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La vida, demasiado corta, de Robert Enke

Robert Enke nos dejó el 10 de noviembre de 2009. Viajamos hasta el centro de su historia, que aun siendo trágica, resulta imposible no retenerla en la memoria

1| UNOS HÉROES DEMASIADO HUMANOS

Tendemos a ver a los futbolistas como héroes capaces de cumplir nuestros sueños. Como gladiadores que, cada fin de semana, saltan a la hierba y se encomiendan a los caprichos del balón. Los periódicos y las revistas narran sus hazañas: interminables carreras por la banda, regates imposibles, pases milimétricos, saltos poderosos, remates acrobáticos. La televisión, a cámara superlenta, nos muestra el sudor de la épica empapando la camiseta. Igualmente, somos testigos de sus errores: pases fáciles al contrario, fallos de juvenil al tirar la línea del fuera de juego, un disparo flojo que se resbala entre los guantes del portero. Cada semana, muchos héroes resurgen de sus cenizas. Con una actuación inolvidable, son capaces de borrar el desastre de la jornada anterior. Entre los once, uno especial, con habilidades diferentes al resto: el portero, el único que lucha contra el gol. Sus poderes: la calma en los momentos más tensos, anticiparse a la jugada, llevar el mando de los soldados de su defensa y luchar contra la soledad en la que vive los partidos.

Nadie discute que Robert Enke tuvo estos poderes. Desde sus pantallas, los aficionados lo veíamos como el rey, sereno e impasible, del área pequeña. Había alcanzado el olimpo futbolístico. En menos de medio año disputaría su primer Mundial, el de Sudáfrica 2010, como titular indiscutible. Eso contaba la prensa, en los televisores se le veía sonreír. En el libro de Roland Reng, Una vida demasiado corta, tenemos la posibilidad de ver más allá de la pantalla, de la sonrisa: mirar al otro lado de la fachada del futbolista, conocer al hombre. Ese que sufría una depresión. Un hombre corriente que, como muchos otros que también parecían héroes, no pudo soportar la oscuridad que se cernía sobre sus días y el 10 de noviembre de 2009 decidió tirarse a las vías del tren. Un hombre que, tras una lucha homérica con la enfermedad, al fin, descansó.

2| UNA ENFERMEDAD DEMASIADO DESCONOCIDA

Jan Simak, Patrice Loko, Sebastian Deisler, René Adler, Mirko Sarid o Gary Speed son de algunos de los nombres de futbolistas profesionales que han caído en la depresión. Y la lista continúa.

La depresión sobrevuela al que la padece para, en un momento de debilidad, sujetarle con sus garras y nunca más dejarle escapar. Un mal que de puertas afuera apenas se percibe, mientras que por dentro va carcomiendo en silencio el alma del que la sufre. No importa ser rico, conducir un descapotable o ser el mejor portero del mundo: la depresión siempre está al acecho, poblando los pensamientos de sombras. Esperando con paciencia su momento.

 

Un portero debe mantenerse los noventa minutos concentrado y tenso. Como la depresión, el contrario puede acechar en cualquier momento por las inmediaciones del área y tratar de perforar las redes de la portería

 

Un portero debe mantenerse los noventa minutos concentrado y tenso. Como la depresión, el contrario puede acechar en cualquier momento por las inmediaciones del área y tratar de perforar las redes de la portería. Un portero se pasa largas fases del partido viendo, desde la lejanía de su área, la batalla que decide el partido en el medio campo. La vida de los jugadores que ocupan los extremos del campo, porteros y delanteros, se consume esperando su momento: el delantero, el pase de gol; el portero, el disparo que atajar. Pero con una clara desventaja para el segundo: si el delantero falla, no importa tanto, el marcador se mantiene igual; si lo hace el portero, la historia cambia.

Así lo sufría Robert Enke: “No me perdonaba ningún error”. Si encajaba un gol, no le consolaban ni los ánimos de los compañeros, ni las palabras de confianza del entrenador. “Durante toda la semana seguía teniendo muy presente el error, no podía sacármelo de la cabeza”. Hasta tal punto que, tras su debut como profesional —partido que ganó por 3-1—, Robert Enke se encerró en su habitación durante una semana. No fue al instituto en siete días. El gol, intrascendente al final, había sido por un error suyo.

3| UN PORTERO DEMASIADO EXIGENTE

“Esa es la tortura del portero”, dice Roland Reng, “la insostenible autoexigencia de no cometer nunca errores. Ninguno puede olvidar sus errores. Pero un portero tiene que poder reprimirse, porque, si no lo hace, llega el siguiente partido y todo se gira en su contra”.

Robert Enke se convirtió en portero por casualidad. Destacaba como delantero en las categorías inferiores. Pero un día se puso bajo palos. “Descubrió una nueva sensación que le fascinaba. Cuando volaba, cuando sentía el balón apretado en sus manos, entonces sabía qué era sentirse feliz”. Todos se dieron cuenta de que Robert Enke había encontrado su lugar bajo los palos, enmarcado en la soledad de las líneas del área. Recién echado abajo el muro de Berlín, una panda de chicos de derechas, de su barrio, estuvieron a punto de zurrarle. “Uno de ellos le reconoció: ‘Eh, dejadlo, es Robert Enke’. Tenía doce años y ya era reconocido como portero”.

Dos años después, en sus primeras pruebas con ojeadores profesionales, en los 4 partidos que disputó ningún delantero fue capaz de batirle. En juveniles, en una ascensión meteórica, ya defendía la meta de su país. También la dejó a cero. “Una combinación de acciones fantásticas en la portería impide el triunfo de Inglaterra”, escribieron en el Daily Telegraph. Esa temporada, llegó el nombramiento de Mejor Futbolista Alemán del Mes, la revista Kicker, la Stern.

En menos de cinco años, sin haber cumplido la mayoría de edad, se había convertido en uno de los héroes que, hasta hacía poco, veía por televisión. Su autoexigencia daba los primeros frutos.

4| UN VESTUARIO DEMASIADO HOSTIL

Estar atrapado en una depresión tiene algo en común con sentirte preso en un vestuario. Un vestuario, claustrofóbico y asfixiante, del que no puedes escapar, donde todos se miran de reojo. Allí dentro tus compañeros parecen tus peores enemigos. No puedes mostrar tu debilidad por miedo a que las hienas se lancen a despedazarte. Estás solo: no hay defensas que te ayuden a proteger tu portería en ese partido.

Un ambiente rancio se respiraba en el vestuario del Barça cuando Enke entró por primera vez. Eran los años del Madrid de los Galácticos, la segunda etapa de Van Gaal en el banquillo culé. Enke llegaba avalado por la recomendación de Mourinho, no por petición del entrenador. Llegaba, eso sí, confiado por las buenas actuaciones en Borussia y Benfica. Fichar por el Barça le aupaba al último peldaño del fútbol internacional. Su gran oportunidad. En pretemporada, Van Gaal afirmó que jugaría el que más lo mereciera. Enke competía con Bonano, en horas bajas, y con un jovencísimo Víctor Valdés. Al iniciarse la Liga, fue el arquero catalán el que se hizo con la portería. Ahí empezó la caída de Enke, incapaz de entender aquella decisión. No paraba de darle vueltas en el banquillo: Van Gaal había optado por la juventud ante la veteranía, la espontaneidad por la seguridad.

 

Recién echado abajo el muro de Berlín, una panda de chicos de derechas, de su barrio, estuvieron a punto de zurrarle.“Uno de ellos le reconoció: ‘Eh, dejadlo, es Robert Enke’. Tenía doce años y ya era reconocido como portero”

 

Le llegó su oportunidad ante el Novelda, equipo colista de Segunda B. Primera ronda de la Copa del Rey. Ya en el autobús Enke se olía la tragedia. Le cosquilleaba dentro. El partido fue una locura. Enke no se creía la facilidad con que los goles entraban en su portería. Tampoco podía creerse que, tras caer derrotados por 3-2, su compañero Frank de Boer le humillaría y señalaría como principal culpable de los goles. “En unas declaraciones muy poco frecuentes en el mundo futbolístico”, amanecieron los titulares al día siguiente, “Frank de Boer culpó a su compañero Enke de los dos goles encajados ayer”. Enke, en rueda de prensa, demostró tener una gran entereza mental y se negó a hablar mal de un compañero en público. Como si nada hubiera pasado. Seguro. Impasible.

5| UN HOMBRE CON DEMASIADO CORAZÓN

Ahí empezó a hacérsele pequeño el vestuario, irrespirable, insoportables las risas. Demasiado cansado cargar con el peso de los goles. Enke era un futbolista demasiado humano para el mundillo del fútbol profesional, sin tripas ni corazón.

Dejó el Barça, fichó por el Fenerbahçe. Pero el ambiente en el vestuario se le hizo inaguantable, tanto que terminó abandonándolo a mitad de temporada. Estaba sufriendo su primera depresión. Pasó medio año sin equipo. Tocó fondo. Hasta que recobró la pasión de defender una portería, la del Tenerife. Era Segunda División. En esa categoría no era nadie. Apenas importaba a los medios. Fue una buena campaña. Fichó por el Hannover y llegó su primera hija. Desgraciadamente, nació con una enfermedad de corazón que no la dejó vivir más de dos años.

A pesar de ello, Enke fue increíblemente fuerte en esos trágicos momentos. No había señales de la depresión y paraba como en sus mejores años. Incluso, llegó la llamada de la selección alemana, aunque a la sombra de Lehmann. Después de la Eurocopa de 2008, todas las quinielas le señalaban como el portero titular para el Mundial de Sudáfrica en 2010. Enke y su mujer adoptaron una niña. Todo parecía ir sobre ruedas hasta que la presión de todo un país con los ojos puestos en él comenzó a pesarle. Reapareció la depresión, sin avisar, como un contrataque fulminante que te mata cuando mejor estás jugando.

“¿Por qué ahora?”, no dejaba de preguntarse Enke.

La última nota que dejó en su cuaderno fue: “No olvides estos días”. Enke no tuvo el valor de escribirlo; solo pudo decirle al mundo que estaba enfermo a través del suicidio. Un acto que ya nunca olvidaremos, como no olvidaremos las lágrimas de Oliver Bierhoff al anunciar que se suspendía el partido entre Alemania y Chile. Luego vinieron más lágrimas, el estadio lleno hasta la bandera para despedirle. Y el silencio. Y el dolor. Desde 2011, cuando los aficionados del Hannover atraviesan la Robert-Enke-Strasse camino del AWD-Arena, a muchos de ellos les vendrá a la cabeza el recuerdo de las paradas y los errores de Enke. Pero, sobre todo, recordarán a un hombre con demasiado corazón que, con su muerte, cambió la manera en que se ve a los futbolistas: héroes sobre el campo, personas fuera de él.