A Aitana Bonmatí le preguntaron hace poco en una entrevista dónde nacían sus ganas de jugar a fútbol. Su respuesta pareció insuficiente pero en realidad fue definitiva: “No sé, es que nunca me lo he preguntado”. Lo esencial es que están, no de dónde surgen. Es algo típico de los periodistas: nos abalanzamos sobre el éxito ajeno como un perro sobre un contenedor volcado. A las estrellas les pedimos que nos cuenten con toda clase de detalles lo que pasa por sus cabezas, en qué sueñan, a quién admiran, cuántos segundos dejan la rebanada de pan en la tostadora. Como si lo más importante no es que seas muy buena en algo sino lo bien que te desenvuelvas al justificarlo. Hemingway decía que lo peor de ser escritor es tener que hablar con alguien de tus libros: debería bastar con escribirlos. La madre y el padre de Aitana son profesores de Lengua y Literatura Catalana, y tal vez es a ellos a los que habría que acudir para averiguar cómo es posible que su hija se haya convertido en la mejor futbolista del mundo sin perder la naturalidad por el camino. Aitana hoy fascina porque es diferente, en el campo y delante del micrófono. Tan imprevisible para sentar a una contrincante como espontánea para saludar a una aficionada o atender a los medios. Estos días que las cámaras se le echan encima, brilla con la incontestable fuerza de lo nuevo: da que pensar, como si pudiera ser nuevo algo que ya ha ganado tres Ligas, tres Champions o una Copa del Mundo. En realidad, es una de tantas chicas a las que no prestamos atención durante años, que crecieron agarradas a su pasión (de qué otra forma habrían podido aguantar tanto desprecio) y que no pararon hasta que no dejaron una sola puerta por abrir, ni un solo cuñado por callar. Miramos a Aitana celebrar un título con una camiseta de apoyo a los refugiados, solidarizarse con el sufrimiento de una compañera ante el abuso de un jefe o hablar en su lengua materna en una gala retransmitida en todo el mundo, y nos felicitamos porque otro fútbol es posible. Aunque quizá ahora la pregunta nos la tendrían que hacer a nosotros: cómo nos fuimos tan lejos para que precisamente eso, una persona comportándose como es, lo más normal del mundo, nos parezca lo más distinto.
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Fotografía de Getty Images.