PUBLICIDAD

Me gustan los quioscos

Nos gustan los quioscos porque resisten y se rebelan. Cargan con una presión insoportable y una responsabilidad preciosa: sostener el recuerdo de un hábito

Me gustan los quioscos. Cuando paso por delante de un quiosco me detengo sin disimulo. A veces me abstraigo y observo su interior como si fuera un cuadro: pisapapeles oxidados desafiando el viento; tiras de ‘rasca y gana’ que parecen tomate de colgar. Chicles duros, tabaco sin declarar, postales… Disfruto de cada matiz, de cada olor. Giro el cuello, miro hacia abajo y el titular que leo se queda a medias. Levanto una columna de papel y lo termino. Me mancho los dedos.

Me gustan los quioscos. Escruto (y fiscalizo en silencio) los destacados de los diarios generalistas; me río con las portadas de las revistas del corazón; encuentro la nueva Panenka y echo de menos la vieja Interviú, también sus reportajes de investigación. Hago ver que busco algo en concreto pero casi nunca busco algo en concreto.

Los fines de semana son distintos. El domingo compro el ARA. El sábado hago rotaciones y elijo un periódico deportivo al azar. Los días de Champions me decanto por el AS: sus previas me parecen insuperables. Luego me enfado porque las destripan de buena mañana en la web. En casa siempre hubo periódicos deportivos. Sobre todo en verano. El mejor siempre era el que estaba por llegar.

Me gustan los quioscos. Incluso cuando voy con niños, que es lo más parecido a sortear un campo de minas. Los ‘quiosqueros’ son hábiles situando estratégicamente aparatosas revistas infantiles, la gran mayoría encartadas con algún obsequio inútil. A veces me hago el digno: ‘hoy no toca’; pero la mayoría de veces acabo sacando la tarjeta. Me gustan los quioscos. Juego a detectar si todavía asoma alguna cajita con cromos del último álbum que dejaré a medias. Dame tres.

 

Me gustan los quioscos porque las noticias se pueden tocar, y si algo se toca es que existe. El fichaje de Ronaldo en Mundo Deportivo. La cara de Bart Simpson en la primera Hobby Consolas. Una revolución llamada Matrix en Fotogramas

 

Los quioscos lloraron en el entierro de los videoclubes y las tiendas de discos pero mantienen la esencia de las cabinas telefónicas de principios de siglo. Cada vez hay menos, y pocos funcionan. Un quiosco cerrado es un dinosaurio herido, agonizante. Forma parte del paisaje pero ya no pertenece al nuevo mundo. Su piel es amarillenta, como las revistas atrapadas en el tiempo que se quedaron detrás del cristal, soportando los días de sol y de lluvia. Nadie vendrá a buscarlas.

Me gustan los quioscos porque me abrasan sus productos. Me interpelan, buscan seducirme. Le sacan una sonrisa al niño que fui y le piden auxilio al adulto que soy. El papel se muere y yo hace mucho que dejé de llevar monedas encima. Soy igual de culpable que tú, solo trato de disimularlo.

Me gustan los quioscos porque las noticias se pueden tocar, y si algo se toca es que existe. El fichaje de Ronaldo en Mundo Deportivo. La cara de Bart Simpson en la primera Hobby Consolas. Una revolución llamada Matrix en Fotogramas. El papel, la verdad.

Me gustan los quioscos porque resisten y se rebelan. Cargan con una presión insoportable y una responsabilidad preciosa: sostener el recuerdo de un hábito que todavía se conjuga en cuerpo y forma, fuente inagotable de curiosidad y conocimiento, mientras una nueva generación, alérgica al tacto, se agarra a la nube, más ligera que la tinta.

 


SUSCRÍBETE A LA REVISTA PANENKA


Fotografía de Roger Xuriach