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La noche en la que el Dépor arrolló al Milan

En 2004, Riazor presenció cómo el Dépor se rebelaba contra la lógica e inscribía su nombre en la historia de la Champions con una remontada eterna

“Hará falta un milagro”, proclamaba la portada del Mundo Deportivo del día 24 de marzo del 2004. “El Milan ya está en las semifinales de la Champions League”, añadía la crónica del partido, correspondiente a la ida de los cuartos de final de la máxima competición continental, que el día antes había enfrentado al cuadro ‘rossonero‘, al vigente campeón del torneo, con el Deportivo de la Coruña, que en la ronda anterior había eliminado a la Juventus. Walter Pandiani había avanzado a los blanquiazules en el minuto 11, pero el Milan restableció el orden con ocho minutos, tan mágicos para los locales como nefastos para los coruñeses, en los que Kaká, por partida doble, Andriy Shevchenko y Andrea Pirlo le recordaron al Dépor, al mundo, los motivos por los que el cuadro de San Siro, era, probablemente, el más temible del panorama internacional. “Hemos tirado la eliminatoria por la borda”, lamentaba un enfadado Pandiani después del partido; verbalizando, a la vez, la sensación de haber desaprovechado una oportunidad única y la frustración de constatar que el equipo volvería a estrellarse contra el muro de los cuartos de final de la Champions por tercera vez en apenas cuatro temporadas.

Clasificarse para las semifinales requería una remontada que se antojaba imposible, sí; pero el Deportivo se sentía demasiado cerca de hacer historia como para rendirse, como para considerar que el partido de vuelta era un mero trámite. “Salimos de Milán con la convicción de que podíamos darle la vuelta al resultado”, reconocía Jabo Irureta en una entrevista de la UEFA, realizada en la previa del histórico 6-1 con el que el Barcelona destrozó al Paris Saint-Germain hace dos temporadas, en la que recordaba que, “en aquellos años, el Dépor había ganado al Bayern, al Manchester United, al Arsenal o a la Juve lejos de Riazor y al PSG en casa”. “Resumiendo: les ganábamos a todos”, celebra Nacho Carretero en Nos parece mejor.

 

“Salimos de Milán con la convicción de que podíamos darle la vuelta al resultado”

 

“Sabemos que será muy complicado, todo un desafío. Pero en el fútbol los milagros ocurren. Si creemos que podemos, estaremos mucho más cerca de lo que pensamos”, enfatizaba, en la previa del encuentro, el técnico blanquiazul, que dispuso un 4-2-3-1 con José Francisco Molina en la portería; Manuel Pablo, Noureddine Naybet, Jorge Andrade y Enrique Romero en la defensa; Mauro Silva y Sergio González (Aldo Duscher) en el doble pivote; Víctor Sánchez del Amo, Albert Luque (Fran González) y Juan Carlos Valerón (Djalminha) en la mediapunta; y Walter Pandiani, ‘El Rifle’, como gran referente ofensivo. Carlo Ancelotti, por su parte, alineó a Dida; Cafú, Alessandro Nesta, Paolo Maldini, Giuseppe Pancaro (Rui Costa); Gennaro Gattuso, Clarence Seedorf, Andrea Pirlo (Serginho), Kaká, Jon Dahl Tomasson (Filippo Inzaghi) y Andriy Shevchenko. Tan solo habían pasado cinco minutos cuando Pandiani, asistido por Romero, alimentó las infundadas e irracionales esperanzas de los 30.000 hinchas deportivistas que abarrotaban las graderías de Riazor al firmar el 1-0 con un disparo tan potente como ajustado al palo derecho de Dida. Maldini le había dejado unos centímetros más de la cuenta y ‘El Rifle’, insaciable, puso la primera piedra de la remontada desde el balcón del área visitante.

“Viendo el vendaval, los italianos se protegieron con más balón. Su fórmula dio resultado apenas un instante y Kaká lo desperdició en una contra. El brasileño, azote en San Siro, falló el mano a mano ante un Molina que aguantó el amago. Pese al susto, nadie se vino abajo. Fueron los mejores momentos locales. Luque, toda la noche un volcán por su banda, puso un centro medido desde la izquierda a la cabeza de Valerón, que no perdonó. La remontada estaba a tan solo un gol, ante un Milan que no lograba asimilar el diluvio. Su pesadilla se completó cuando Luque robó el balón a la zaga italiana y, por pies, se plantó solo ante Dida, al que dejó seco con un trallazo”, pregonaba la crónica de El Mundo, relatando una primera mitad, tan mágica como vibrante, en la que los futbolistas de Jabo Irureta, vistiéndose de héroes, honrando la memoria del Súper Dépor de Arsenio Iglesias, sometieron a Goliat, al Milan, con un asedio incesante. Insoportable. Asfixiante. Desarbolado, pisoteado, incapaz de comprender lo que estaba sucediendo ante sí mismo, de entender que en apenas 45 minutos había dilapidado toda la renta obtenida en San Siro, de tapar los boquetes que los locales, espoleados por un Riazor enloquecido, iban abriendo en su infranqueable defensa, el Milan, que 18 meses atrás había conquistado A Coruña con un 0-4, se había visto arrasado sin piedad, convertido en un simple juguete a manos de unos hombres que construyeron una preciosa oda al fútbol colectivo. “Eran como hombres poseídos, galopando hacia un objetivo que solo ellos podían ver. Nosotros nos quedamos completamente ciegos y abrumados. Iban a mil quilómetros por hora. Incluso los que tenían mayor edad y que nunca habían destacado por combinar la velocidad con la resistencia. Cuando el árbitro señaló el descanso, se fueron corriendo hacia el vestuario como si fueran Usain Bolt. No eran capaces de estar quietos. Por primera y única vez en mi vida me pregunté si la gente con la que compartía el campo podía haberse tomado algo”, admitiría Andrea Pirlo en un intento de canalizar su frustración.

“Al descanso ya vencía el Dépor 3-0, y recuerdo estar en el baño de Riazor, desbebiendo la cerveza de la previa, rodeado de gente cantando y abrazándose de alegría. En ese instante, como pensando en voz alta, le dije al señor que tenía al lado: ‘Aún queda toda la segunda parte’. Y el señor, con una de esas frases que se te quedan para siempre, me contestó: ‘Pero lo de ahora mismo no nos lo quita nadie'”, rememora Nacho Carretero en el genial Nos parece mejor. Pero no. La cosa no se torció después del descanso; al contrario. El intrépido Dépor de Jabo Irureta, con la ilusión por bandera, siguió rebelándose contra la historia, contra la lógica, en una segunda mitad en la que supo jugar con los nervios, con las imprecisiones, de los visitantes. Ancelotti, consciente de que, a pesar del revés encajado en la primera parte, el Milan tan solo necesitaba un gol para acceder a las semifinales, intentó revolucionar el partido con la entrada de Serginho y Filippo Inzaghi, pero los ‘rossoneri‘ continuaron teniendo muchos problemas para acercarse al arco de José Francisco Molina. “El campeón intocable, ahora obligado a marcar, se hizo con el control, ante un Dépor bien replegado atrás que esperaba matar a la contra. Los gallegos, ya con el Everest escalado, estaban cada vez más cómodos, sueltos, aprovechando la ansiedad de un rival que se consumía en la impaciencia. Fruto del control absoluto, llegó el 4-0 de la antología. Fran, que diez minutos antes había entrado por Luque, aprovechó un centro de Víctor al segundo palo para rubricar con un potente zurdazo una noche única, inolvidable para el deportivismo”, proseguía la crónica de El Mundo, narrando una noche que ni el más deportivista de los aficionados que llenaron Riazor hubiera podido llegar a imaginar. El Milan pudo forzar la prórroga en los últimos instantes por mediación de un potente disparo lejano de Rui Costa, pero Molina, providencial, apareció para desviar el esférico, para sellar la que continúa siendo una de las proezas más extraordinarias del balompié continental, para desencadenar la euforia en un Riazor que, borracho de alegría, acarició el cielo, saboreando la gloria de saberse entre los cuatro mejores equipos de Europa.

Jamás se había visto igual hasta la fecha. Hasta aquel mágico, histórico e inolvidable 7 de abril del 2004 en el que el Deportivo de La Coruña materializó una proeza impensable. Irrealizable. Irreal. “Increíble”, como proclama la crónica que hoy todavía puede leerse en la página web del Milan. La clasificación requería una gesta, así que los pupilos de Irureta se arremangaron y se dejaron la vida para obrar un milagro en medio de la Semana Santa, para completar el que para muchos deportivistas continúa siendo el mejor encuentro de la historia del club, incluso por delante del Centenariazo. “Hasta Valerón tenía cara de mala leche”, acentuaba un eufórico Mauro Silva en los micrófonos de la Cadena Ser, los mismos en los que Jabo Irureta, que había prometido que haría el Camino de Santiago si conseguían la remontada (“Haríamos cualquier cosa, fijaos si está difícil la clasificación”), entonaba el Vivir na Coruña que bonito é! junto a Pepe Domingo Castaño mientras el “es algo inexplicable” de su homólogo en el banquillo rossoneri resonaba en la sala de prensa de Riazor. “Merecemos un diez, al igual que los aficionados. Ha sido la mejor noche de mi carrera. Pero todo este esfuerzo no servirá para nada si no llegamos a la final”, destacaba Albert Luque, uno de los hombres del partido.

Pero se equivocaba el ’19’ blanquiazul. Porque, a pesar de que el Dépor pereció en la orilla al caer eliminado por el Porto de José Mourinho en las semifinales, aquel esfuerzo sirvió para que, 16 años después de aquella noche eterna e inolvidable, A Coruña continúe recordando, con orgullo, el día en el que su equipo inscribió su nombre con letras de oro en el libro de la historia de la Champions. Porque, como rezaba la extraordinaria crónica de El Mundo, la que mejor relató aquella hazaña inefable, “Riazor no lo olvidará. El faraónico 4-0 recetado deja en vagas cenizas, en mera anécdota, los diez minutos malditos de San Siro. Porque el Dépor iluminado del primer acto fue una especie de trituradora, con Juan Carlos Valerón de jefe, con los galones y sabiduría propios de quien es un artista único a la hora de inventar fútbol. La apoteosis, la noche más irreal, se hizo verbo tras el ejercicio de control del segundo acto. La que parecía una tarea faraónica, echar a la calle al campeón, se realizó a ritmo estajanovista, en 45 minutos. Lo que hizo el Dépor ante el mayor jerarca del fútbol europeo solo es explicable desde la ruleta de un deporte que genera momentos únicos, donde las utopías son realizables por impensables que parezcan. Con un público extasiado, el equipo de Javier Irureta, que se pellizcaba al final del partido para creérselo, vivió posiblemente el duelo más memorable de una historia que está dejando de ser modesta. Ya es grande”.

 


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Fotografías de Getty Images.