Lo explica Ryan Giggs, esbozando la sonrisa del que rememora interminables noches de gloria, en The Class of 92, el documental que relata el auge de aquella increíble generación de ‘red devils’ de la que el galés formó parte junto a, entre otros, David Beckham, Nicky Butt y los hermanos Gary y Phil Neville: tan solo tenían que mostrar su carnet de jugador del United para que les dejaran entrar por la patilla en cualquier garito de la ciudad. Su favorito, The Haçienda, epicentro lúdico-cultural de una alocada urbe en la que el fútbol gustaba tanto como ir de rave puesto de LSD. Bienvenidos a Madchester.
Si habéis visto la película 24 Hour Party People tal vez os sonará esta historia. A mediados de la década de los 70, Tony Wilson era el presentador de So It Goes, un programa de Granada Television por cuyo plató solían pasar las más destacadas bandas de rock progresivo, esas tediosas formaciones que tanto gustaban en aquel momento y que practicaban el onanismo musical en interminables álbumes conceptuales. Pero de pronto… ¡Boooom! El 4 de junio de 1976 el Free Trade Hall de Mánchester fue tomado por cuatro despojos de Londres que se hacían llamar The Sex Pistols. Todos los que asistieron a aquel concierto formaron un grupo de punk o se afiliaron de un modo u otro a la causa nihilista. Wilson, inepto total, incluso tomando como referencia los laxos requisitos técnicos del género en el arte de aporrear un instrumento, se hizo mánager de dos de los puntales del subsuelo musical mancuniano: A Certain Ratio y The Durutti Column. Actividad que combinaba con la gestión de The Factory, un club que había abierto junto a su amigo Alan Erasmus (actor secundario en costumbristas culebrones británicos como Coronation Street), cuyo escenario servía de banco de pruebas de incipientes grupos locales. Entre estos, unos tal Joy Division que practicaban un mesmerizante post-punk taciturno. Su mánager, Rob Gretton, tenía tan claro que aquellos chicos liderados por ese cantante espigado y depresivo llamado Ian Curtis iban a devenir en referente absoluto, como que no iba a bajar hasta Londres para conseguir un contrato discográfico para sus representados. Intuyendo la posibilidad de ingresar unas cuantas libras de más, Wilson le propuso montar una discográfica. Nacía así Factory Records, catálogo imprescindible en la historia del pop, hogar de bandas como las ya citadas A Certain Ratio, The Durutti Column y Joy Division, así como de Orchestral Manoeuvres in the Dark, James, Northside, aquella entrañable tropa de delincuentes denominada Happy Mondays o New Order, banda con la que reaparecieron los miembros de Joy Division tras el suicidio de Curtis. Fueron estos (unos New Order que, por cierto, firmaron el himno de la selección inglesa en el Mundial ’90, World In Motion) los que empeñaron los beneficios de las ventas de sus primeros discos para montar The Haçienda, una sala de la que también serían socios Rob Gretton y el propio Tony Wilson.
The Haçienda dio cobijo a The Smiths o Madonna… antes de que el ‘acid house’ implosionara en Mánchester
More than a club
De clásica apariencia arquitectónica industrial, esa que adorna sus fachadas en desnudo ladrillo rojizo, en el pasado la nave situada en el 11-13 de Whitworth Street West había sido una atarazana que con el declive del negocio naviero se había reencarnado en diversos negocios: de tienda de ropa a cine especializado en producciones de Bollywood. Y a partir del 21 de mayo de 1982 en un club de música al que sus propietarios le pusieron de nombre The Haçienda (con cedilla para que los nativos supieran pronunciarlo correctamente), parafraseando uno de los lemas del grupo de intelectuales radicales de la Internacional Situacionista: ‘The Haçienda Must Be Built!’. Diseñado por el reputado interiorista Ben Kelly, el local estaba distribuido en dos plantas; una superior, donde se encontraba una zona de cafetería, un bar, un escenario y la pista de baile con la correspondiente cabina para el DJ. Y otra inferior, donde habitaba una coctelería a la que los dueños bautizaron como ‘The Gay Traitor’ en honor a Anthony Blunt, el historiador británico que ejerció de espía para los soviéticos. No pasó demasiado tiempo hasta que esa esquina de la parte sur del Canal de Rochdale se convirtiera en uno de los motores de la actividad cultural de Manchester, cobijo de algunos de los conciertos más memorables jamás celebrados en el norte de la isla. Como el de aquella madrugada del verano de 1982 en la que la sala acogió a The Birthday Party, unos australianos de apariencia siniestra comandados por un flacucho desbocado de nombre Nick Cave; o el de la noche de 1983 en la que pisaron sus tablas The Smiths; o el de la velada del 27 enero de 1984 en la que una joven y sensual Madonna ofreció su primer concierto en Inglaterra, o los ‘bolos’ de Echo and the Bunnymen, Orange Juice, Bauhaus, Culture Club, Gil Scott Heron, Psychedelic Furs, Simple Minds, The Violent Femmes… Hasta que del otro lado del charco llegó un adictivo sonido sintetizado, derivación ácida del house. Y con él las raves, aquelarres de hedonismo, maratones de baile e ingesta masiva de LSD. Subcultura que en el Reino Unido tuvo su punto de implosión en, evidentemente, The Haçienda, al que la revista Newsweek acabaría ensalzando como el mejor club nocturno del mundo. En aquellos años, además, Margareth Thatcher seguía gobernando en Inglaterra y los jóvenes buscaban vías de escape al funesto conservadurismo impuesto por la Dama de Hierro…
Hooligans en éxtasis
Algunos se expresan mediante la violencia, afiliándose a una firm y zurrándose con el primer hooligan que luzca unos colores que no concuerden con los suyos. En Mánchester, sin embargo, el descontento se olvida entre las paredes de The Haçienda, donde, de la conjunción de las infinitas sesiones de acid house, los conciertos de rock y lo alucinógeno del éxtasis, nace el ‘sonido Madchester’, género que tiene como principales emblemas a bandas como Northside, Paris Angels, 808 State, James, The Charlatans, A Guy Called Gerald, The Inspiral Carpets (para los que en aquellos días Noel Gallagher, de Oasis, trabajaba como rodie) y, muy especialmente, The Stone Roses, cuyo primer y homónimo disco de 1989 sigue reluciendo como uno de los mejores álbumes de debut de todos los tiempos. Pop piscodélico divagando en espiral, cortes de pelo al estilo cacerola, camisetas anchas y pantalones baggy. Junto al canal, el odio deviene en buen rollo. Lo que sucede en Old Trafford o en Maine Road sigue importando (de hecho, en todos estos grupos militan acérrimos del United y el City), pero mejor acabar la jornada del sábado dejándose llevar en la vieja nave industrial que partiéndose la cara con los seguidores del equipo rival. Da igual que en la capital, los más radicales del Chelsea luzcan camisetas con la leyenda ‘Hooligans Against Acid‘, en Cottonopolis se vive el ‘Segundo Verano del Amor’, ese periodo de tiempo que transcurrió entre 1988 y 1989 en el que las drogas y las raves se convirtieron en dogmas de la cultura fubolística, días de confraternización teñidos en tonalidades fluorescentes en los que los casuals dejaron de sembrar el terror, para predicar la paz y el amor.
El ‘sonido Madchester’, las drogas y las raves se convirtieron en dogmas de la cultura futbolística
Who the fuck is Manchester United?
Hoy reconvertido en un edificio de apartamentos, The Haçienda cerró sus puertas en 1997. Pese a ser una fábrica de encuñación de libras, sus propietarios habían contraído tantas deudas que la única escapatoria que vieron a la situación fue sellando turbulentos acuerdos con la peor calaña de Manchester. Cuando por el club empezaron a aparecer matones y gánsteres que bien podrían formar parte del reparto de alguna de las películas de Guy Ritchie, reclamando lo prestado más los intereses, entendieron que definitivamente había llegado el momento de bajar la persiana. Para entonces, la política de derechas de la indeseable Thatcher había sido engullida por el laborismo de Tony Blair y esa Inglaterra de moqueta con manchurrones de té agrio se había rehabilitado en la presuntuosa Cool Britannia; el ‘Segundo Verano del Amor’ era un borroso recuerdo dibujado sobre las melodías de temas como Saturn 5 o I Am The Resurrection y el ‘sonido Madchester’, una etiqueta preámbulo del mucho más mayoritario y seguramente artificial britpop. Una nueva generación que erigió en iconos a dos hermanos de Mánchester con modales de delincuentes de barrio. Esos Oasis seguidores irredentos del City que en sus conciertos, entre canción y canción, no dudaban en mirar desafiantes al público y preguntar “Who the fuck is Manchester United?“, tal vez vislumbrando que la hegemonía futbolística en su ciudad estaba a punto de cambiar de barrio. Por cierto, tras separarse en 1996, The Stones Roses regresaron a la actividad en 2011, algo que se intuía imposible a tenor de las malas relaciones que mantenían entre ellos. Dicen que fue un ilustre fan del grupo, David Beckham, aquel juvenil que entraba gratis a The Haçienda por ser jugador del United, el que les llamó uno por uno para dejarles el siguiente mensaje: “Tíos, tenéis que volver”.
Este reportaje forma parte del #Panenka37, un número dedicado a Mánchester que sigue disponible aquí.