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El Rayo siempre será Vallecano

Le pese a quien le pese, el Rayo seguirá vertebrando Vallecas, y su afición, activa y comprometida como pocas, seguirá mirando al palco. Así arranca el nuevo #Panenka138.


Este es el editorial con el que empieza el #Panenka138, nuestro nuevo número, que dedicamos a Rayo Vallecano por su centenario


Fotografía de Jacobo Medrano

 

En su génesis, el fútbol era cosa de nobles: ociosos burgueses (valga la redundancia) que encontraron en el balón una nueva forma de divertirse. Pero no tardó en convertirse en algo gremial, en el sentido más puro de la palabra: obreros de las fábricas que se juntaban para jugar. Dejó de ser un asunto de caballeros para transformarse en una actividad popular. Sólo entonces se pudo hablar de identidad, sentido de pertenencia o valores compartidos. El equipo representaba algo: un grupo de trabajadores o de vecinos del mismo pueblo -incluso del mismo barrio-, agrupados bajo un escudo o unos colores.

El fútbol empezó a transformarse en un fenómeno imparable. Ya lo era cuando una cuadrilla de adolescentes se reunió en casa de Prudencia Priego, en la calle de Nuestra Señora del Carmen (hoy llamada Puerto del Monasterio) de Vallecas. Sus hijos, Juan y Modesto, tenían 15 y 13 años: ellos fueron los impulsores de un club que se llamó Agrupación Deportiva El Rayo. Era el jueves 29 de mayo de 1924. Un año antes, Vallecas había recibido una noticia muy esperada; la llegada del metro, que conectaba la nueva estación de Puente de Vallecas con la Puerta del Sol en apenas diez minutos. Era la primera vez que el metro salía del término municipal de Madrid: Vallecas era entonces -lo fue hasta 1950- una villa del partido judicial de Alcalá de Henares. Allí, en casa de Prudencia, se lavaban y remendaban las primeras camisetas. El vestuario también era almacén y oficina. Todo quedaba en casa. Una familia unida.

 

La grada del Rayo es aliento y fiscal, latido y látigo, un barco pirata en una montaña rusa de olas, capaz de celebrar a Isi y llorar a Martín Presa

 

Han pasado 100 años. Vallecas ya no es villa, sino barrio. Ya no se lavan ni remiendan camisetas en casa. La grada es aliento y fiscal, latido y látigo, un barco pirata en una montaña rusa de olas, capaz de celebrar a Isi y llorar a Martín Presa. El metro llega hoy a todas partes, pero el trasbordo que imaginan los que mandan en la Comunidad de Madrid apunta a sabotaje. Le pese a quien le pese, el Rayo seguirá vertebrando Vallecas, y su afición, activa y comprometida como pocas, seguirá mirando al palco para exigir la marcha de ese burgués al que muchos ven como un intruso.

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