Antonin Panenka aterrizaba en el Aeropuerto del Prat con un jersei azul sobre los hombros. Cuando su vuelo despegó desde Praga, un 10 de octubre de 2013, aún lo llevaba puesto. Claro que en menos de dos horas había pasado de estar a 7 grados a 22. La llegada de Panenka fue tan calurosa como la temperatura que se encontró en Barcelona. Inicialmente, había estado repleta de dudas: ¿Qué pensaría al conocer a los responsables de que en España una revista de fútbol llevara su nombre? ¿Acaso le ofendería ver su rostro reflejado en una camiseta? Las incógnitas se despejaron al instante. “Me asombra que en España la gente me tenga en consideración. Es un honor estar aquí“, recalcó nada más llegar al hotel. Tras un ágape en el centro barcelonés, donde Tonda -el sobrenombre por el que siempre fue conocido en su tierra natal- no perdonó ni una lámina de jamón ibérico ni una copa de vino tinto, Antonin y su compañero de viaje, el periodista Petr Smolarek, disfrutaron de un breve paseo por los aledaños de la Sagrada Familia.
Hizo bien Antonin en cargarse de energía porque le esperaba un baño de masas difícilmente imaginable, motivo por el cual esta publicación lo había invitado a Barcelona: proponerle un encuentro informal con la prensa de nuestro país. Le tranquilizó, eso sí, la ubicación de la convocatoria. “¿Una fábrica de cervezas? ¡Genial!!“. Eran las 18.00 de la tarde. Allí, entre enormes bidones de acero antiguamente activos y unos cuantos banquillos colocados expresamente para los asistentes, los medios esperaban con curiosidad su entrada. La Antiga Fàbrica Damm lucía mejor que nunca. Y de repente, la ovación.
“En mi país nadie se ha acordado especialmente de mí tras aquel penalti. Por eso me sorprende tanto toda la expectación que se ha levantado hoy“, confesaría micrófono en mano. Tranquilo, distendido, paciente… y tremendamente irónico. Así fue la carta de presentación del Presidente de Honor del Bohemians 1905, el equipo de Praga que le vio dar sus primeros toque a un balón y al que estuvo vinculado hasta el final de sus días.
Una traductora contratada para la ocasión -Antonin no hablaba ni inglés ni español- no le abandonó en ningún momento. Y es que pese a la internacionalidad de su recuerdo, Antonin nunca hizo demasiada vida fuera de las fronteras de su país. De hecho, fijó su domicilio en una zona residencial a 40 kilómetros de Praga, donde vivió junto a sus dos hijos. A ninguno de los dos les picó el gusanillo del balón. “Bueno, al chico sí le gustaba el fútbol. Pero le faltó corazón, espíritu, para dedicarse profesionalmente“, matizaría más tarde.
Un penalti inmortal
El acto empezó con una foto de familia: Tonda, todavía en shock por la magnitud del acontecimiento, rodeado de todos los miembros de la redacción de la revista. Cuando todos los focos y periodistas estuvieron en su sitio, se dio paso a la tanda de preguntas. Como era de esperar, el famoso penalti fue el protagonista indiscutible de la tarde. Cualquier nuevo detalle sobre su machada era captado con curiosidad por los asistentes. Antonin reconocía que si no hubiera entrado su original pena máxima aquella noche europea, seguramente hubiera acabado como operario de una fábrica durante 40 años. También describió con detalle la preparación de aquella ejecución, la cual practicó una vez tras otra con el portero del Bohemians como principal aliado. “Con él hacíamos un concurso de penaltis. Nos jugábamos dinero, chocolatinas, cerveza…. Y yo siempre perdía. Hasta que empecé a tirárselo con un globo suave cuando él ya estaba en el suelo. Pasé a no fallar casi nunca. Lo malo es que con tanta cerveza y con tanta chocolatina empecé a engordar“, bromeó.
Con el tiempo, son muchos los jugadores que han emulado su particular lanzamiento, algunos con más éxito que otros, como reconoció el propio Tonda. Sin embargo, él quiso subrayar ante la audiencia que también fue un pionero en otro aspecto. En este caso, un motivo de orgullo para esta publicación. “Creo que en la entonces Checoslovaquia fui el primero en jugar con bigote“, afirmó. “Aunque eran otros tiempos. La cosa ahora va de tatuajes“, remató risueño.
Y así, entre recuerdos, risas y cerveza se dio por concluida su singular aparición ante los medios. “Un entrenador me dijo un día que debía procurar que me aplaudieran al irme y no al llegar“, espetó nada más iniciarse el acto. Como no podía ser de otra manera, en la Antiga Fàbrica Damm también se le despidió con una sincera ovación.
Del Nou Sardenya al Camp Nou
Pasado el frenesí de un jueves intenso, el viernes Tonda acudió puntual al estadio Nou Sardenya, feudo del club histórico barcelonés Europa. Allí firmó un acuerdo de hermanamiento con la entidad del barrio de Gràcia y participó en el rodaje de un anuncio en el que instaba a Leo Messi y Cristiano Ronaldo, las dos estrellas del momento, a lanzar un penalti a lo Panenka, un gesto técnico que hasta entonces ninguno de los dos había realizado.
Seguidamente visitó la redacción de Panenka, donde disfrutó -ni que fuera con el diseño porque no entendió ni una palabra- de los números publicados hasta la fecha. Finalmente, el FC Barcelona le abrió las puertas del Museu y del Camp Nou para que pudiera cumplir el sueño de pisar las instalaciones azulgrana, algo que no pudo hacer como futbolista -sí jugó una vez en el Santiago Bernabéu, recordó-. Josep Maria Fusté, veterano del Barça, fue el encargado de recibirle y hacerle entrega de una camiseta con su nombre inscrito en el dorso.
Emocionado y agotado a partes iguales, la hora de partir nuevamente hacia Praga acechaba, así que únicamente quedaba disfrutar de una última comida. Allí brindó con algunos de los miembros de la revista y desveló algunas curiosidades de su estancia. “¿En serio mi rostro está hoy en todos los medios españoles?“, preguntó con algo de timidez. Pues sí. La mayoría de periódicos especializados y generalistas se habían hecho eco de su estancia en Barcelona, en parte porque recibió de forma cortés a todos los periodistas que quisieron compartir con él unos minutos de entrevista. Puede que en el viaje de vuelta se volviera a preguntar el motivo de tanta admiración. Lo que es seguro es que para nosotros el placer de acompañarle durante 30 horas fue un recuerdo que jamás olvidaremos.