Arrancó por la derecha con pantalones diminutos, tocó el cielo con una camiseta escueta, levantó un imperio en Nápoles anunciando pasta y chocolate y cayó en EE.UU. vestido para la moderna ocasión. ‘Diez-à-porter’: la moda a través de Maradona
Este texto está extraído del #Panenka112, nuestro Especial sobre el ‘Pelusa’
Con el ’16’ a la espalda y el ’10’ en el alma, el mito empezó a erigirse en octubre del 76. Un túnel irreverente fue su carta de presentación con Argentinos Juniors y dejó claras las intenciones de un torbellino iconográfico. Vestido de rojo, Maradona aterrizó en un fútbol de prendas de algodón y colores primarios. La sencillez de las casacas respondía a una exigencia visual del público -distinguir entre los equipos- y a una necesidad económica de los clubes -ahorrar en la indumentaria-. Los pantalones eran más cortos que nunca y, sin apenas patrocinadores ni ornamentos, el juego era aún lo único esencial. Durante casi un lustro, el prodigio de Villa Fiorito coleccionó actuaciones históricas que lo convirtieron en líder y capitán del ‘Bicho’ con menos de 20 años. Deport Hit y Adidas fueron las primeras marcas que equiparon al ’10’, quien a mediados del 79 se enfundaría una camiseta de cuello redondo que incluía una discreta publicidad de Austral, la empresa nacional de aviación. Diego conoció un deporte de vestimenta sobria y maneras salvajes. Como el árbitro se desentendía de proteger el talento, las incontables patadas espolearon su competitividad y destaparon su versión más prolífica: 115 goles y 65 asistencias en 166 partidos con los de La Paternal. Su explosión le valió al club el apodo de ‘Semillero del Mundo’ en virtud del enorme talento de un sector juvenil del que saldrían figuras como Redondo o Riquelme. El precoz Maradona empezó a marcar tendencia.
Como si el futbolista ya intuyese que, a la postre, no tendríamos en cuenta lo que el hombre hubiese hecho con su vida, Maradona sincronizó su biorritmo con el de una estrella de rock. La hemeroteca es fuente inagotable de instantáneas que lo retratan con casacas variopintas en partidos de homenaje o en curiosos episodios de su ajetreada existencia. Granada, Sabadell, Bayern, Olympiacos, Colo-Colo, Tottenham o Atlante son solo algunas anomalías cromáticas de su repertorio. Dos de las más chocantes llegaron en el empático intercambio de tejidos del pitido final. El jugador se sabe hoy bajo el foco mediático y gana el túnel de vestuarios camiseta en mano -casi nunca puesta-, pero la personalidad desbordante del ’10’ le llevó a enfundarse con una sonrisa la de una ‘Seleção’ que acababa de eliminar en Italia’90 o la de Inglaterra tras un amistoso en Wembley en 1980. Keegan quiso la de Diego y, presagio o coincidencia, un angelical Maradona lució una prenda controvertida y memorable de Admiral para la selección que años más tarde doblegaría en México. La innovadora firma inglesa redefinió la relación marca-club con copyright y royalties y su contrato con el Leeds revolucionaría el concepto de equipación en los 70. Su posicionamiento vanguardista le valió acuerdos de prestigio con los ‘Three Lions’ o el Manchester United y sobre todo le permitió erigirse como marca de referencia del momento. Admiral contribuyó a la génesis de las réplicas que, como Maradona, volverían locos a los jóvenes en los 80 y los 90.
El ‘Pelusa’ exprimió el jugo de su primera etapa en Boca. Un año le bastó para salir campeón con el equipo de su vida y para inmortalizar una elástica que cuatro décadas más tarde forma parte de la élite modista. Su corte esencial hace que las miradas se concentren en las estrellas que enmarcan las iniciales del club sobre el pecho, cuyo origen se remonta al modelo del 78. El diseñador del mítico uniforme azul y oro, Oscar Tubío, recuerda que “la gente las descubrió en el 81”, acaso hipnotizada por la presencia escénica del Diego. En su intento por frenar la expansión al infinito de un emblema que añade un astro por cada campeonato, lo redujo preservando estrellas e identidad ‘bostera’. Proyectó un escudo estético y memorable ”que de un vistazo se supiera que es de Boca”. Rediseñó también los dorsales, que aumentaron de tamaño y pasaron a ser de vibrante color blanco. Tubío viajó a Los Ángeles, se inspiró en el fútbol americano e importó la tendencia gráfica a Argentina. En 2017, la revista Four Four Two estiló una lista de las 50 mejores camisetas de la historia. Otorgó la medalla de plata a la de Boca del 81 -oro para la Dinamarca del 86, bronce para los Países Bajos del 76- por sublimar la perfecta unión entre equipo, jugador y uniforme. Adidas reeditó el modelo ‘Metropolitano 1981’ en su 40 aniversario. Bajo el lema ‘Del Barrio al Mundo’, la firma explicó que las cuatro estrellas abrazan el corazón del hincha en una casaca azul sutil que ubicó el escudo actual bajo la nuca. Con moderna terminología, se diría que el binomio Diego-Boca fue un instant classic.
Su llegada al fútbol europeo en 1982 coincidió con un cambio de paradigma en la oferta textil: la irrupción de nuevos actores y la consiguiente evolución hacia un mercado competitivo. Admiral, Umbro o Bukta tuvieron que convivir con sofisticadas firmas como la francesa Le Coq Sportif, la danesa Hummel, la catalana Meyba, la italiana Ennerre o la gigante alemana Adidas, que a lo largo de la década de los bigotes se adueñaría de las prendas de Manchester United, Liverpool o Arsenal. Meyba dominaba la escena española y equiparía al Barça del 80 al 92, 12 años en los que respetó la esencia cromática del club con diseños sobrios y reconocibles. Las camisetas locales -de un azul y un grana oscuros que los ‘culés’ aún añoran- resistían al progreso durante varios cursos, por lo que la visionaria empresa innovó desde las segundas equipaciones. Amarillo, azul celeste, rojo y naranja potenciaron la paleta iconográfica de una institución que esprintaba hacia la modernidad. El Diego presenció una era con más brillo modisto que deportivo en Can Barça, aunque tuvo tiempo de protagonizar episodios (in)olvidables ataviado con sedosos pantalones minúsculos y una casaca que parecía adelantada a los rudimentarios tiempos que le tocó vivir. Lesiones, patadas y una agitada vida privada en la Ciudad Condal limitaron su estancia a dos temporadas de altibajos en las que la única constante fue la ‘M’ de Maradona y de Meyba en la camiseta.
México’86 premió el ‘vanguardismo tranquilo’ que Le Coq Sportif había iniciado a principios de los 80. El agradecimiento eterno de los dioses de la alta costura balompédica fue vestir a la Argentina mientras su ‘Pibe de Oro’ ascendía a los cielos. Las creaciones de la época alternaban sobriedad y excesiva complejidad, pero la firma francesa nunca abandonó una elegancia que supo convertir en seña de identidad. Le Coq introdujo las celebradas rayas finas o pinstripes en la equipación del Chelsea del 81, estilo de rabiosa actualidad 40 años después, así como el patrón de ‘franjas sombreadas’ en la del Tottenham del 82, que inspiraría numerosos diseños hasta bien entrados los 90. Aquel leve -y por ello sugestivo- contraste cromático caracterizó la indeleble elástica añil con la que el genio del fútbol mundial primero se tomó la justicia por su mano y después arrancó por la derecha sorteando a todo el Imperio Británico. En la final, una casaca albiceleste minimalista y unos minicalzones negros facilitaron que los ojos del mundo (y de los jugadores de Alemania Federal, de verde Adidas para la ocasión) se centrasen en lo importante: el balón Azteca siendo acariciado por los pies del Diego. Franjas ligeramente más finas y transpirabilidad ‘efecto red’ fue toda la revolución que aquella camiseta requería porque ‘squadra che vince, non si cambia’. Antes de la invasión geométrica en las prendas, el Mundial del 86 homenajeó a una marca pionera capaz de exaltar la esencia bajando el volumen de los diseños.
Ascendamos la escalinata del romanticismo. Comercialmente, el fichaje de Diego por el Nápoles supuso que mostrara publicidad con asiduidad, como dictaban los tiempos. Cirio, Buitoni y Mars -los dos últimos incluso coexistieron en el pecho- fueron apetitosos patrocinadores sobre prendas cada vez más ligeras y transpirables que no sucumbían del todo al progreso. Los partenopeos se estrenaron como campeones de Italia en mayo del 87 con el emblema del club a la derecha y el logotipo de Ennerre en el corazón. A nadie pareció importarle y no hubo quejas en Twitter. El ‘Diez’ condujo a un equipo-religión y a su pasional tifoseria a la gloria luciendo una casaca que se convertiría en símbolo cultural de una era: el cielo, el sur, las jerarquías del fútbol patas arriba gracias a una zurda alegre y sin costuras. En la 87-88, los reflectores apuntaron a San Paolo. El tejido se volvió acrílico y los pantalones aún más sedosos. Buitoni aumentó sus dimensiones y el escudo se mudó a la manga para dejar espacio a la doble coccarda que certificaba que aquel orgulloso rincón del universo ostentaba Scudetto y Coppa Italia. Aunque NR vistió al Nápoles de rojo y blanco, el destino tiñó de azzurro cada hito ‘maradoniano’. El botín tangible de su estancia, dos ligas y una UEFA incluidas, pareció lo de menos. Su legado intangible disparó el valor emocional de las prendas y, tras su muerte en 2020, una camiseta vestida por Maradona en un Nápoles-Lecce de 1990 (lo que se conoce como una ‘match worn’) alcanzó los 450.000 euros. Para el ‘Pibe de Oro’, encontrar su lugar en el mundo no tuvo precio.
Antes de que el fútbol enfermase de detallismo, un delicioso caos enriquecía juego y relato. Entre nostalgia y estupor, resulta fascinante ver al ‘Diez’ luciendo Bukta, Front Runner o la icónica publicidad Super Nintendo. El baile de uniformes retrata su intenso año en Nervión. Bukta, cuya notoriedad fuera de Inglaterra se ceñía a un cameo con el Ajax de Cruyff, firmó sendos contratos con Sevilla y Betis a principios de los 90. Según la leyenda, los verdiblancos eligieron la satélite Front Runner para no compartir proveedor con su rival. La llegada del astro argentino al Pizjuán y un error en el escudo, bordado con el rojo y el blanco invertidos, agitaron el código de vestimenta sevillista. La 92-93 arrancó con las Bukta ‘defectuosas’, pero en el estreno oficioso de Maradona -amistoso ante el Bayern con la Liga en marcha- se añadiría Super Nintendo a la versión precedente. Tras su debut oficial en San Mamés con el emblema anómalo, el club movió ficha. Con la viabilidad de Bukta en jaque, confeccionar nuevas prendas mediante la filial maximizaba el ‘efecto Diego’ y subsanaba el fallo sin infringir el contrato. Durante un par de meses coincidieron en el campo modelos diferentes, logos cosidos e impresos y franjas de tela o vinilo. Para dosificar las nuevas casacas, Maradona y compañía recibieron a la Lazio de ‘Gazza’ con Front Runner y pasaron a Bukta en la segunda mitad para intercambiar prendas de la vieja colección con los italianos. Ya sin el ‘Pelusa’, el acuerdo prosiguió a través de otra satélite, Hot Shot. Acaso por su imprevisibilidad, cualquier tiempo pasado nos parece mejor.
Como obras de arte, ciertas camisetas se convierten en pieza de culto a título póstumo. Ocurrió con la elástica vestida por Maradona en su fugaz etapa en Newell’s. Ni siquiera se sabe cuántas originales circulan por las avenidas de la melancolía, ya que el ‘Diez’ disputó apenas cinco partidos oficiales y dos amistosos con los ‘Leprosos’. Una de ellas acabó en el envidiable armario de Messi, cuyo sentido homenaje al ídolo desaparecido elevó la prenda a la categoría de tesoro universal. El gol-tributo de Leo ante Osasuna fue un calco -uno más, caprichos del redondo destino- del que Diego lograra en su estreno en el Coloso del Parque Independencia el 7 de octubre del 93. El pequeño Messi lo vio desde la grada y pareció describir la felicidad al afirmar que ”era chiquito y no recuerdo nada, pero sé que estuve”. Según el biógrafo de Maradona Daniel Arcucci, el coleccionista Sergio Fernández regaló la reliquia a la ‘Pulga’, una casaca Adidas con publicidad frontal Yamaha y Zanella sobre el dorsal. A propósito de sponsors, el ‘Pelusa’ vistió alrededor de 60 equipaciones en su carrera sin enfundarse nunca una elástica Puma, firma que calzaría a menudo sus pies de predestinado. Además de la admiración, quién sabe si la sinergia comercial facilitó la dedicatoria contemporánea de Messi (rosarino y hombre Adidas) a ‘D10S’, revalorizando la marca de las tres franjas. El sucesor al trono cerró el círculo de la comparación a distancia en un instante icónico que pertenece a ambos. Maradona y Messi. Mitad y mitad, como la casaca rojinegra.
No podía perderse por nada del mundo la bacanal iconográfica llamada EE.UU.’94. Aunque no necesitaba presentación, ‘Maradona’ debutaba impreso en su espalda gracias a los novedosos dorsales con nombre que etiquetaron el producto en la tierra del marketing. Por si quedaban dudas, el ‘Diez’ brillaba también en el pecho. Lejos de ensalzar la identidad de clubes o selecciones, la decoración de las prendas era ya un evidente ejercicio de branding de las firmas. Los bloques en las equipaciones de Suecia, Rumanía y Bulgaria o los elegantes rombos que compartían Francia (que sí faltó a la cita), España y la camiseta visitante de Argentina indicaban el camino estético de principios de los 90. Adidas lideraba el mercado y la popularidad de las visitantes seguía en aumento; no en vano, el último ‘Diegol’ con la selección llegaría con un soberbio conjunto añil que guiñaba el ojo a México’86. El poliéster no mitigaba los efectos del tórrido clima estadounidense. Las 60.000 almas que abarrotaban el Foxboro Stadium presenciaron la pincelada final al ángulo griego de un artista cuya locura transitoria a favor de cámara pareció barruntar la tormenta. Días más tarde, Maradona abandonaba la cancha de la mano de una asistente FIFA en una postal que dio la vuelta al globo para mal. Ante Nigeria, su último acto luciendo una albiceleste sin franjas en la manga precedió la descalificación por dopaje y el inevitable derrumbe de un favorito en potencia. ”No quiero dramatizar, pero me cortaron las piernas”, concluyó el ‘Pelusa’ en una improvisada rueda de prensa.
El frenesí mercadotécnico se había instalado en el fútbol modernizado y urgente del que se despidió Maradona. Su último baile en La Bombonera fue también una danza entre patrocinadores: del 95 al 97, Boca cambió Olan y Topper por Nike y Parmalat por Quilmes. De camino al nuevo milenio, la casaca se convirtió en codiciado escaparate publicitario. Topper, que había adquirido Olan antes de que expirase su contrato con el club ‘bostero’ y conocía el inminente acuerdo con Nike, aprovechó el icónico dúo Diego-Boca para promocionar su marca. Por su parte, Nike se disputaba con Adidas el efervescente mercado de las réplicas. Osadía e individualismo caracterizaban sus diseños. La línea rompedora de las prendas de Borussia Dortmund o Arsenal se extendió a los ‘Xeneizes’, que lucirían un uniforme ‘espectacularizado’, como requería el negocio. La firma norteamericana se atrevió con una franja blanca que separaría los canónicos azul (más oscuro de lo habitual) y oro durante dos temporadas. El ‘Diez’ alzó la voz y afirmó no bancar aquel diseño. El ritmo comercial hizo que hasta el Diego abandonase sus eternas botas tras un breve romance con Mizuno, aunque su retirada en 1997 llegaría con las magnéticas Puma King en sus pies de elegido. Maradona aterrizó en un fútbol ajustado, de algodón y colores primarios y se despidió de un espectáculo sintético, holgado y con tonos artificiosos. Recordar su aspecto es rememorar la transformación del balón.