“La Asociación Argentina de Football resuelve realizar anualmente un concurso de football instituyéndose al efecto la Copa América. Serán invitadas a adherirse a este proyecto las ligas uruguayas, chilena y brasileña, debiendo enviar en caso afirmativo un equipo para disputar la Copa. Este torneo se efectuará en Buenos Aires, en fecha que con prudente anticipación fijará el Consejo”. De esta manera, con una nota publicada un 16 de octubre de 1913 en el diario La Argentina, tras un proyecto propuesto por el exfutbolista y dirigente de Estudiantes José Susan, arrancaba la historia de la Copa América. Pasarían tres años hasta que la idea de aquella competición entre selecciones sudamericanas diera el salto al césped. Lo hizo en Argentina, en conmemoración de los 100 años de la independencia del país, y a la cita no quisieron faltar los combinados de Brasil, Chile y Uruguay, invitados en aquel escrito.
La primera edición se la llevó la selección ‘charrúa’ y, a raíz de las buenas vibraciones que dejó esa Copa América -denominada entonces Campeonato Sudamericano de Selecciones- , las federaciones de los cuatro países se reunieron para crear en ese mismo 1916 la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol). Al año siguiente, repetiría Uruguay como campeona, siendo la anfitriona, y la tercera edición se tuvo que posponer a causa de una epidemia de gripe, la conocida como ‘gripe española’, que brotó por todo el planeta.
Llegó 1919 y la Copa América regresó al césped. Esta vez, sería Brasil la encargada de albergar el campeonato. De nuevo los mismo cuatro países; de nuevo el mismo formato, una liguilla de todos contra todos a ver quién sumaba más puntos. En caso de empate a puntos entre los primeros clasificados, aún sin reglamentaciones modernas como la diferencia de goles, debería disputarse una final para decretar el campeón. Así sucedió en Brasil’19, donde tanto los ‘Charrúas’ como los anfitriones llegaron al último partido del cuadrangular con pleno de victorias y cuatro puntos en el casillero. El ganador del duelo sería el vencedor del torneo, pero hubo tablas después de que Uruguay se le escapara de las manos una ventaja de dos goles. Tocaba repetir el partido.
Los porteros, Marcos Carneiro y Cayetano Saporiti, parecían muros de hormigón; los defensas, batallones de guerra; y los delanteros, pobres, no encontraban el camino al gol de ninguna de las maneras
Tres días más tarde, un 29 de mayo de 1919, el Estádio Manuel Schwartz, más conocido como Estádio das Laranjeiras, que aún sigue en pie y es feudo del Fluminense, aunque por motivos de seguridad habitualmente disputa sus partidos en el Maracaná, volvía a recibir a ambas escuadras -de hecho, fue la sede única del torneo-. Quedaban 90 minutos para saber si continuaría la supremacía de los uruguayos o si alguien, por fin, en este caso los brasileños, sería capaz de romper su hegemonía. Pero aquello no duró una hora y media, qué va. Aquello fue algo eterno. Los porteros, Marcos Carneiro y Cayetano Saporiti, parecían muros de hormigón; los defensas, batallones de guerra; y los delanteros, pobres, no encontraban el camino al gol de ninguna de las maneras.
Así, se consumió el tiempo reglamentario sin tantos que festejar por ninguno de los dos bandos. Empezó la prórroga, y más de lo mismo. Nadie fue capaz de romper el 0-0 en el marcador hasta que se llegó al final del tiempo extra con el partido igualado. Las tandas de penaltis aún no estaban a la orden del día; lo de la moneda al aire, imaginamos, lo vieron algo descabellado para decretar al campeón de un torneo. ¿Cómo podían hacerlo para resolver aquello? Bajo el arbitraje del inglés Robert L. Todd, se decidió que tocaba seguir intentándolo. Media horita más, otras dos partes de un cuarto de hora, a ver si sonaba la flauta y alguien lograba meterla.
Cuando ya habían decidido alargarlo hasta las dos horas y media, solo se necesitaron dos minutos para ver el primer encuentro. En el 122’ apareció Arthur Friedenreich, de quien cuenta la leyenda que marcó más goles que Pelé, para desequilibrar el juego y poner el 1-0 a favor de la ‘Seleçao’. Por suerte, no hubo más goles; a saber qué hubiera pasado si llegaban al final del segundo tiempo extra con empate. Y así, con la primera victoria brasileña en la competición, aquella final sigue siendo el partido más largo que nunca se haya jugado en una Copa América.