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Con Vinicius y un alegato, aquí tienes tu retrato

La explosión del brasileño confirma que basta una jugada para tumbar un prejuicio. Ahora somos nosotros los que, ante sus regates, debemos tener cintura

No hay nada peor que ver tus defectos en los demás. Te cae mal el que se levanta el primero del avión porque tuviste el impulso de hacerlo. Te estorba el peatón que mete el pie en el paso de cebra a última hora. Te molesta el coche que acelera para no dejarte pasar. Como hay que levantarse cada día, como hay que sobrevivir cada lunes, cargas tus fallos en los demás. Odias a los otros para no odiarte a ti mismo. En el Vinicius que llegó al Madrid podías ver tu ímpetu. A ti te hubiera gustado ser Kroos, con las botas relucientes y el peinado de peluquería en el 90′. Te hubiera gustado ser Benzema, el único delantero que entra al área con frac en lugar de con chaleco antibalas.

Pero tú, me sabe mal decírtelo, eras Vinicius. Sus resbalones eran tus caídas. Sus fallos a puerta vacía eran los metros que se escapaban. En la vida, como en las primeras carreras de Vinicius, pocas veces pasa lo que imaginas. Por eso te resultaba incómodo. Te ponía en un espejo diabólico. Hasta le reprochabas que celebrara los pocos goles que marcaba, que normalmente eran goles en propia que él se apropiaba. La felicidad a veces está mal vista y te ponía de mala hostia que se alegrara tanto.

Y ahora, en un quiebro como los que hace en el campo, Vinicius ha cambiado. “Perder es ganar un poco”, dijo Maturana, el entrenador colombiano. Y eso es lo que hizo Vinicius. Cada patinazo era una clase. Cada disparo a la segunda gradería era un seminario. Cada vez que se le acababa el campo era un examen. Creías que estaba retrocediendo, pero él, a lo Chiquito de la Calzada, avanzaba poco a poco. Para Vinicius el pasado del verbo ganar no es gané: es perdí.

 

La realidad no se ajusta a nuestro relato y por tanto pensamos que lo que está mal es la realidad. Construimos a jugadores en base a nuestros gustos, como cuando te customizabas en el Modo Carrera

 

El brasileño hizo el viaje del héroe que trazan los protagonistas de las grandes historias. Primero era ingenuo, luego vino una etapa de descubrimiento, cogió el toro por los cuernos, pagó las facturas y fue el blanco de las críticas y al final, redimido, tiene al público en el bolsillo. El fútbol es un deporte caníbal, pero Vinicius se convirtió en el mejor chicle. No hubo forma de engullirlo. Algunos se han quedado en el alegato, cierto en el momento, de que no sabía chutar a puerta, que le costaba decidir, que hacía una jugada buena y cuatro malas. Ahora no queremos cambiar de parecer. La realidad no se ajusta a nuestro relato y por tanto pensamos que lo que está mal es la realidad. Construimos a jugadores en base a nuestros gustos, como cuando te customizabas en el Modo Carrera. “Solo hay dos formas de tener razón: callarse y contradecirse”, escribió Pessoa, que hubiera sido un buen analista.

Lucía Taboada propuso crear el CDAV: el Club de damnificados por el antiguo Vinicius. La explosión del brasileño, que ahora cumple la expectativa cuando coge la pelota, confirma que basta una jugada para tumbar un prejuicio. Ahora somos nosotros los que, ante los regates de Vinicius, debemos tener cintura. Aún estamos a tiempo de arrepentirnos y reconocer la explosión del jugador. Hagamos caso a Frank Bascombe, el mítico personaje de Richard Ford: “Para que la vida valga la pena, tarde o temprano hay que enfrentarse a la posibilidad de sentir un terrible y doloroso arrepentimiento”.

 


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Fotografía de Imago.