PUBLICIDAD

Xavier Aldekoa: “El fútbol me ha salvado muchas veces”

Entrevistamos al periodista y corresponsal en África por la publicación de su último libro, 'Quijote en el Congo', en el que recorrió los casi 5.000 kilómetros del río

A Xavier Aldekoa (Barcelona, 1981) no le contaban La caperucita roja. A él y a sus hermanos, su padre les leía cada noche pasajes de El Quijote, Lazarillo de Tormes o Un capitán de quince años. Este último, de Julio Verne, era su favorito, porque el corresponsal de La Vanguardia y cofundador de 5W se imaginaba como el protagonista que llega a África. Años después, en ese continente, ha visto partidos del Barcelona gracias a las videollamadas, de nuevo, de su padre. El fútbol le ha permitido recorrer el continente africano. Gracias, sobre todo, a su mirada única, pero también a pins, bolígrafos o un partido, se ha convertido en un reportero de referencia en el terreno. Ya ha escrito cuatro libros sobre África. El último, Quijote en el Congo (Editorial Península), en el que recorre los casi 5.000 kilómetros del río en dos meses y medio. Acostumbrado a escuchar para después escribir sus historias humanas, ahora responde al otro lado del teléfono.

Utiliza más la palabra ‘reportero’ que la palabra ‘periodista’.

El reportero no tiene más remedio que ir al sitio para explicar lo que está pasando. Por eso me siento más cómodo con esa palabra, porque al final mi trabajo en África no tendría sentido si no fuera a los sitios. Intento hacerlo de la manera más cercana posible. Por ejemplo, por el río Congo he intentado viajar como viaja la gente local. Por eso digo que renuncio a las comodidades, porque la gente no viaja de una manera cómoda con una lancha y un motor de no sé cuántos caballos. Viajamos con ciertas incomodidades que al final te dan una visión diferente de lo que pisas. La clave de todo es escuchar, más que ir, mirar y observar. Que te dejen escuchar es lo que te convierte en reportero.

¿Qué buscaba Xavier Aldekoa en los casi 5.000 kilómetros del río Congo?

Meterme hasta las entrañas de una región que me parece fascinante. El Congo alberga la esencia de lo que es el continente africano. Es una historia de heridas y de abusos. Son pueblos que viven en algunos casos un poco alejados de los tiempos del resto del planeta, con una cultura, una vitalidad, también una violencia a veces, y una capacidad de acoger al extraño extrema, que la convierten en una región vitalista.

 

“Cuando las cosas parece que van a ir mal, el fútbol se convierte en una llave para que quizá puedan ir bien. Pienso en momentos en los que he estado delante de rebeldes, de tipos peligrosos o de policías corruptos”

 

¿El fútbol está en todos los rincones del mundo?

El fútbol es una posibilidad de bienvenida y eso es algo milagroso. Cuando las cosas parece que van a ir mal, el fútbol se convierte en una llave para que quizá puedan ir bien. Pienso en momentos en los que he estado delante de rebeldes, de tipos realmente peligrosos o de policías corruptos en aduanas complicadas. El fútbol me ha servido para buscar una cierta empatía en la otra persona que parecía imposible y me ha salvado muchas veces de una situación complicada. Me ha permitido pasar fronteras, pasar controles rebeldes, incluso me ha permitido empezar una conversación con alguien cuya intención no era hablar, sino robarme.

 

 

En la maleta siempre lleva productos de merchandising.

Tanto del Barça como del Madrid, porque soy ‘culé’, pero me puede salvar cualquiera. En este viaje llevaba pins, bolígrafos, banderines, una camiseta del Real Madrid y también una bandera del Barça. Era consciente de que tendría que negociar con los rebeldes, atravesar controles de carretera con tipos desarrapados y con kalashnikovs. Esos pins servían como una manera de acercarse a esa gente que te ve como algo extraño. No pago nunca porque no puedo y también por una cuestión ética. Lo de los pins me parece una manera de intentar solventar una situación que puede ser complicada.

Los niños aparecen mucho en sus libros. Que les roben el fútbol parece la mejor metáfora de que les roben la infancia.

Total. A mí me pasó eso con niños soldado con los que conviví varios días en la ciudad de la República Democrática del Congo. Ahí el fútbol me sirvió para ser un poco invisible. El primer día, el jefe rebelde decía que había adoptado a esos niños porque habían matado a sus padres, y que eran como hijos para él. Incluso parecía que los trataban bien. Pero con el paso de los días, empezaron a caer collejas y algún grito. Uno de los niños llevaba siempre la camiseta de Messi. Hablé con él y le dije que era de Barcelona, que también me gustaba mucho el fútbol… Propuse jugar un partido y él lo hizo muy bien. Le pregunté cuántas veces jugaba a la semana, me miró como si fuera un extraterrestre y me dijo que no jugaba desde hacía cuatro años, desde que había entrado en el grupo rebelde. En esos pequeños detalles te das cuenta de que todo lo que decía el jefe rebelde era palabrería. Esos chavales eran esclavos. El fútbol ahí sirvió para que esas costuras se abrieran un poco.

El fútbol es una vía de escape para salir de sus vidas.

Claro. Cuando seguí las rutas migratorias hacia Europa, me encontré a muchos chavales que decían que eran futbolistas profesionales o semiprofesionales y querían probar suerte en España. Es el sueño de una vida mejor. También, a nivel más básico, es una ilusión. Estuve en la zona de lago Chad, para cubrir la presencia yihadista de Boko Haram, y la única manera de que los cuidadores interactuaran con los chavales era mediante el fútbol. Estaban tan traumatizados que solo se expresaban cuando había una pelota. El fútbol es, literalmente, algo terapéutico.

 

“En este viaje llevaba pins, bolígrafos, banderines, una camiseta del Real Madrid y también una bandera del Barça. Era consciente de que tendría que negociar con los rebeldes”

 

Incluso celebran goles en diferido.

Daniel Jacobs, me acuerdo de ese chaval. Vestía una camiseta del Barça que se había hecho él mismo. No tenía ni idea de la remontada del Barça contra el PSG y se la enseñé en el móvil. Se pusieron todos alrededor y fue muy bonito ver cómo se emocionaban. Hay gente que quiere el fútbol de diferente manera porque no tiene otra opción. En el viaje del río Congo, por ejemplo, me encontré en mitad de un camino de tierra, lejos de todo, a un hombre que era muy del Barça. Se puso contentísimo porque le di un pin, y eso que el último partido que había visto era el 2-8 contra el Bayern, el peor partido de la historia reciente del club. Eso tiene mucho mérito.

¿Cuál es el sitio más extraño en el que ha visto un partido?

Podría decir decenas. La semifinal contra el Inter, aquella del gol anulado a Bojan por manos dudosas, estaba en una zona controlada por Al-Qaeda, en el norte de Mali. Paramos en medio de la carretera, en un campamento improvisado donde había una televisión. Se veía fatal, había un montón de rayas en la imagen. Celebré durante mucho rato el gol anulado a Bojan y me di cuenta después de que no valía. Siempre que puedo intento seguir el partido. Incluso hay veces que, cuando no puedo, llamo a mi padre por Skype y pone el ordenador delante de la televisión.

 

Fotografía de Alfons Rodríguez

 

También está varios días sin conexión y tiene que imaginar lo que sucede.

Me ha pasado en este viaje. He estado a veces seis o siete días sin conectarme. Y ahí no puedes hacer nada más que imaginar. Quizás habían destituido a un entrenador, quizás habíamos goleado al máximo rival, a lo mejor habíamos avanzado de fase o nos habían eliminado. Incluso nos entretenemos comentándolo. El fútbol muchas veces es un tema de conversación relajado. En Níger estuve en un gueto, donde esperan hasta tener un coche atestado para atravesar el desierto y pasar a Libia. Les expliqué a los chavales que se acababa de celebrar el sorteo de la Champions. Fue un momento maravilloso porque estuvimos hablando durante media hora, en lugar del miedo, de la travesía, de las palizas que habían recibido o del hambre que habían pasado, de los cruces de los equipos.

¿Asume las contradicciones de esos tipos de fútbol tan distintos?

A todos los que nos gusta el fútbol convivimos con esa contradicción con cierto grado de amargura. Hablamos de millonarios que normalmente no les interesa demasiado el resto del mundo y de organismos bastante corruptos sin demasiada ética. Lo hemos visto en el Mundial, en la Supercopa, en los patrocinadores de casas de apuestas… Todo lo que es perverso, está en el fútbol. Manda el dinero. Nos tapamos la nariz porque nos gusta demasiado este deporte y los sentimientos que genera. Pero si te paras a pensar, es indefendible.

¿La Copa África molesta en Europa?

Sí, pero eso creo que forma parte de este desprecio histórico que se tiene hacia el continente. Es una de las pocas oportunidades que tienen los ciudadanos africanos de poder ver a sus estrellas cerca, y molesta, mientras que acaba de celebrarse un Mundial en noviembre y diciembre.

 


SUSCRÍBETE A LA REVISTA PANENKA


Fotografía cedida por la editorial.