Ha muerto uno de aquellos tipos que en ocasiones dan a los estadios de fútbol una entrañable pátina de zoológico humano. Si en España el mítico ‘Rompecascos’ del Athletic, el ubicuo Manolo el Bombo o Joan Casals, el ‘avi’ del Barça, se han ganado un hueco en el imaginario colectivo, en Brasil uno de los referentes en las gradas se llamaba Ivaldo Firmino dos Santos, aunque nadie le conociera por su nombre: él era ‘Zé, el de la radio’, el seguidor más ruidoso del Sport Club do Recife.
Aficionado al fútbol desde los años 60 por pura capilaridad -pasaba cada día por delante del estadio Ilha do Retiro-, Zé saltó a la fama en 1999, en el transcurso de un encuentro frente a la Portuguesa de Mario Lobo Zagallo. Aquella tarde, el hincha se plantó detrás del banquillo visitante, encendió una voluminosa radio de 1961 (atención: cinco kilos de peso) y se pegó los 90 minutos emitiendo música a todo volumen, para molestia del ex seleccionador brasileño. ¿Resultado? El Sport ganó 1-0. Zé, un auténtico crack del regate dialéctico, lo recordaba así: “Me pidió que bajara la radio, pero yo le dije que en todo caso sería disminuir el volumen. Y para demostrarle su error, efectivamente bajé la radio: la bajé al suelo pero aún le di más volumen”. Lo dicho, un crack.
Después de aquella primera victoria, Zé pondría a prueba la resistencia auditiva de muchos otros técnicos brasileños. “Luiz Felipe Scolari llegó a pedir que la policía me desalojara, porque estaba entorpeciendo su trabajo”, evocaba ufano el protagonista en 2011. Permanentemente adosado a su viejo aparato de radio y a un icónico bigote, Zé se convirtió en un símbolo no solo futbolero sino también social. Así, quien visite el Carnaval de Olinda -una ciudad del aérea metropolitana de Recife- descubrirá como un muñeco gigante del aficionado participa de la rúa. Un motivo más de orgullo para Zé, que hace unos meses contempló gustoso cómo Carlos Augusto, un joven ingeniero torcedor del Sport, optó por tatuarse en el hombro su imagen (y su radio). Otro gran logro de Zé fue el alcanzar la categoría de aficionado más pesado del fútbol brasileño, una expresión que algún técnico rival deslizó tras sufrir su tortura de onda corta y que en 2006 oficializó el libro Guinness de los récords, siempre abierto a calibrar la extravagancia humana.
La leyenda dice que la fidelidad de Zé a su adorado Sport superó dos pruebas de fuego. La primera, tal y como él recordaba, durante “un año, tres meses y 28 días”, el tiempo que estuvo cortejando a su futura esposa: el suegro era un furibundo adepto del Naútico, el rival ciudadano de los ‘leones’, y como tampoco era cosa de dejar escapar un buen plan, Zé optó por silenciar durante un tiempo su pasión por el equipo. Cuatro décadas más tarde, en 2002, el corazón de Zé le dio un susto. Tuvo que ser sometido a un trasplante y la prensa local no tardó en difundir que el donante era un seguidor del Naútico. De nuevo, el amor por su club volvería a imponerse: “desde que tengo el nuevo corazón ha aumentado mi pasión por el Sport”, proclamó entonces. Hace una semana, este segundo corazón dijo basta. El estadio Ilha do Retiro ha quedado en silencio, y los tímpanos de los entrenadores brasileños, algo aliviados.
*Fuentes: Globoesporte, ESPN, Terra.