La de los ‘citizens’ parece una de esas anécdotas que suelen contarte los borrachos. El sentido de una frase, su coordenada clave, lo desmiente el de la siguiente, y así consecutivamente. No hay manera de engancharse a su relato sin miedo a que después de una coma todo pueda saltar por los aires. Pasa con el nombre de la institución, que en 134 años se ha reescrito en tres ocasiones. Empezó llamándose St. Marks (1880), luego se rebautizó como Ardwick AFC (1887) y finalmente quedó en Manchester City (1894), que aunque relumbre bastante menos, es la denominación que más ha resistido al embiste de las décadas. Lo mismo ha sucedido con la camiseta. De una casaca totalmente negra, molesta como cargar el paraguas en un día sin lluvia, con una cruz eclesiástica bordada en el pecho, se saltó a las rayas blancas y azules, para luego quedarse solo con las segundas, prolongando el sky blue a todos los centímetros del cuerpo. Así ha ido el City deslizándose por la historia: cambiándose la apariencia a toda prisa, como si le persiguieran, tal vez con miedo a despistarse y dejar un rastro en el fútbol lo suficientemente previsible.
Todos actuamos por el impulso que nos provocan nuestras propias fobias. Hace poco me enteré y computé, no sin antes arrojarme al vértigo, de la parte más oscura de la vida Louis Althusser, uno de los pensadores marxistas más influyentes del siglo XX, humanista de ideas profundas como un foso. El filósofo se pasó media existencia martirizado por el recuerdo de su progenitor, quién violó y maltrató a la madre, y obsesionándose con aniquilar de sus genes cualquier atisbo inconsciente que le evocase a él. Pareció conseguirlo enamorándose de Helène, compañera de gustos políticos y melancolías, una mujer mayor que le arropó como un abrigo de plumas en pleno invierno. Aunque todo cayó en una sola mañana, cuando Althusser se acercó a su amada por la espalda, y empezó con la manos un tierno masaje por encima de la blusa que acabó en un espeluznante estrangulamiento. Qué más da que eso no entrara en sus planes. Sucedió y punto. A los pocos segundos del desastre el psicópata ya estaba corriendo por las calles de París con los brazos en alto, llorando a cántaros, buscando un médico a la desesperada.
Huir es la mejor opción. Huir y hacerlo rápido, antes de que sea demasiado tarde. Da igual la distancia. Lo que importa es moverse para no cederle gratuitamente terreno al desastre. Ya sea del salón al baño, de tu piso al bar, o de un estadio al siguiente. Lo saben los que se visten de azul y viven en Manchester. Hasta tres veces (o cuatro, según se mire) ha cambiado de refugio el City, para no faltar a su costumbre mutante.
HYDE ROAD (1887-1920)
Desde el año de su fundación, en 1880, el (futuro) City tuvo muchos problemas para encontrar un campamento base donde ubicar sus guateques futbolísticos. Lo más regular era citarse en una explanada que había al lado de una parroquia de Manchester, pero que presentaba el inconveniente de contar con socavones del tamaño de una bañera. Todo cambió siete años más tarde, cuando Kenneth Mckenzie, por aquel entonces capitán del equipo, salió un día de su trabajo y descubrió una área de residuos a la que no le costó imaginársela aplanada y con un balón en el centro. El jugador comentó el hallazgo a sus superiores, que a las pocas tardes ya se encontraban negociando con la empresa propietaria de los terrenos para comprárselos.
Cuando los ‘sky blues’ se instalaron en Hyde Road, las gradas del nuevo estadio no permitían una asistencia superior a los 1.000 espectadores y los jugadores estaban obligados a cambiarse, por falta de espacio, en una especie de hotel público que había en las cercanías del terreno de juego. Pero a medida que el club fue encandilando a más masa social, su cobijo también fue mejorando en prestaciones. Con el paso del tiempo, Hyde Road multiplicaría el tamaño de su fachada, llegaría a tener capacidad para reunir a 40.000 almas e incluso sería declarado sede de una semifinal de la FA Cup. Hasta que llegó un momento en que la creciente popularidad de la institución, unida a las incapacidad de la propia edificación para reducir el riesgo de avalanchas, llevaron al comité directivo a otear nuevos horizontes.
Aunque el detonante que finalmente aceleró la mudanza fue un fatídico incendio que se produjo en 1920 y que destrozó la principal tribuna del recinto. Las llamas nacieron de una colilla de cigarro mal apagada. Son esta clase de menudencias fatales las que nos demuestran que el mundo es un lugar atroz, nada seguro. Tampoco para el City.
MAINE ROAD (1923-2003)
La nueva morada del City se inauguró bajo un clima nebuloso, disperso, como si nadie todavía supiese donde se escondían sus interruptores. La gran mayoría de aficionados de la entidad vivían en los barrios situados al este de la urbe, y por eso solo fueron unos pocos los que aplaudieron la decisión del club de mudarse a un estadio que quedaba al sur de Manchester. Los reproches, sin embargo, se acallaron pronto. Un par de golpes estadísticos bastaron. Cuando las puertas de Maine Road se abrieron por primera vez, el terreno de juego presumía de ser el más grande que tenía un equipo en el país (solo superado ligeramente por Wembley). Y solo unas temporadas más tarde, en 1934, llegó otra plusmarca mareante: la flamante sede de los ‘citizens’ acogió un empate en la FA Cup entre el bando local y el Stoke City que reunió hasta 84.569 personas, otro récord inaudito para un equipo de las Islas.
Aunque no todos los números sirven para sacar pecho. El 17 de enero de 1948, se estableció otro récord de asistencia, en este caso en un duelo de Liga. 83.260 espectadores apretujaron sus codos en Maine Road para recibir la visita del Arsenal. Aunque aquella gesta más vale no refrescársela a la hinchada de los ‘sky blues’: aquel día, en el vestuario local, se subieron las medias los futbolistas del Manchester United. La explicación a tal anomalía es que el estadio fue compartido durante un tiempo por los dos enemigos de la ciudad después de la Segunda Guerra Mundial, puesto que Old Trafford había quedado parcialmente destruido por los bombardeos.
A lo largo de sus ocho décadas de existencia, las instalaciones de Maine Road fueron sometidas a varias reformas. El último partido disputado en el campo, en mayo de 2003, recobró el sabor amargo de los tiempos de apertura. El City se despidió de su segundo hogar palmando contra el Southampton por 0-1. Ni las actuaciones musicales que se programaron en esa velada a modo de despedida sirvieron de desahogo. Por cierto, hablando de altavoces y acordes: por el tapete de los ‘citizens’ desfilaron durante varios veranos artistas de alta gama como los Rolling Stones, Queen, Bon Jovi, Guns N’Roses o los recientemente fallecidos David Bowie y Prince. Aunque ningún concierto superó en mística al que montó en 1996 Oasis, cuya banda está compuesta por acérrimos aficionados del City.
CITY OF MANCHESTER STADIUM / ETIHAD STADIUM (2003-?)
El Manchester City llegó a su tercer (y por ahora último) domicilio siguiendo una estela distinta a las anteriores. El City of Manchester Stadium fue diseñado originariamente con motivo de la candidatura fallida de la ciudad para albergar los Juegos Olímpicos del año 2000. Su plan de obra quedaría agazapado algunos meses en un cajón, hasta que las autoridades decidieron retomarlo para los Juegos de la Mancomunidad de 2002. Solo fue después de aquel evento cuando la directiva ‘citizen’ se interesó por el recinto. Al poco tiempo, la propia institución ya se había hecho con el espacio y se encontraba pagando de su propio bolsillo la readaptación que iba a capacitarlo para amparar partidos de fútbol. El Manchester City firmó un contrato de arrendamiento de 250 años.
El estadio se presentó en sociedad con un amistoso en el que se vieron las caras el City y el Barcelona. Corría el 10 de agosto de 2003, y Nicolas Anelka, ariete del que ya se empezaba a sospechar que había quemado toda la inspiración que en su día prometía, se pegó el gustazo de marcar el primer gol de la historia del terreno de juego. Aquella cita estival acabó en victoria apurada (2-1) de los anfitriones.
Actualmente se están llevando a cabo algunas remodelaciones en el campo para ampliar su número de asientos. El objetivo de los directivos es satisfacer las demandas de las más de 7.000 personas que hasta las anteriores campañas se encontraban en lista de espera para conseguir una localidad. En marzo de 2014 se añadieron 6.000 localidades en la Grada Sur, y está temporada el objetivo es que se sumen otros 6.000 asientos, la gran mayoría de ellos en la Grada Norte. Solo de esta manera los ‘citizens’ podrán acabar de equipararse a conjuntos como el Arsenal o el United, cuyos estadios son los de mayor capacidad de toda la Premier.
Hasta hace algunos años, el campo del City también era conocido por otros nombres alternativos, que en general suelen ser los que más calan entre la gente. Algunos lo llamaban Eastlands, un apodo que ya era usado antes del bautizo definitivo. Y algunos otros se referían a él como The Blue Camp, por el color de las bufandas de sus terratenientes. En general, la valoración que hacían los hinchas ingleses del sitio era positiva: en una encuesta realizada en 2005, quedó en segunda posición en la tabla de estadios favoritos del Reino Unido. Seis cursos más tarde, sin embargo, por una cuestión ceñida al patrocinio de la entidad con una aerolínea, el nuevo apelativo pasó a ser Etihad Stadium. Inyección de capital aparte, uno no duda que este enésimo giro responde a una necesidad histórica. Los ’sky blues’ necesitan moverse para seguir sintiéndose en su sitio. Qué más da que sea del salón al baño, del piso al bar, o de un nombre de guarida al siguiente.