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Cuando queríamos ser Romário

Así empieza el #Panenka128, en el que repasamos cómo surgió el idilio entre los jugadores brasileños y el fútbol español. Un amor que todavía dura

Este el editorial del nuevo #Panenka128, un número que dedicamos a los brasileños en la Liga, y que está disponible aquí


 

Había que estar allí para vivirlo. Ser un niño en aquella Barcelona. Ganarlo todo, ganar siempre y ahora esto. Aquel hombre encantador, que cantaban los Smiths. Había que verlo con los ojos de ayer. El remate de puntera y la vaselina, como una aparición, un espectro de esos que abundaban en las cadenas privadas antes de que se inventaran los smartphones. La pantalla del salón brillaba como en una casa encantada, a medio camino entre el poltergeist y el codificado del Plus; las ventanas se abrían solas, aireaba la brisa del océano en nuestra nueva vida continental. La media sonrisa, el caminar lento, los ojos siempre recién levantados de la siesta, la noche entera bailando para trabajar mejor, si es que a todo aquello se le podía llamar trabajo. Porque cada sábado eran vacaciones y era agosto en noviembre. Aunque había que verlo jugar con guantes… Era cómico hasta que le llegaba el balón. Había conocido la nieve en Eindhoven, pero todavía trotaba como descalzo por la arena.

Éramos sólo unos niños, quizá por eso tanto alboroto. No nos dimos cuenta de que todo cambió cuando el dorsal a la espalda empezó a importarnos tanto como el escudo en el pecho. Ni de cómo el fútbol de la calle pasó a ser sólo cosa del prime time, porque sobre el hormigón ya jugaban más los adultos con traje que los chavales de corto. Enganchados a la pantalla solo una o dos veces por semana, eso sí, que ver deporte era aún un acontecimiento especial, y los ídolos, un misterio imaginado.

Había que estar en aquel mundo en el que aún podíamos imaginar, en el que aún era mejor imaginar que ver. Había que verlo para creerlo, a ese país optimista, con su fútbol irreconocible a todo color, de cámara lenta y ángulo inverso, al que empezaron a llegar nombres tan distintos que parecían inventados. La ene con la hache no sonaba igual que la eñe. ¿Quiénes eran todos aquellos brasileños? Quizá una versión de nosotros mismos. Los habitantes de un mundo no vivido, en otro siglo, en otra dimensión. La última inocencia. El orden y el progreso estaban muy bien, pero nosotros queríamos ser Romário.

¿Todavía no tienes el #Panenka128?