicos tres goles que pudo celebrar el curso pasado. O el ídolo que quiso ser en el St. James Park y nunca fue, pudiendo marcar solo 9 tantos con el Newcastle en una misma temporada. Pero todo eso es agua pasada. El ascenso del Fulham también simboliza el ascenso personal de ‘Mitro’, que parece decidido a sacar esa espinita clavada que tiene en la Premier League y seguir exhibiendo su característica celebración en los grandes escenarios de las islas británicas.
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Fotografía de Imago.