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Las desventuras del arquero

A esos que habitan entre los tres palos siempre los hemos visto como una extraña especie. Pero, ¿cómo deben gestionar dentro de sus cabezas el fracaso?

En una cancha de polvo un portero se ejercita antes de un partido hasta arañar sus carnes, eran los 90 y el dueño de aquella camiseta con estampados frívolos no era otro que Estrivi, el arquero de la Unión Deportiva Alhameña, un equipo que por aquel entonces se arrastraba por la preferente granadina, hoy lo hace por la Tercera Andaluza. En aquella parcela del fútbol anónimo (no intenten buscar en Wikipedia ni a este jugador ni a este equipo) descubrí aquello que se dice de que para ser portero hay que estar medio loco. Estrivi cumplía todos los parámetros, al menos a la vista de los treinta paisanos que allí se reunían cada domingo. Durante el calentamiento parecía que jugaba en Primera, era un gato, pero de pueblo, de los que no temían a nada, de los que se enfrentaban a los perros más salvajes del lugar.

Esa proyección de locura era simple de adivinar: Estrivi se movía de palo a palo pensando con la cabeza agachada, se rascaba la nuca; cuando recogía el balón para sacar de puerta lo hacía con premeditación, era calculador como Christian Bale en American Psycho. Pero él era un aventajado, cuando se quitaba los guantes recuperaba la lucidez y las únicas secuelas de aquella locura transitoria eran las carnes arañadas por la alfombra marrón. No sé qué ha sido de Estrivi, lo que es seguro es que nunca paró en Primera. Y que su locura la colgó definitivamente el mismo día que decidió no comprar más guantes. Sin embargo si escapamos de las canchas de polvo, de los Mikasa, en definitiva, del anonimato, encontramos otros guardavallas que sufrieron otro tipo de locuras menos simpáticas, menos visibles, esas que llevan a la depresión y posteriormente, en algunos casos, al suicidio.

David Peris es vicepresidente de la Federación Española de Psicología del Deporte y ha trabajado también como psicólogo en el Valencia CF, explica a Panenka que los porteros son “un poco especiales”, coloquialmente “están un poco locos”. Hasta aquí la literatura. “Existen rasgos de personalidad quizás más peculiares que definen a la gran mayoría de porteros: estar centrados en ellos mismos, tener que reaccionar rápidamente ante un error, estar mucho tiempo solos, quizás les guste en exceso el protagonismo y esa forma de ser es peculiar; mezclado con otros factores puede desembocar en depresión”, señala Peris.

 

“El tema de la depresión es tabú en el fútbol. Sería normal decir: ‘Robert tiene una enfermedad psicológica’, pero eso no está bien visto en el masculino mundo del fútbol”

 

Un portero no se hace tal con su debut en Primera, su carrera comienza mucho antes de ocupar páginas de prensa, desde que es niño y elige, quizá por intuición o por obligación, detener las alegrías de los delanteros y de los hinchas rivales. También es a esa edad cuando la persona se forma física y psicológicamente. Es más fácil que a partir de entonces, quienes eligen llevar guantes sean más propensos a esa especie de locura invisible, lo que en términos más científicos se suele llamar depresión. Mucho antes de que los medios y la opinión pública critiquen la actuación de un portero de Primera, quien vive bajo palos ve la celebración del gol desde la distancia y cuando tiene que recoger sus penas observa cómo los compañeros se alejan de nuevo. Incluso en la tanda de penaltis, la ley le obliga a estar separado del calor de su equipo. Esto es así desde prebenjamines hasta el retiro deportivo, donde en todos los entrenamientos el portero se ejercita solo, pero no quiere decir esto que la soledad o lo que se genera a partir de ella justifiquen tanto la depresión como el suicidio. Los tres factores que se analizan en estas enfermedades, se relacionan con la predisposición genética, el desarrollo psicosocial en la infancia y las cargas emocionales que más tarde aparecen en la vida del individuo.

En esta jugada de porteros, depresiones y finales lamentables hay una figura que sobresale por encima de cualquier otra. Su nombre, Robert Enke, un obligado según cuenta su biógrafo, Ronald Reng. Con Enke se pone de manifiesto el condicionante, la gota que desborda la lucidez mental, el error en un partido. Se cuenta que cuando jugaba en la 2. Bundesliga, apenas con 17 años, tras un fallo estuvo una semana sin salir de casa. Después tuvo periodos de mucha confianza, antes de ser presentado como nuevo jugador del Barcelona estaba decidido de que era mejor que los porteros que ya había en el equipo, pero apenas unas semanas después, cuando Van Gaal dio la titularidad a un joven canterano llamado Víctor Valdés, Enke entró en una crisis de confianza. Finalmente debutó ante el Novelda, equipo de Segunda B. Aquel día el alemán encajó tres goles. Su compañero de equipo, Frank de Boer lo señaló como uno de los culpables de aquella derrota, aunque el jugador holandés no podría imaginar lo que afectaban sus declaraciones a Robert. Su padre, Dirk Enke es psicoterapeuta y explicó al diario El País: “El tema de la depresión es tabú en el fútbol. Sería normal decir: ‘Robert tiene una enfermedad psicológica’, pero eso no está bien visto en el masculino mundo del fútbol”.

Tras un paso por Turquía y de vuelta a Alemania, Enke, en la semana previa a un partido decidió esperar al tren que le llevaba a la muerte cuando aún le quedaban muchas alegrías que detener. Pero Enke no es más que la historia mediatizada, hay muchos más casos: Sergio Schulmeister, portero argentino, jugaba en Huracán. En la previa de un amistoso frente a Atlético Rafaela se ahorcó en la cocina de su casa, era la segunda vez que lo intentaba, tenía 25 años; Lester Morgan Suazo, paraba en Herediano, equipo de la primera costarricense, alquiló una cabaña para pegarse un tiro en la cabeza, antes dejó un video y cuatro cartas de despedida en las que explicaba que no podía soportar más las cuotas alimenticias que tenía que pasar a sus hijos, tenía 26 años; Martín Cabrera, portero del Ciclón paraguayo, con un calibre 38 puso final a una depresión que al parecer arrastraba desde hacía tiempo, tenía 21 años.

Marcelo Roffé, quien fue psicólogo de las categorías inferiores de la selección argentina explicaba a El Gráfico que: “Hay que tener claro que no cualquiera se suicida. Tienen que haber motivos o padecimientos que lo lleven a pensar que la muerte es una salida. Ahora, que la estadística sea mayor en los arqueros no es casual y tiene que ver con su función, con la percepción del fracaso, la soledad y, por qué no, de la ingratitud del puesto. En lo psicológico, el arquero es diferente al resto. Se trata de un puesto individual en un deporte colectivo”.

 

“La multitud no perdona al arquero… con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato”

 

Enke creció futbolísticamente en un mundo mediatizado, donde los jugadores mandan a escribir su biografía cuando apenas alcanzan los 30 años. El desarrollo de los soportes tecnológicos, así como el progreso social no han caído de la misma forma en el fútbol. En el Mundial de Rusia, la introducción del VAR, con sus más y sus menos, ha sido aceptada por la mayoría. Sin embargo, ¿está el fútbol preparado para aceptar la homosexualidad? La respuesta rápida es no. Pues si nos remitimos a los hechos, ¿cuántos jugadores homosexuales han desvelado su condición sexual? Con la depresión pasa lo mismo.

El problema quizá no sea aceptar esa orientación por parte de los hinchas, sino más bien respetarla. Al portero le pasa algo parecido durante los partidos, al estar cerca de la grada siempre es el que más insultos recibe, es el que más se expone sin intención de ello. David de Gea se equivoca en un Mundial y todos los medios lo crucifican. Sin embargo, ¿alguien recuerda quién hizo la falta que puso el empate final en el debut de España frente a Portugal? El portero tiene que cargar con su error y con el del compañero y además aguantar los insultos y todos los chistes que el aficionado vea conveniente hacer.

Por estos y otros motivos cada vez hay más deportistas que entrenan el aspecto psicológico tanto como el físico, futbolistas y también porteros que trabajan con psicólogos del deporte e incluso se forman para dedicarse a ello. Es el caso de Javier López Vallejo, quien jugó en Osasuna y Villarreal y ahora es psicólogo y tiene un máster en psicología del deporte o Ander Cantero, también portero en el Villarreal B y cedido actualmente al Rayo Majadahonda estudia psicología. Ya no solo para tratar casos donde la depresión ya se ha hecho presente en el futbolista, sino para lograr que ese futbolista rinda a su máximo nivel aún en la situaciones más complicadas.

Moacir Barbosa, por ejemplo, ha vivido los infortunios del solitario de por vida. Hasta Eduardo Galeano se sirvió de estas desgracias para dibujar la figura del arquero, “los demás jugadores pueden equivocarse feo una vez o muchas veces, pero se redimen mediante una finta espectacular, un pase magistral, un disparo certero: él no. La multitud no perdona al arquero… con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato”. Desde Barbosa se impuso la teoría en los manuales del cancerbero de que si la pelota entra por el primer palo, el Gigghia de turno es un héroe y el desgraciado Barbosa un villano inmortal. El brasileño, años después del Maracanazo, explicó que “la pena máxima en Brasil por un delito son 30 años, pero yo he cumplido condena durante toda mi vida por aquello”.

 

El fútbol, la televisión, las redes sociales se han ido convirtiendo progresivamente en un cóctel peligroso para quienes resumen la mayor parte de sus días bajo tres palos

 

David Peris explica que un error por sí mismo en un partido no desencadena el suicidio, pero sí existen otros factores que si no se han manejado adecuadamente puede dar lugar a una situación de depresión que podría desencadenar en suicidio. Si recuperamos el caso de Enke habría que hacer varias observaciones más. Enke no se suicida por el error contra el Novelda o por su lamentable debut en Turquía. Un tiempo antes del trágico final, Enke sufre lo que en psicología se denomina pérdida de reforzadores, -habitualmente estos reforzadores se relacionan con la familia, la fama, el dinero, un estilo de vida alto- su hija muere con apenas dos años tras una larga enfermedad. Es en este punto cuando los errores toman mayor importancia, cuando la autoestima queda por los suelos. Pero como apuntaba el padre de Enke, en este tipo de casos reina el secretismo en torno a la enfermedad, debido a que de haber hecho pública su depresión es muy posible que Robert Enke hubiera perdido toda posibilidad de continuar siendo uno de los favoritos para ocupar la portería alemana en el Mundial de 2010. Los medios y la opinión pública en general habrían sido los encargados de acelerar el proceso. 

Una de las recomendaciones de los psicólogos deportivos cuando el portero sufre una pérdida de confianza es dejar de leer la prensa, las redes sociales y no hacer caso de cualquier estímulo externo que enerve aún más, pero ¿cómo puede aislarse un portero de todas las críticas? Recientemente hemos observado en el Mundial de Rusia algunos fallos importantes en porteros del más alto nivel. Es el caso por ejemplo de Willy Caballero, Fernando Muslera, Hugo Lloris o el propio David de Gea, este último perseguido durante todo el mundial por los medios y vapuleado en redes sociales con memes y chistes. Independientemente de que leyera o no la prensa, de estar aislado en un hotel de concentración, de haber trabajado anteriormente los aspectos psicológicos, él era consciente de estar en el centro de todas las críticas.

Y es que a un portero se le puede exigir que pare lo imparable, pero no se le puede culpar por desatender nuestras desilusiones. El fútbol, la televisión, las redes sociales se han ido convirtiendo progresivamente en un cóctel peligroso para quienes resumen la mayor parte de sus días bajo tres palos. Barbosa, Muslera, Enke o De Gea han tenido y tienen que lidiar con los condicionantes de ser portero. Y es que bajo la atenta mirada del aficionado, la pérdida de confianza, la depresión e incluso el suicidio quedan muy lejos de esa locura simpática que todos ven en los porteros, por ello la figura del psicólogo dentro de un equipo tendría que ser tan imprescindible como la del preparador físico.