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Miedo a morir

Se cumplen 17 años de la emblemática remontada del Valencia en Montjuic. Rafa Benítez estaba contra las cuerdas. Aquella noche cambió la historia che

“Nunca se sabe cómo empieza una historia. Nunca se sabe. Quiero decir que, cuando empieza una historia y esa historia te pasa a ti, tú no sabes cuándo empieza. Quiero decir, quiero decir que tú no vas por ahí andando tranquilamente por la calle y de repente dices: “Mira, una historia que empieza”. Quiero decir, no se sabe. Luego, cuando por fin te das cuenta que estas metido en una historia, no sabes cómo acabará. Nadie puede saberlo. Solo al final. Cuando todo llega al final, abres los ojos y te dices: “La historia se ha acabado”. Se acabó. Y como se acabó, empiezas a oír el silencio”

Un obús en el corazón, de Wadji Mouawad

 

Mis padres alquilaron un apartamento en la playa en el verano que preludia aquella temporada. Conocí de primera mano la avaricia del ser humano con los edificios hasta el cielo y supe en mis propias carnes hasta dónde cojones puede llegar el dolor. Seguía una apasionante Copa América por las noches. En un extraño ejercicio, La2 televisaba el torneo. Mis esperanzas estaban depositadas en Costa Rica y en Fonseca, el ‘10’ y único jugador blanco que recuerdo de esa selección. Por las mañanas tocaba playa. Y al mediodía, mientras comía, estar al tanto del culebrón estival. Mendieta había pedido salir del Valencia. No quería que se fuese, pero, tras dar una rueda de prensa en un hotel, donde dejó claras sus intenciones, lo hizo. ‘El murciélago del escudo’ abandonó la guarida. Después de aquello, no he vuelto a querer a ningún futbolista.

Cajas cuadradas, pizzas redondas y trozos triangulares

Pedro Cortés dimitió, el futuro de muchos jugadores importantes era incierto y, además, se necesitaba un entrenador para rearmar la que fue la Naranja Mecánica. Nada más fichar a Rafa Benítez, un directivo del club soltó una de esas lindezas que solo sueltan los directivos del balompié: “El único Benítez que conozco es el Cordobés”. Desconozco el motivo, pero esa declaración se me quedó grabada en la sesera como La manta al coll. Y la repetí más veces en aquellos meses que el “arreando a xim-pam-pum” en una larga noche de Fallas. Y no entiendo como el club no explotó. Será porque en Valencia nos va la marcha. No sé cómo pudimos alzarnos ese año con el título de La Liga. Todo nació por el miedo a morir.

Recuerdo que las sensaciones con el equipo de Mestalla no eran buenas y se había llegado a la jornada 17 con muchas dudas, y todo podía volar por los aires. No era un enfermo del fútbol, pero ya me empezaba a chispar de las cosas. El 15 de diciembre de 2001, el Valencia se jugaba algo más que tres puntos en el estadio Olímpico de Montjuic. Rafa Benítez estaba con la soga al cuello y alguna que otra persona desde dentro del club estaba preparada para darle una patada a la silla que lo mantenía.

El encuentro contra el Espanyol lo viví en casa cuando las autonómicas todavía echaban fútbol en abierto. Lo vi por una de esas cajas tontas jorobadas de antaño. Se apreciaba un estadio totalmente desangelado y se notaba que era el antepenúltimo sábado del año. No había folclórica encima del televisor, pero no estaba solo. Estaba junto a mi padre, mi madre y algunos amigos suyos. Con esos amigos de tus padres a los que llamas tíos, cuestión que nunca he alzado a comprender.

Aquel día, solo era un crío valencianista que había estado en Mestalla cuando todavía estaban las perennes verjas en un 5-2 frente al Athletic; que cantó lo de “sois San Marino, vosotros sois San Marino” tras golear al Madrid; que vio la final de La Cartuja como ven los críos la tele: con la nariz pegada en la pantalla y adelantando el sofá. Solo un crío que intentó ver las dos finales de Champions League desde dentro del que siente su estadio y que no consiguió premio en ninguna ocasión como su equipo. Solamente, un crío.

 

“En ese momento, para varios directivos, que posteriormente lo admitirían sin problema, Benítez estaba más fuera que dentro”

 

Los pericos se pusieron por delante con un 2-0 antes del descanso. El periodista deportivo Paco Polit rememora esos 45 minutos: “El Valencia, con un once algo distinto al habitual, con Mista e Ilie en ataque, tuvo sus ocasiones. Aimar falló una increíble. Pero el Espanyol acertó más, ante una defensa desdibujada y desconocida”. Y añade que “en ese momento, para varios directivos, que posteriormente lo admitirían sin problema, Rafa [Benítez] estaba más fuera que dentro”.

Despotricando, defenestrando a esos jugadores, acordándome de sus familiares más allegados, chillando palabras malsonantes, alzando los brazos y bajándolos airosamente. Así pasé el tiempo entre partes. No sé cuántas jodidas veces recorrí el pasillo. Mi vocabulario no se parecía al de Downton Abbey en aquel instante. Solo faltó que el brazo izquierdo se me fuera paralizando poco a poco. Podría haberlo metido en el aceite de una freidora sin lamentar ningún rasguño. Y el corazón vagabundo, escarchado.

Las cajas de pizza y los trozos fríos restantes estaban sobre la mesa durante toda la segunda parte. Algunas latas de cervezas iban formando una barrera y otras se usaban de cenicero. No entendía esa costumbre por aunar el fútbol con la rubia. Ahora, que me sienten en un diván si lo dejo de hacer.

Rufete, que su indumentaria era camiseta corta con guantes a mediados de diciembre en lo alto de una montaña en Barcelona, calentó los cuerpos de los valencianistas marcando dos goles con una vestimenta más propia de un hortera o de un ruso. Pero el desfile del ‘Rufo’ no acabó ahí y eso que ya había enseñado su emblemático demonio. Tras conseguir poner el empate en el electrónico, el alicantino se revolvió en el área perica y centró. Adrian Ilie empalmó para poner al equipo por delante.

Grité, grité, celebrando aquel tanto. Grité como en un sueño, creyendo que no tenía nadie alrededor. Al darme cuenta que no era así, decidí rebajar algunos grados la euforia. Me hubiera cabreado muchísimo si acabo muerto por festejar un tanto.

 

Una remontada exprés que ocurrió en menos tiempo del que se fuma un cigarro, del que se tarda en recoger la habitación o del que se tarda en relacionar una vivencia con un capítulo de Los Simpsons

 

Toda esta locura de remontada ocurrió en siete minutos. Una remontada exprés que ocurrió en menos tiempo del que se fuma un cigarro, del que se tarda en recoger la habitación cuando se quiere salir de noche con los amigos o del que se tarda en relacionar una vivencia con un capítulo de Los Simpsons.

La pizza estaba caliente cuando llegó, pero lo que me hizo prender por dentro de verdad fue la segunda parte en territorio hostil. Me dio igual que la cena se tuviera que pagar por llegar antes de la media hora. Total, no la iba a pagar yo. Volví a hacer un maratón con las veces que cruce el pasillo. Esta vez el motivo era totalmente contrario. No sabía si volveríamos a ganar más partidos en esa temporada, pero salimos victoriosos en el encuentro más importante de aquel día que jugaba el Valencia. La alegría en el fútbol es la ausencia de derrotas. Quien diga lo contrario, miente.

“Desde ese día, las piezas acabaron por encajar definidamente: la defensa se convirtió en una referencia para toda Europa, el centro incorporó al final al recuperado ‘Pipo’ Baraja -que llevaba cinco meses con problemas de rodillas- y se convirtió en una apisonadora, y los delanteros fueron un dechado de acierto y puntería”, explica Polit.

Cuando más cerca se está de la muerte, más vivo se siente uno. Y algo así debimos experimentar todos los que tenemos un sentimiento fiel hacia una entidad casi centenaria. Pocos meses le falta para ello. Ganamos La Liga 2001/2002. No se sabe cuándo empezó a gestarse aquello. Pero el punto de inflexión está claro. Rafa Benítez no era el torero que algunos pensaban, pero supo lidiar con aquel toro y consiguió la primera victoria fuera del Mestalla en ese curso. Nunca se sabrá que hubiera pasado si ese partido hubiera sido cicuta para el técnico madrileño.

En Valencia, cuando las cosas no van del todo bien dadas, cuando se tiene que revertir una situación desfavorable, siempre se apela a un cambio repentino como el que ocurrió en aquel diciembre. En esos momentos, se recuerda mucho aquella lucha fratricida entre pericos y murciélagos. Trabajar todo el año en algo que quemarás en apenas minutos y volver a trabajar a destajo hasta el año siguiente está en la sangre del cap i cassal. Nunca se deja de creer. Eso es algo que me encanta de mi ciudad. Ese sentimiento y ese fuego. En Valencia, siempre se espera un Montjuic como aquel. Todo tenemos un partido al que volvemos. El mío es este.