Este reportaje está extraído del #Panenka96, un número especial sobre la Derrota que sigue disponible aquí
Pocos equipos serían capaces de soportar una tunda del destino similar a la de los 48 días que sufrió el Valencia en el verano de 2001. Del 23 de mayo al 10 de julio, los blanquinegros perdieron su segunda final consecutiva de Liga de Campeones, tras ir por delante durante el partido, en la dramática tanda de penaltis ante el Bayern. Más tarde, en el último minuto de la última jornada de Liga, una chilena imposible de Rivaldo les apeaba de la cuarta plaza y, por tanto, de optar a una ansiada revancha por la ‘Orejona’. Más madera: en las semanas siguientes abandonaría el club el técnico Héctor Cúper, artífice de las proezas europeas, y dimitiría el presidente Pedro Cortés por no poder cumplir la promesa de mantener a Gaizka Mendieta, el ‘murciélago del escudo’, el icónico capitán de los goles ‘realmente increíbles’, traspasado a la Lazio entre un vendaval social que propició en esos mismos días la negativa primero de Bianchi, y luego de Mané, Irureta y Aragonés a sentarse en el volcánico banquillo de Mestalla. Parecía uno de esos veranos futbolísticos en los que, bajo la etiqueta de ‘etapa de transición’, burbujean tentaciones de autodestrucción. Pero contra todo pronóstico, a los mandos de un técnico como Rafa Benítez, con fama de estudioso pero desconocido para el gran público, el Valencia no solo no cayó, sino que conquistaría la Liga de 2002, la primera desde 1971. La gran revancha. Era la señal de que el nuevo siglo alcanzaría la gloria arqueológica de los eléctricos años 40, la era dorada del club.
“En aquel Valencia nada nos perturbaba, nada nos distraía de querer ser protagonistas siempre”, recuerda a Panenka Santiago Cañizares, el guardameta de aquel equipo, el dragón herido en la imborrable imagen, arrodillado y entre lágrimas, en San Siro. Pero en Mestalla, pueblo lúdico que había hecho temblar las cristaleras nobles de la galería Vittorio Emanuele II a base de tracas, no había ni luto ni ruptura. En el 20º aniversario de la primera final de Champions, en la que el Valencia cayó ante el Madrid, Cañizares no detecta trauma generacional en el doble revés: “Perder finales es un golpe, pero también significa haber podido llegar, gracias a un gran trabajo. En las finales, en muchos casos, se nota cuando uno es debutante. Seguíamos siendo un equipo muy competitivo, con muchísima ambición, bien forjado, con gente muy profesional y en un club donde hay confianza en la gestión. Eso nos permite identificarnos mucho con el escudo. La ambición de ese Valencia fue fundamental para no venirse abajo y seguir peleando por objetivos importantes”.
Por lo tanto, San Siro reforzó el orgullo resistente sostenido en un plantel del que salían perlas llamativas, como Mendieta, ‘Piojo’, Farinós o Gerard, pero emergían Albelda, Marchena, Aimar, Vicente, Baraja y aguantaba el núcleo fuerte. Jefes como Ayala, elegido capitán de Argentina por delante de Simeone y Batistuta. Veteranos como Carboni, que a finales de los 80 ya se las había visto con Maradona y que con 36 primaveras lideraba las pruebas de velocidad. Gente como Pellegrino y Djukic, bajo cuya frialdad expresiva, acentuada con el recuerdo de los penaltis fallados en Milán y aquel lejano en Riazor en 1994, se escondía una neta mentalidad ganadora. Cañizares recogió el brazalete: “La lectura que hizo el equipo fue que ‘oye, somos capaces’. Habíamos peleado hasta el final con los mejores equipos del mundo. A pesar de la pena éramos conscientes de que hacíamos historia. No había drama, esa era una percepción externa”.
“Sabíamos que hacíamos historia. No había drama”, señala Santi Cañizares
La negativa continuada de entrenadores de más popularidad relajaba el gesto de Javier Subirats, director deportivo. El camino quedaba despejado para atacar la alternativa que siempre le había convencido, y que solo había aparcado por la dificultad de disuadir a la directiva en un tiempo de expectativas encendidas. A Benítez lo conocía desde que coincidieron años atrás como técnicos en un Real Madrid-Valencia de juveniles. La organización táctica de sus equipos, construidos desde la defensa, evocaba en Subirats el Valencia que como adolescente vio campeón en 1971, o ya como futbolista, en la Recopa de 1980, en los dos casos con Di Stéfano de entrenador. Las dudas se disiparon con el seguimiento al Tenerife, que a cargo de Benítez privó al Atlético del ascenso a Primera y que era objeto de estudio habitual por la presencia de los cedidos Curro Torres y Mista. Con 41 años, en Benítez no había celebridad, pero sí una experiencia labrada en proyectos dispares en el Extremadura, Osasuna o Valladolid.
Benítez estaba convencido de que podría culminar la obra iniciada por Claudio Ranieri con el título de Copa de 1999 y perfeccionada por Héctor Cúper. Una evolución, según Cañizares, en la que Ranieri “puso las bases de un equipo que no fuera entre comillas vago, nos puso a trabajar mucho. Con entrenamientos en mañana y tarde, controlando la alimentación sin poder irte a casa, situaciones que eran absolutamente modernas. De Ranieri nace el compromiso y el trabajo. Cúper está en la misma línea y te exige, te exige, te exige permanentemente y al final saca un buen rendimiento”. El factor diferencial de Benítez llegaría con una sabiduría táctica que lo emparentaba con su admirado Arrigo Sacchi.
EL MÉTODO BENÍTEZ
La escena era la misma en cada charla prepartido, en la sala de vídeo de la ciudad deportiva. Benítez daba la palabra a sus jugadores. “Chicos, ¿cómo resolvemos que tengan dos extremos rápidos o un mediapunta que se tira hacia atrás?”. Se abría el debate y todos aportaban su opinión. “Nos hacía desarrollar el espíritu de entrenador que todos llevamos dentro”, rememora Cañizares. El técnico atendía con seriedad cada intervención. “Y luego, como si se tratara de un profesor, nos decía: ‘Me parece muy bien, pero esto es lo que tenéis que hacer'”. Por mucho que nadie acertase la fórmula, de forma silenciosa aquel Valencia de 2001 iba interiorizando una enorme riqueza de conceptos y se convertía en una de las maquinarias tácticas más sofisticadas de Europa: “Desarrolló en nosotros una visión del fútbol mucho más global, pero también específica. Alcanzamos un nivel táctico difícil de ver en otro equipo”, prosigue Cañizares. En un vestuario rebosante de carisma, la minuciosidad científica con la pizarra de un técnico joven y sin un pasado destacado como futbolista despertaba bromas internas, como el apelativo de ‘El Diego’. “Pero la clave es que nos creemos su mensaje. Ese es el éxito de los entrenadores. Todos tienen mensaje. La clave es si confío o no en lo que me estás contando. Benítez lo consigue a través de la didáctica. Nos hizo estar convencidos de que con una buena ubicación, preparación física, trabajando las rotaciones en las que fue pionero… Nos hizo creer que llegaríamos frescos a final de temporada”.
Estando a seis puntos del líder, Benítez dice poder ganar la Liga. Acertará
Menuda carta de presentación en la primera jornada del curso 01-02. Debut oficial de Zinédine Zidane con el Real Madrid, recibido en Mestalla con ese punto de rivalidad asimétrica pero apasionada que en Europa se ve en los Fiorentina-Juventus o Hamburgo-Bayern. Vence el Valencia, con gol de Angulo y con 36 faltas cometidas, nueve de ellas por el mediocentro canterano David Albelda, cinco sobre Zidane en apenas media hora. En la primera vuelta el Valencia cierra la defensa, pero le cuesta decantar a favor los partidos, y llega a diciembre acumulando empates, nueve en 16 jornadas. Cobra fuerza el debate de una destitución de Benítez. Pero en cuestión de nueve días, dos estímulos voltean el estado de ánimo. El 6 de diciembre, el Valencia se deshace del Celtic en la UEFA en una eliminatoria decidida, de nuevo, en los penaltis. Y de nuevo, Pellegrino asume el vértigo de la muerte súbita. Con todo Celtic Park coreando Hey Jude, si el ‘Flaco’ falla, se ha acabado. Bate a Douglas, falla Valgaeren y Mista sentencia. En Glasgow se reproducen los abrazos pendientes de Milán. El 15 de diciembre, el Valencia pierde 2-0 al descanso contra el Espanyol y en las redacciones de los diarios valencianos se filtra el posible despido, al acabar el encuentro, de Benítez. Rufete, por partida doble, e Ilie, remontan. Y el murciélago despega, aunque Cañizares resta literatura a esas dos gélidas veladas: “Glasgow no nos hizo olvidar lo de San Siro. San Siro no se olvida. Fue una batalla más que logramos sacar adelante. Eso no hace olvidar el pasado, aunque Pellegrino marcase un penalti decisivo. Él no necesitaba marcar ese penalti, porque nunca dejó de tener confianza y profesionalidad. Son hechos mediáticos que endulzan el relato pero teníamos muy claro hacia donde queríamos ir. Por eso se sacan adelante partidos como el de Montjuïc, por no bajar los brazos. El ruido del posible despido de Benítez no lo siente el vestuario. Además, sabíamos que no era cierto”.
LA FE EN EL EXCEL
La segunda vuelta se inicia con una derrota ajustada en el Bernabéu, 1-0, con una polémica (gol anulado a Ilie en posición legal), que levanta una polvareda que descentra al equipo en la siguiente jornada en Mestalla ante el Valladolid (1-2). El liderato con el Real Madrid de Del Bosque se aleja a seis puntos. Es en ese momento, séptimo en la clasificación, cuando Benítez se descuelga en sala de prensa con una desconcertante declaración: “Tal como veo entrenar al equipo, podemos ganar la Liga”. El vestuario encaja el vaticinio con hilaridad. Otra de ‘El Diego’. “Ha perdido el norte”, pensó Cañizares. El trabajo coral del cuerpo técnico iba a dar sus frutos: “Teníamos un entrenador con grandes conceptos. Pero Benítez no era solo su capacidad, era la de Pako Ayestaran como un genio de la preparación física, la de Otxotorena como entrenador de porteros…”. Nada en los gestos de un entrenador serio y metódico destapa frivolidad en la predicción de disputar el título. “En las jornadas que quedan, el Madrid se dejará puntos aquí, aquí y aquí”, insiste a sus jugadores, mostrándoles documentos de Excel. Les hace creer (de nuevo, la convicción que revoluciona estados de ánimo) que llegarán más frescos que ningún otro rival. En marzo iba a notarse la reserva de energía extra de las constantes rotaciones criticadas en los empates del otoño. Además, Benítez recupera a Rubén Baraja, ausente en toda la primera vuelta por lesión, para capitanear la gran remontada. En Málaga, el Valencia se proclamaba campeón con 51 goles a favor por 27 en contra. Unos guarismos calcados a los de la Liga del 71 (41-19, en 30 jornadas). El Valencia no había caído, era el Valencia de siempre.
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Fotografía de Getty Images.