Hace muchos años, Deutsche Grammophon editó un disco llamado Adagio Karajan en el que el director de orquesta alemán recopilaba sus mejores piezas lentas, o como se llamen esos pasajes en el mundo de la música clásica.
Muchas familias compraron aquel CD y, por unos minutos, llenaron sus pisos de setenta metros de violines vibrantes y calmados, convirtiendo Parque Figueroa en un teatro vienés. El otro día busqué el álbum en Spotify y lo descargué para tratar de dormir en los aviones, cosa ciertamente difícil para mí.
Así que aquí estoy, en un easywings rumbo a Berlín, con los ojos bien abiertos, escuchando la suite número 1 de Peer Gynt. Pablo García Casado y yo hemos madrugado. Vinimos a Málaga en su coche. Lo aparcamos muy lejos y hemos ido a la terminal arrastrando con prisas nuestras maletas por un descampado primero, y luego por un túnel, como dos perseguidos por la justicia.
«El fútbol no nos merece», le he dicho a Pablo, empapado en sudor, con el reloj ya en nuestra contra. Vamos a Alemania a jugar la Eurocopa de escritores con La Cervantina, que es nuestra selección nacional. Hemos sido convocados por su entrenador, Pedro Zuazua, para enfrentarnos a Inglaterra, Alemania y Austria en el Grupo I del torneo.
Hoy debutamos contra Inglaterra en la Eurocopa de escritores. Llevo unos guantes con el látex muy comido, pero me daba mal pálpito estrenar un día como hoy.
No me gusta volar, pero menos me gusta tener miedo. Y hoy lo tengo, no a las nubes, ni a los despegues ruidosos, sino al balón. «El balón es tu amigo», repetíamos de pequeños por culpa de Oliver Atom, pero nada me resulta más hostil que esa repugnante esfera colorida y resbaladiza. En absoluto es mi amigo ese planeta ridículo que se lanza a la red obstinadamente. Recuerdo al Wilson de la película Náufrago y pienso que, si alguna vez acabara en una isla desierta con la sola compañía de un balón de fútbol, lo devolvería de una fuerte patada al mar. Para que lo picotearan las gaviotas o se perdiera en el horizonte hasta morir de calor y deshacerse entre espuma y sal.
No querría verlo cada mañana. No querría tener intimidad con ese silencioso enemigo. De hecho, pienso ahora en el balón, y se me retuerce el estómago y el corazón empuja con violencia hacia el esternón. Balón, fiera miserable, siempre buscando mi ruina. Soy portero. Ser portero es no comprender esa esfera creada para vencernos. Ser portero es odiar cualquier presencia en ese templo que es el área pequeña. Ese monasterio de Yuste donde los reyes y los guardametas se retiran a morir tras una larga vida dedicada a la felicidad ajena y el privado placer que es existir.
Nadie decide ser portero; como nadie decide tener miedo. Es algo que viene a nosotros con pulsión severa y prematura vejez. Es un relámpago cansado. Ser portero es negarle al hombre las vulgares dichas del hombre. Es decir que no al gol. Celebrar el desbarate. Tener ilusión por el cero. Ser portero es lo peor que pudo pasarme de niño. Pero me pasó.
Hoy debutamos contra Inglaterra. Llevo unos guantes con el látex muy comido, pero me daba mal pálpito estrenar un día como hoy. Pablo ve una película a mi lado. Le pregunto de qué va y me dice que son cuatro hombres armados en una barca. Y que con un planteamiento así, cualquier cosa puede pasar.
Le pido que me escriba algo para esta crónica para Panenka. Le paso el ordenador y escribe: «… la película es Defensa, de John Burman. Cuatro hombres que tratan de abrirse paso frente a la adversidad. La película es una metáfora de nosotros, los solitarios, los que escribimos, los que volvemos al fútbol buscando un pedazo de nuestra infancia. Juegas fuerte para que los demás marquen. Hacer el trabajo sucio, barrer para que otros brillen. Los que jugamos atrás sabemos de la belleza de parar un contrataque, de una salvada para mandar a saque de banda, que lo mejor es que el balón cuanto más lejos, mucho mejor para todos. El Agre me habla del miedo al balón. Yo también lo siento, porque vivimos al filo, porque un balón en el área es mucho que perder y poco que ganar. Defensa es nuestra palabra todo este fin de semana. Porque todo se puede perdonar en la vida, excepto que no bajes a defender».
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Fotografía de RFEF.