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La garra ‘charrúa’, cómo comprenderla si no se vive

Cómo entenderla, cómo explicarla, mirando a un país en el que la palabra tiene más valor que la fuerza. Os ofrecemos el editorial del #Panenka99


Con este texto empieza el número que le dedicamos al fútbol uruguayo


 

La garra ‘charrúa’. Cómo comprenderla si no se vive. Cómo explicarla, mirando a un país en el que la palabra tiene más valor que la fuerza. ¿De dónde sale? La garra se aparece en el tiempo añadido de una noche del invierno sudafricano, justo cuando va a lanzar un penalti un delantero ghanés llamado Asamoah Gyan, la estrella de un país (y hasta de un continente) que tiene la oportunidad de su vida. 1-1 y todo a favor para enviar a casa a un pueblo chiquito vestido para la gloria, el mismo que 60 años antes había mandado callar a más de 100.000 brasileños. La garra es que esa pena máxima que te va a matar sea, a la vez, tu única esperanza.

Porque garra es la vida en el alambre: no es un lugar seguro, pero te sostiene. Y garra es que haya sido precisamente el mejor pie de Uruguay el que haya provocado con las manos ese penalti para el que toma carrerilla Gyan; la tremenda atajada furtiva del delantero que evita un gol. Y al chico, que es de Salto y se llama Luis, se le caen las lágrimas al abandonar el campo expulsado, como si ni él mismo entendiera un relato que no es el hombre, sino la naturaleza, quien lo escribe. La garra es la ambición del que nada entre gigantes y se resiste a conformarse solamente con que no lo hundan. ¿La garra? La garra es que cuando el ghanés la mande al travesaño, el portero Muslera le dé las gracias al arco, como si fuera un ídolo de madera.

Y cuando todo pasa, la prórroga y la tanda, al tratar de ordenar los hechos en medio del festejo, quien lo cuente apelará a atributos divinos y a la herencia esotérica de esas tribus de cazadores que plantaron cara antes de desvanecerse. Explicará que vio la garra, y que fue místico. Pero el cronista debe saber que el secreto no está ahí arriba, por mucho que levante la mirada y por muy celestial que sea esa camiseta. Está en la tierra. La que recorrían los nómadas charrúas. La que vio a Galeano cazar historias. Esa en la que clava sus pies Óscar Washington Tabárez, el maestro que guarda en su cuaderno educación, trabajo, esfuerzo, inteligencia y esperanza. La explicación lógica al milagro de Uruguay.

 


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Fotografía de Getty Images.