A Nacho Vidal (El Campello, Alicante, 1995) le chifla el helado de turrón. “Ahora como más bien poco, porque la nutrición es un factor fundamental para nosotros, pero soy un enamorado del helado y, sobre todo, del helado de turrón. Porque, creo, es una forma de volver adonde todo empezó”, asiente, volviendo a la infancia y a la heladería que regentaban sus padres, en la primera línea de mar. “Crecí entre la playa y el paseo. Ahí di mis primeras patadas. Recuerdo la sensación de libertad de correr descalzo por ahí chutando un balón, corriendo por la arena. Era un lujo. Jugábamos con chanclas como porterías. O en la orilla: uno se ponía de portero dentro del agua y los otros representábamos córners, luchando por ganar y rematar la pelota. El mar y la playa son de las cosas que más echo de menos, aquí en Pamplona. Cuando puedo, intento volver a El Campello. Y más que un viaje espacial, de casi 700 kilómetros, es un viaje temporal, hacia atrás, hacia adentro. La playa me devuelve a los orígenes. Nunca hay que olvidarlos. Me gusta acordarme de donde di los primeros chutes a un balón. La playa es un poco mi refugio”.
Llegado a Pamplona en 2018, tras seis años en Valencia, el ‘2’, dueño indiscutible del lateral derecho de El Sadar, hasta tal punto que por segundo curso seguido ni siquiera hay otro especialista en el equipo rojillo, atiende la llamada de Panenka. “Me siento con confianza. Y valoro mucho estar jugando, porque he tenido momentos de no jugar tanto. En mi época en Mestalla por ejemplo. No doy nada por hecho. Me tomo muy en serio el día a día. No voy a bajar la marcha: tengo que dar y trabajar mucho más. No quiero que nadie me quite esto porque es algo que me ha costado mucho ganar. Y sé que la competencia en Primera División es brutal y que la competencia en el equipo es brutal, y que si un día bajas un poco se puede terminar. Por eso trabajo cada día al máximo: para ponerle las cosas difíciles al míster en el momento de decidir, para estar preparado para jugar al 100%. Sean los minutos y la situación que sea. Siempre me ha gustado lo de dime cómo entrenas y te diré cómo juegas”, arranca Nacho, 90′ en nueve de las diez jornadas.
Además de la arena, ¿qué más recuerdas de la infancia en El Campello?
Una de las fotos que más me gusta y más me llama la atención, de pequeño, es una en la que salgo con la equipación Kappa del Barça, con el ’21’ de Luis Enrique. Me la compró mi padre, creo, porque era del Barça, y yo iba súper feliz porque iba vestido del Barça. Mi hermano era del Madrid, así que en casa estábamos siempre como perros y gatos. Pero ahora toda la familia ya es rojilla. No sé ve más fútbol que Osasuna ahora, en casa.
¿Qué es lo primero que recuerdas de Osasuna?
Sobre todo, a Puñal, un emblema del club. También recuerdo un Raúl García muy joven. O a Webó, entre muchos otros. También recuerdo sorprenderme y flipar con cómo se vivía el fútbol en el Sadar, viéndolo por la tele. Me acuerdo de muchas imágenes de la gente animando que se me quedaron grabadas. Recuerdo pensar ‘madre mía, ir ahí a jugar tiene que ser la hostia’, y ahora estoy disfrutando todo esto como local. Pamplona es una ciudad en la que se respira fútbol. Lo que más me sorprende es que aquí todo el mundo es de Osasuna. Aquí la gente no es ni del Madrid ni del Barça. Aquí la gente es de Osasuna, en las buenas y en las malas, y esto tiene un valor increíble. Los niños, aquí, nacen rojillos y crecen rojillos. Osasuna ha tenido momentos muy malos, antes de que yo llegara aquí, y por lo que me cuentan, y es que ni hace falta que me lo cuenten, porque ya conozco perfectamente a la afición, nunca se han bajado del barco. Siempre han apretado, y hoy Osasuna está donde está gracias a la afición.
“En Pamplona se respira fútbol”. ¿Y en El Sadar?
El viernes [ante el Granada, 1-1], y no es por vender ninguna moto, nos hicimos la foto del once inicial y, viendo el campo y las luces, tenía la piel de gallina. ‘¿Cómo hemos podido vivir sin estas 15.000 personas dejándose la garganta por nosotros?’, me decía. Esto es lo bonito del fútbol. El valor de la afición en el mundo del fútbol es incalculable, y en Osasuna es infinito. Son nuestro motor: si presionas tres veces ellos te empujan a presionar la cuarta, como si corrieran por ti. Cuando pierdes algo, y nosotros lo perdimos durante un año y medio, te das cuenta de lo que vale de verdad y de lo que te hace sentir. Aquí hay 20.000 personas, pero se notan como si fueran 100.000. Es una barbaridad. Lo que tenemos aquí es la hostia, hablando mal, y es brutal que se aplauda mucho más una carrera para robar un balón que una acción técnica. Lo de los goles ya es otra cosa, porque un gol no se puede comparar con nada, porque cuando metes un gol El Sadar se viene abajo, pero esas aciones de dejarse la piel por tu camiseta, por tu compañero, son súper aplaudidas. Me lo dijeron en cuanto llegué: ‘aquí se te va a exigir que corras hasta darlo todo y que acabes el partido exhausto. Luego podrás estar más o menos acertado con la pelota, pero hay que dejarse la piel’. Aquí el esfuerzo es innegociable. Habré tenido partidos mejores y partidos peores, pero cada vez que me he puesto la camiseta de Osasuna, no solo en los partidos, también en los entrenamientos, me he dejado la piel por el escudo y por la camiseta, porque sé que es lo que más valora la gente.
La naturaleza de Osasuna enamora a los nacidos aquí, “es mi vida”, decía Kike Barja, pero también fascina y seduce a los que llegan de fuera, como tú.
Los jugadores más importantes de la plantilla son de aquí, y en el equipo hay muchos futbolistas de casa. Hay una apuesta muy fuerte por Tajonar, y todo lo que sea alejarse de este camino y no mantener esa esencia, su esencia, será ir a peor. Además de estar creciendo bien y mucho, Osasuna sigue siendo un club muy auténtico, muy humilde, y tiene un vestuario que para mí es un ejemplo de lo que tiene que ser un vestuario. Comparar el vestuario de Osasuna con cualquier otro es complicado. Yo venía del vestuario del Valencia, que es un club muy grande, con una masa social enorme y con futbolistas de fuera, uno de cada parte, y puede dar la sensación de que cada uno va un poco más a su bola. Hicimos un gran grupo, y guardo un muy buen recuerdo del año que estuve ahí, pero en cuanto llegué a Pamplona me di cuenta de que esto era diferente. Lo vi el primer día. Llegué un 13 de julio y el 14 ya estaba en el grupo del equipo y me estaban diciendo para ir a tomar algo. Lo comentaba con la familia: no me creía lo que está pasando. Acababa de llegar y ya me estaban abriendo los brazos. ‘Ven aquí con nosotros, súbete a nuestro barco’. ‘No llevo ni 24 horas en Pamplona y ya estoy con la gente de mi equipo, con gente a la que ni conozco’. Roberto Torres se ofreció a venir a por mí para introducirme en el grupo. Cuando tienes un grupo tan unido se hace todo mucho más fácil. La gran mayoría de compañeros son amigos. Es un vestuario brutal, igual que es brutal lo que te transmite la gente cuando te ve y te saluda por la calle. Esa sensación de normalidad, de humanidad, de humildad y de cercanía que también transmite el club. Todas estas cosas acercan mucho al club y a la tierra, y generan un sentimiento de pertenencia brutal, tanto a Osasuna como a Navarra.
“Cada vez que me he puesto la camiseta de Osasuna, no solo en los partidos, también en los entrenamientos, me he dejado la piel por el escudo y por la camiseta, porque sé que es lo que más valora la gente”
En verano renovaste hasta 2025 y ya son 118 tardes con Osasuna: como en casa.
Llegué a Osasuna con 23 años y voy a estar aquí hasta los 30, y si ahora me propusieran ampliar hasta 2028, tres temporadas más, estoy seguro de que lo firmaría. Porque creo en el proyecto del club, porque el club y la ciudad están muy alineados con mis valores. Y porque es un club que me hace sentir como en casa, sí. Vas a Tajonar a entrenar y cada mañana te recibe una sonrisa de todos los trabajadores. El trato con ellos es de tú a tú. Es como debería ser. No es nada excepcional. Pero hay que darle valor a esas cosas.
No es fácil ser feliz en el fútbol.
El fútbol tiene caras muy diferenciadas. Te somete a una presión grande, porque cada día tienes que estar al 100%, porque cada día tienes que dar lo máximo, y es un ciclo continuo y sin fin que, al final, a nivel mental pesa. La gente solo ve la cara bonita, pero los familiares y amigos saben que estás renunciando a muchísimas cosas, que estás perdiendo muchísimas cosas. Y en ese contexto, insisto, encontrar una segunda familia en un club de fútbol, como he hecho yo aquí, en Osasuna, tiene un valor incalculable, y me siento doblemente privilegiado. Hace unos días tuvimos una charla con Unzué, y él nos hablaba de eso: de que somos unos privilegiados, porque tenemos salud y porque estamos haciendo lo que nos gusta. Y de que tenemos que disfrutar del día a día. Y sentirnos unos privilegiados porque lo somos, en cuanto a horarios, a salarios, que al final es lo que se ve desde fuera. Pero no hay que olvidar que todo esto tiene sus puntos débil, porque es muy agotador psicológicamente. Porque cuando las cosas no salen bien te afecta mucho, como el año pasado, que no levantamos cabeza hasta Navidad. Tú sabes que es importante separar de lo personal de lo profesional, pero aquí es imposible. Tu vida es el fútbol, y cuando el fútbol no va bien no va bien nada. Pasamos momentos malos y me afectaron, pese a considerarme siempre, repito, un privilegiado.
“Cuando aparezca un mal día acordaos de mí, de este tío que hace cuatro días estaba jugando como vosotros y que hace dos estaba formando parte de un staff, y que hoy está en una silla de ruedas. No como algo triste, para decir: ‘esto merece la pena. Soy un privilegiado’. Tener salud y poder trabajar en lo que te gusta es la hostia. Cuando estéis jodidos, acordaos de mí: ‘me voy a acordar del cabrón de la silla derruidas para levantarme y seguir funcionando'”. Has ido volviendo a aquella charla?
Sí. Tengo el vídeo a mano, y lo he visto dos o tres veces más. Deberíamos tener esa charla muy presente. Y su luz y su energía, pese a una enfermedad grave. Todos tenemos derecho a quejarnos, y cuando te pasa algo a ti te olvidas de lo de fuera y te centras en ti, pero los casos como el suyo nos quitan el derecho a quejarnos. Me ha hecho valorar mucho más todo lo que tengo. Tener los pies en la tierra, disfrutar el día a día, agradeciendo y sintiéndome siempre, cada día, un privilegiado por estar donde estoy y por hacer lo que hago. Hay que disfrutar cada día como si fuera el último, como decía Juan Carlos. Estuve todo el rato con la piel de gallina. Soy una persona súper racional, muy poco sentimental, pero, joder, me tocó mucho la fibra, profundamente. Todos deberíamos reflexionar sobre ese discurso. Debemos valorar mucho más las pequeñas cosas que ofrece la vida. Muchas veces hacemos de un problema mínimo un problema muy grande. Debemos valorarlo todo muchísimo más. Debemos aprender a valorar las cosas antes de que pase algo. Hay que disfrutar de lo que se tiene, y no de lo que nos gustaría tener. Que al final hay gente pasándolo muy mal, con problemas que son de verdad. A veces perdemos un poco la perspectiva. Mi conclusión es esta: que hay que disfrutar de lo que haces, de lo que tienes, que hay que vivir en el presente y olvidarnos un poco del futuro. Lógicamente tienes que plantearte tu vida, y pensar un poquito más allá, pero sin olvidarte de lo más importante: el presente y el día a día, y vivir la vida con intensidad, con pasión, disfrutando de cada momento.
Estás graduado en Fisioterapia y hace un año acabaste un Máster en Administración de Empresas. ¿De dónde nace tu interés por los libros y por los estudios?
Siempre me ha gustado estudiar. De niño, uno siempre quiere parecerse a su hermano mayor, y él ha sido un gran estudiante. Ahora leo mucho sobre filosofía y psicología. También me gusta leer sobre negocios y finanzas, fisioterapia, nutrición y salud en general. Todo lo que está relacionado con la salud me apasiona. También me ronda por la cabeza empezar clases de inglés, porque me estoy perdiendo muchas cosas y mucha información por no dominarlo. El inglés es básico para todo, a nivel social y a nivel de aprendizaje. El mundo se mueve en inglés. Siempre he sido muy estudioso e inquieto. Pienso que aprender debería ser una constante. Y también he seguido estudiando porque yo, con 18 años, no sabía si iba a vivir del fútbol. Estaba en Mestalla, en una cantera muy potente, pero estaba en Segunda B, y, de hecho, no todos los que salimos en aquellas fotos estamos viviendo del fútbol. La mayoría sí, pero algunos mañana, cuando se retiren, no van a poder vivir del fútbol. Esa situación también me llevó a estudiar, porque no sabía qué iba a ser de mí, y porque además siempre me ha gustado escuchar a la gente mayor y en la residencia del Valencia siempre nos repetían: ‘el Valencia no es la realidad del fútbol. Sois unos privilegiados’. Porque en el Valencia tienes todas las necesidades del mundo y toda la ropa que necesitas, por poner un ejemplo, pero en Segunda B y en Tercera el fútbol no es tan cómodo ni tan bonito. Yo he tenido la suerte de poder jugar en el Valencia y llegar al primer equipo y, ahora, de estar en un club como Osasuna, en el que mantengo esas facilidades, pero yo sabía y sé que no es la realidad esto, y quería estar preparado por si en algún momento tenía que afrontar la realidad, para no tener que quedarme jugando al fútbol porque no tenía otra cosa, para poder decidir, porque igual, en la realidad, hubiera optado por el mundo de la fisioterapia. Además, lo estudios siempre me han ido súper bien para desconectar, para salir de la burbuja del fútbol y alejarme de la rueda, para convivir y compartir momentos con gente de fuera del vestuario y de fuera del fútbol, con gente con otras inquietudes, para hablar de otras cosas y, sobre todo, para ser una persona normal. Y me ha ayudado muchísimo. En los momentos buenos, para mantener los pies en la tierra, pienso: ‘el fútbol me va muy bien, pero yo, además del Nacho futbolista, soy el Nacho estudiante y aunque me vaya bien en lo futbolístico no quiero perder esto’. Y en los momentos malos, para tener una vía de escape.
La última. ¿Molesta más el estereotipo del futbolista tonto que vive siempre al margen de los libros o el del futbolista señalado por ir de listo porque estudia?
Personalmente, me he topado más con lo primero. He conocido a gente que cuando se entera de que has estudiado Fisioterapia y que tienes un máster se sorprende. ‘¿Pero por qué te sorprende?’. Si es que somos personas normales. Llegamos a las 9 de la mañana a la ciudad deportiva y a casa a las 2 del mediodía, y tenemos toda la tarde por delante para dedicarla a lo que nos gusta. En el fútbol, como en la vida real, hay gente que estudia y hay gente que toma otras vías. En la vida normal, más allá de nuestro mundo, hay gente que estudia y hay gente que no ha estudiado una carrera porque no ha querido o no ha podido, y en el fútbol lo mismo. En Osasuna he encontrado mucha gente inquieta, gente que ha estudiado o que estudia. Yo, por ejemplo, estoy gran parte del tiempo pensando en el fútbol, y me apasiona ver fútbol, pero también me gusta sacar tiempo para estudiar, para leer. Pienso que se tendría que erradicar esa imagen, ese discurso y ese prejuicio que se tiene del futbolista. Porque no es real. Se pone esa etiqueta porque se tiende mucho a juzgar, pero, sin que se saque de contexto, insisto en que no todos los futbolistas son tontos. Quizá es la imagen que se tiene de los jugadores, y es un pensamiento muy arraigado, pero no es real, insisto. Y también insisto en que no todo es tener una carrera universitaria o tener un máster. No todo se basa en tener una carrera universitaria. Es verdad que la universidad te da muchísimo y que te da herramientas y una red de contactos, pero no todo se acaba ahí. Hay gente súper brillante e inteligente que nunca ha pisado una universidad, y la pandemia nos ha hecho ver que nos necesitamos a todos. La titulitis también es un problema.
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