Así empieza nuestro nuevo número, el #Panenka124, un Especial sobre las Finales que puedes conseguir aquí
En el preciso instante en que la pelota se suspendió en el aire, M. no se acababa la cena del avión. Eran las primeras horas de una aventura de dos semanas en el sudeste asiático. Al comprar los billetes, tres meses antes, le pareció ideal volar en domingo. Fue a la madrugada siguiente cuando una intuición le cruzó la mente como un rayo y la dejó empapada en sudor frío. No pegó ojo hasta que comprobó en su ordenador que, en efecto, el 11 de julio, dos horas después del despegue del vuelo, iba a empezar la final del Mundial 2010. Solo logró tranquilizarse cuando convino, racional, que si nunca había visto a la selección colarse siquiera en las semis del torneo, por algo sería. Con la Eurocopa ya había gastado el cupo. Y tres meses después, ahí estaba ella, su asiento en posición vertical, su teléfono móvil en modo avión. Su imaginación deambulando por mil finales a la vez, desenlaces a cada cual más infernal.
En el preciso instante en que la pelota se suspendió en el aire, J. se levantó como un resorte. La silla de plástico, una de las decenas que se apelotonaban alrededor de la pantalla en la plaza del barrio, cayó al suelo y ahí se quedó. Intenta rememorarlo pero no puede. Solo recuerda que se puso a llorar. J. no es un tipo de extremos. Tampoco es que sea tan apasionado como su amiga M. (que encima se perdió todo aquello, la muy gafe), y es consciente de que hubiera encajado bien la derrota, como casi siempre, con media sonrisa y una frase del tipo ‘es lo que hay, con esta gente ya se sabe’. A decir verdad, no entendía mucho de fútbol, y todavía lo ha comprendido menos desde aquella final jugada en Johannesburgo. ¿Qué clase de broma es esta que te hace llorar en la victoria y sonreír con ironía en la derrota?
En el preciso instante en que la pelota se suspendió en el aire, A. escuchó el silencio, y luego le pegó como si ya lo supiera todo. Como si tuviera claro que nadie, jamás, en ningún lugar del universo, volvería a sentir algo así. Y, sin embargo, eran millones. Fin.
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Fotografía de Getty Images.