Las últimas seis Copas del Mundo de México han tenido la misma amarga despedida para los mexicanos: pasar de la fase de grupos, ilusionar a todo un país y caer cuando las eliminatorias arrancan su curso en octavos de final. Da igual si era o no penal, si Carlos Tévez estaba en fuera de juego o si vas ganando 1-0 a Alemania a falta de 15 minutos para terminar el encuentro. El Día de la Marmota se instala en los televisores mexicanos cada cuatro años. Arjen Robben siempre se saldrá con la suya engañando al árbitro de turno, que caerá en la trampa y señalará el punto fatídico; el linier no levantará la bandera para invalidar la acción del Apache y acercará a la Albiceleste a la siguiente ronda y Jurgen Klinsmann y Oliver Bierhoff se ocuparán de darle la vuelta a un marcador adverso y comprarte los billetes para regresar desde Francia hasta México antes de lo soñado otro verano más.
El Tri vive preso en una maldición que le impide ver más allá de los octavos de final. Solo ha conseguido avanzar hasta los cuartos en dos ocasiones; precisamente, las dos que fue organizador de la Copa del Mundo, en 1970 y 1986. Ya es tiempo de sacudirse del letargo, vencer a los miedos y soñar con gestas más grandes lejos de casa.