Querido ‘Steve’,
Suya es la culpa de que hace muchos sábados, cuando yo todavía era un mozalbete inmaculado y no conocía otra resaca que la del Dalsy, llegase a suponer que en Inglaterra solo subían al marcador los goles marcados desde fuera del área. El latigazo seco y lejano como artículo primero y último del football. Con el tiempo perdí neuronas, se me cayeron mitos y conocí otras drogas más prosaicas, tales como los cabezazos a bocajarro de Crouch, los empujones a la red de Zamora o los saltos poéticos de Rooney en los últimos metros. Pero algo de aquel sueño estúpido de infancia quedó en mí, de modo que cuando tuvo usted la ocurrencia de colarle ese voleón orgásmico al Middlesbrough en 2005, asumí el sketch con naturalidad, cómo quien baja sólo a por pan y siempre vuelve con rosquillas.
No quisiera empañar esta carta, que en su origen pretende ser una oda a los servicios que nos ha prestado durante más de 700 partidos, convirtiéndola en una especie de resumen de cuentas. Pero debe entender que hoy usted es para mí esa amada que se va y no vuelve, y que dada la ocasión, y a sabiendas de que no habrá mañana, uno se siente con la enorme responsabilidad de confesarle a la muchacha lo mucho que le ha estado ‘troleando’ desde el primer día. Permítame, pues, que le escupa otro pecado. Hace algún tiempo teníamos con mi cuadrilla de amigos un vicio mugriento, no apto para las juventudes modélicas. Le pedíamos algún dinerillo a nuestros padres para ir al cine y a tomar algo y nos encerrábamos acto seguido en casa de uno de los nuestros, con los bolsillos colmados de impureza y una litrona de Xibeca en cada mano. Una vez instalados en el zulo, nos fumábamos la noche en un suspiro, engullendo como auténticos cosacos los mejores highlights futboleros de Youtube. Ese era el plan, y siguió siéndolo durante mucho tiempo, al menos hasta que nos enteramos que en el Jamboree abrían gratis todos los viernes. Debo confesarle, no sin poco pudor, que esas maratones empezaban a la brasileña. Picoteábamos un poco de Ronaldinho, un poco de Kaká, un poco de Adriano… Incluso probamos una vez con un tal Keirrison, cuando estaba en el Palmeiras, dónde si no. Ya se sabe, éramos jóvenes e inocentes, y pensábamos que el fútbol moría en un recorte de Robinho. Luego, en las horas de bajón, tirábamos de escuela holandesa (teníamos controlados un par de vídeos de Bergkamp que eran canela pura) y de alguno más sobre las bullas más célebres de ese sueco con la nariz grande y el cinturón negro. Pero al final, siempre al final, metíamos un recopilatorio de sus mejores zambombazos, Steven. Le doy mi palabra. Aquello era una traca audiovisual que ni Tarantino pasado de vueltas. Perfecto para esas alturas de la madrugada, en las que despojarse del colocón es premisa obligatoria si no se quiere acabar durmiendo en la cama equivocada.
No se fíe de los que aún le dan palmaditas piadosas en la espalda por ese resbalón que le costó su única Premier. Son los que no han entendido nada
Le cuento todo esto, Sir, porque en parte debería sentir tan suya la Copa de Europa de Estambul como la educación de este chaval de l’Eixample al que todavía le faltan varias sopas. Crecí con las idas de olla de Son Goku, con el escote profundo y felino de la madre de Stifler, con ese sonido puntiagudo que emitía la Nintendo al abrirse, y sí, también, con sus celebraciones de rodillas en uno de los córneres de Anfield Road. Usted es uno de los responsables de que acabara la ESO con el culo en la silla pero con un ojo a la virulé, perdido en esos lares del norte, esperando nostálgico a que llegaran noticias frescas desde la lejana Premier. Todavía retengo en mis adentros, envasada en formol, una discusión que tuve con un compañero que se sentaba a mi lado en la academia de inglés extraescolar. El tipo se hacía llamar ‘Bufo’, su universo conceptual se reducía al rock y a la masturbación furtiva (al menos fue eso lo que me hizo creer a mí) y llevaba una de esas cabelleras tan largas que parece que vayan barriendo el suelo a cada paso que da su patrón. Un día tuvimos que leer en clase un texto sobre la ciudad de Liverpool para luego debatir sobre él. El primero en tomar la palabra fue ‘Bufo’, que vio en ese instante una oportunidad magnífica para desplegar la tesis doctoral que había estado masticando durante toda su niñez. Su exposición fue breve pero lapidaria. “Liverpool are The Beatles and nothing else. All the rest is bullshit”, espetó el muy canalla. No sé muy bien a santo de qué, porque ya me dirás qué sabía yo de la cultura british cuando no había cumplido ni los 16, pero a mí aquello me sentó como una patada en el culo, así que acto seguido, sin pedir turno ni nada, me lancé a su yugular. Estuve ladrando durante más de tres minutos, replicándole que para tener éxito en Liverpool no era necesario dártelas de hippie o llevar melenita morena, sino que también podías lograrlo teniendo la cara de un guiri de los de Salou y chutando muy, pero que muy fuerte. Aquello del chutar “muy, pero que muy fuerte” acabó de descolocar a la gente, que permanecía callada en uno de esos silencios que convierten una pérdida de papeles puntual en un ridículo vitalicio. La pataleta me duró hasta que la profesora me hizo reparar en el detalle de que había estado hablando todo el rato en español, para luego decirme, muy cordialmente, que como siguiera por ahí me invitaría a abandonar el aula.
Blasfemias aparte, todo estaba por venir. Como ese día en el que se le otorgó el brazalete de capitán del Liverpool con 23 años, convirtiéndose de ese modo en el más joven de la historia de la entidad. O, cómo olvidarlo, el inicio de la remontada ante el Milan en la final de la Liga de Campeones, cuando aparte de su conocido corazón también decidió meter la testa, y a partir de entonces todo empezó a carburar. O la FA Cup de un año después contra el West Ham. O los piropos de Zinedine Zidane. O esa manía suya de no acabar de dar el callo en Eurocopas y Mundiales, como queriendo enfatizar, por si había alguna duda, que usted ante todo era un jugador de club, para lo bueno y para lo malo. O el rechazo continuo a las ofertas de Chelsea, Madrid y demás vampiros.
Demasiados trances, todos bañados en rojo, como para empezar a cuestionar eso de que The Kop estaba en la grada de Anfield y no directamente en su círculo central.
Se nos marcha para siempre, Steve, que no es poca cosa. Un vacío más me espera a la vuelta de la esquina, y sin querer faltar a ningún cántico legendario, quizás vaya siendo hora de que pase de romanticismos y aprenda a caminar solo de una puñetera vez. Una última cosa, mate. No se fíe de los que aún le dan palmaditas piadosas en la espalda por ese resbalón que le costó su única Premier. Son los que no han entendido nada.